Corren los últimos meses de 1807 para una Europa turbulenta dominada por el emperador Napoleón. Inglaterra, enemiga declarada de Francia, es una de las pocas naciones europeas que aún permanecen libres de su dominio.
Napoleón ha comprendido que invadir las islas británicas y enfrentarse a la poderosa flota inglesa supondría una campaña costosa y con pocas posibilidades de éxito, por lo que ha levantado un severo bloqueo marítimo para asfixiar su economía.
España se ha convertido en un cómodo aliado en esta empresa: para Carlos IV los ingleses son también un peligroso rival comercial y militar, y tanto franceses como españoles lo recuerdan bien tras la batalla de Trafalgar librada algunos años atrás…

Portugal es un aliado tradicional de Inglaterra y una pieza clave en el plan de Napoleón, ya que los barcos ingleses siguen abasteciéndose en sus puertos y hacen ineficaz en buena parte el bloqueo continental.
Tanto Napoleón como Carlos IV presionan a Portugal con dureza para que cumpla las condiciones del bloqueo, pero las cortes portuguesas se resisten a perjudicar a su aliado y su actuación será bastante tibia, intentando contentar a ambos extremos.
Comprendiendo que Portugal no va a plegarse a sus deseos, Napoleón se decide por una estrategia más directa y se lanza a su invasión: las tropas francesas comienzan a cruzar el territorio aliado español hacia la frontera lusa.
Sin embargo, en un golpe de oportunismo, aprovechan la ocasión para ir ocupando a su paso plazas estratégicas como Barcelona, Pamplona, San Sebastián o Salamanca. Pronto el número de soldados franceses acantonados en España será de 65.000, ante una población que contempla su presencia con creciente inquietud y rechazo.



Napoleón acaba de abrir una herida que -aún él no lo sabe- iniciará del declive de su Imperio: una guerra larga, sangrienta y sucia que los españoles sufrirán y que los soldados franceses recordarán con pavor y respeto… la inminente Guerra de Independencia Española.

Esta maldita Guerra de España fue la causa primera de todas las desgracias de Francia. Todas las circunstancias de mis desastres se relacionan con este nudo fatal: destruyó mi autoridad moral en Europa, complicó mis dificultades, abrió una escuela a los soldados ingleses… esta maldita guerra me ha perdido.


Estamos en marzo de 1808. Gracias a un hábil juego de intrigas Napoleón ha provocado que en menos de tres meses la corona pase de Carlos IV a su ambicioso hijo Fernando VII, y que éste abdique a su vez en favor del propio emperador. Napoleón ve así cumplida su ambición personal de desterrar a la dinastía de los Borbones de los tronos europeos, pero su error de evaluación acerca de España le ha situado sin saberlo sobre un polvorín.

La familia real permanece recluida en el palacio real de Madrid. Ante el intento de trasladarlos a Bayona con la excusa de velar por su seguridad, la población madrileña se rebela la mañana del 2 de mayo. El levantamiento será sofocado con gran dureza por el general Murat, pero pronto otros comienzan a salpicar el mapa. La mecha del polvorín español está prendida.




Mientras tanto Napoleón cede el trono de España a su hermano, José I Bonaparte. No tiene demasiado interés en ocuparse personalmente de un país atrasado y en decadencia, y su atención se centra en el resto de Europa. Aunque desde su exilio Fernando VII ha dado instrucciones para que las autoridades colaboren con los generales franceses, los levantamientos se generalizan al conocer la noticia. Cartagena se declara en rebeldía seguida de inmediato por otras ciudades: Valencia, Granada, Lorca, Murcia… Zaragoza se somete al asedio de las tropas francesas, el primero de los que habrá de sufrir.

Ha estallado la guerra contra el francés, la guerra por liberar el reino y traer de vuelta a un rey legítimo e injusto… o tal vez los nuevos aires de la Libertad y la Democracia. Ha estallado la Guerra de la Independencia Española. La úlcera de Napoleón.

 

 
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