DRAGONLANCE
ESPECTRO DE PESARES
Estuvieron contemplándola sólo unos minutos, pero pareció transcurrir una eternidad. La emoción les embargaba y apenas podían contener las lágrimas, un nudo amargo atenazaba sus gargantas. Los solámnicos, Harral uth Vantarh y Tyriel uth Voinne, acercaron sus dedos de uñas ennegrecidas a la brillante lanza de dragón que desprendía una deslumbrante luz plateada. El resto del grupo volvió con los kender de la zona donde estaban presos y ayudaban a Kerra a sacar a los pobres desgraciados.
Mientras Kamernathel curaba las heridas de Tyriel, Ambrose y otros compañeros, el resto se apresuró a organizar la salida por el túnel de las hormigas a toda prisa. Ya escuchaban pasos y el choque del metal contra el cuero que venía por el pasillo. Lothaltalas se adelantó, seguido de Ashmar, para divisar en la penumbra unas antorchas que se acercaban. Eran cinco guerreros dracs armados con cimitarras y escudos o largos espadones.
Aunque casi todos los kender estaban ya en el túnel. Oroner agarró al atado y amordazado Grigolthan y le puso la espada en el cuello mientras se encaraba a los dracs.
Les dijo que habían venido a sacar a los kender de ahí y que si no les dejaban marcharse matarían al prisionero. Supieron que el antiguo titán era aliado de Sindra, la lideresa de los dracs de Malys y que tras algunos minutos de tensa discusión se presentó allí. Sus ojos rojos estaban ansiosos por ver libre al ogro. Oroner le dejó claro el mensaje: déjanos salir o lo degüello.
Finalmente ella les dijo que se fueran. Ambrose sospechaba de una trampa y así se lo dijo al resto de grupo. Pero aun así se marcharon por los túneles durante una larga marcha hasta que salieron en las cercanías de Kendermore. Allí Elijayess les esperaba con Parrick, que se abrazó a su hermana Kerra en cuanto la vio. Ellos llevarían a los pequeños a Port Balifor. El grupo se preguntó cuál sería su próximo paso. Tenían la caja de música, Filo de Luz, la dragonlance de Huma. Todos poderosos artefactos pero no sabían qué hacer con ellos.
De momento, tenían que ir a visitar a los oráculos para cumplir cu palabra. Poco antes de amanecer les sorprendió la erupción volcánica del pico de Malys. Cenizas, montones de rocas y lava ardiente iluminaron el cielo de la madrugada. Tal era la fuerza de la explosión que gruesos guijarros cayeron cerca del campamento del grupo. Ahora la oscuridad se extendía incluso durante todo el día. Envueltos en aquella plomiza luz que cubría una atmósfera asfixiante. Caminaron durante horas hasta llegar a la cueva de los oráculos. Allí las tres hermosísimas doncellas sentadas en torno a la fuente les sonrieron nuevamente para darles la bienvenida. Los cuatro guardias ogros lanzaban miradas hostiles a los recién llegados. Las mujeres les pidieron el bastón de los huesos, que llevaba Ambrose escondido en algún lugar no a la vista. Cuando todos estaban esperando que se lo entregara, Ambrose se negó en redondo diciendo que el bastón era suyo. El prisionero Grigolthan apoyaba al mago: no se lo entregues a esas brujas, decía. Ambrose dijo finalmente, ante un intento de arrebatarle el bastón por parte de Ashmar: sólo me lo quitaréis de mis manos frías.
Y entonces los cuatro guardias ogros se aproximaron al mago, que estaba protegido por Lothas, Kamernathel y Ashmar. El resto entendió que el mago había incumplido su palabra y se quedaron al margen. Se iba a derramar sangre de un momento a otro.
Los cuatro ogros levantaron las grandes clavas que llevaban y arremetieron contra el mago y los que le apoyaban. Dos lanzaron brutales golpes contra el monje que, valiéndose de su prodigiosa agilidad, dio dos saltos y esquivó las embestidas. Por su parte Lothaltalas lanzó en dos latidos de corazón cuatro flechas contra uno de los brutos. Tres dieron en el blanco y casi le quitan la vida. Ambrose conjuró varios encantamientos y se puso a volar mientras lanzaba sendas bolas de fuego contra los oráculos, que fueron envueltas en un infierno de líquido ígneo mientras la piel se les caía a tiras. Gemidos de dolor desconsolados completaban el aterrador espectáculo.
Lothas fue rodeado por dos ogros cuando el que iba a atacar al mago no pudo alcanzarlo. Recibió dos terribles golpes que hubieran sido más letales si Kamernathel no hubiera conjurado una protección divina sobre el otro elfo. Por su parte Ashmar lanzó dos ráfagas de golpes seguidas y acabó con uno de los ogros con mucha rapidez. Sus enemigos eran demasiado lentos. En medio del combate, Oroner intervino y atacó al tercer ogro. No se esperaba que interviniera pero así ocurrió. En pocos instantes más, las oráculos estaban carbonizadas y los ogros muertos. Menos uno que se rindió, aunque eso no le evitó ser atravesado por la nuca con la espada del nerakés. Loboblanco usó la magia de la naturaleza de Chislev y creó un duplicado perfecto del muerto pero con vida aunque inconsciente. Kamer usó su magia curativa para dejarlo consciente y le dejaron marchar. Empezaron las discusiones. Para ser un túnica roja, Tyriel decía que Ambrose era un sanguinario, habiendo atacado a las mujeres sin previa provocación. Aunque los ogros le iban a atacar por no haber cumplido su palabra. El bastón de los huesos debía permanecer con Ambrose en lugar de con aquellas tres brujas……
Sea como fuere, el grupo se puso en camino hacia el oeste, en dirección a Port Balifor. La lluvia ácida, la oscuridad del cielo por las cenizas volcánicas, el calor seco, todo les hacía el camino más duro y penoso. Varias jornadas más tarde, descubrieron a una joven khurita agazapada tras un peñasco.
Parecía aterrorizada; y el clérigo de Quen Ilumini utilizó su magia para calmarla. Les dijo que ella y su hermano se escondían en una cueva cercana. Habían sido atacados por una patrulla de los caballeros de Neraka. La acompañaron al lugar donde estaba un hombre de piel oscura, en parte khurita y en parte de piel más clara.
Estaba con la pierna rota y completamente inconsciente. Loboblanco y Ana yu fueron a buscar rastros de los atacantes al noreste mientras que Ambrose y Tyr acompañaban a la mujer fuera para que les detallara todo lo que recordara de los atacantes. El mago le hizo muchas preguntas sobre el motivo de su presencia allí, en la Desolación. Ella les dijo que su padre era un comerciante con un socio minotauro. La historia de la mujer no convencía al mago que estuvo a punto de atacar allí mismo a la doncella de no ser por Tyriel. Cuando volvieron a la cueva, el hombre se había marchado. Sólo quedaban allí Oroner y Kamer. El nerakés acusó a la mujer de mentir. El hombre se había marchado y no era su hermano ni medio hermano. Era un prisionero de aquella bruja. Kamernathel sabía más de aquel tipo pero se reservaba esa información. Oroner y Ambrose se empeñaron en acusar a la chica de mentirosa y de no ser lo que aparentaba. Incluso Kamer invocó el poder de Quen Ilumini para saber si decía la verdad. Pero la chica sólo daba evasivas y trató de escapar. Aunque Tyr la protegía, el mago lanzó conjuros de telaraña. Dos, puesto que del primero todos los que estaban en la cueva se libraron. En el segundo, todos menos Loboblanco, que salió apresuradamente de la cueva quedaron paralizados por los gruesos filamentos. A continuación lanzó un conjuro de inmovilizar sobre el solámnico y amenazó con matar a la mujer. Sin embargo al momento siguiente deshizo la telaraña y la joven escapó corriendo a una velocidad muy superior a la que una mujer podía correr. Se perdió en la oscuridad de la noche de la Desolación. La brecha entre el mago y los solámnicos se ensanchaba. El incidente había terminado. Kamernathel dijo que el hombre que se marchó y al que ayudó Oroner era un caballero del Lirio que se había encontrado con una patrulla de los suyos y que lo habían recogido no muy lejos de donde se encontraban. La traición campaba a sus anchas en la desolación………
Al amanecer se pusieron en camino al oeste, en dirección a Port Balifor
Estaban inquietos y preocupados por los acontecimientos recientes. Querían marcharse de allí. Era el momento de poner pies en polvorosa. La sempiterna neblina y cenizas procedentes del volcán del Pico de Malys dificultaban la visión pero también impedían que todo el peso del calor del sol llegara a la superficie. Solo unas pocas horas más tarde se encontraron con una patrulla nerakiana encabezada por Kalrik Skalion, un caballero del lirio y cuatro escuderos armados con cotas de mallas, lanzas de caballería, espadas y escudos. Les dio el alto y les preguntó el motivo de la presencia de aquel grupo en la Desolación. Cuando hubo escrutado a todo el grupo y la larga lanza de casi cuatro metros que colgaba en la espalda de Tyriel, ordenó a dos de los subordinados que volvieran grupas y se marcharan. Eso inquietó considerablemente al solámnico, pero no dijo nada. Finalmente la patrulla siguió su camino tras charlar con Oroner en nerakés durante unos minutos.
El día transcurría con lentitud exasperante bajo el peso del calor y el polvo de ceniza. Hacia última hora del día divisaron un grupo de dracs en el cielo. Al principio eran dos o tres, luego fueron más, hasta un total de casi una veintena. Iban por ellos.
Bajaron e hicieron una pasada mientras lanzaban su aliento de fuego lo bastante cerca para abrasar a Tyriel y Kamernathel. Iban liderados por Sindra y su consorte, Bloodmane, un antiguo bárbaro armado con un terrorífico tridente. Ambrose conjuró varias veces y se puso a volar mientras lanzaba una tormenta de hielo que hizo un daño considerable a ocho de aquellos demonios. Cuando aterrizaron, Oroner y Tyriel comenzaron a repartir sendos tajos y estocadas apoyados por la magia divina de Kamernathel. Ashmar, por su parte, se dedicó a derribar a varios oponentes uno tras otros mientras con su toque de hielo áureo los iba paralizando lentamente. Aunque eran muchos, no eran los guerreros más hábiles de los dracs y no luchaban conjuntamente sino de forma individual. La disciplina de Oroner y Tyr era excesiva para ellos. Kamernathel invocó las alas del celestial y ascendió a las alturas también para ponerse a salvo. Ambrose lanzaba rayos debilitadores sobre Bloodmane y Sindra, que cada vez estaban más débiles y dejaron caer su látigo y su tridente a medida que se fatigaban más y más. En poco más de un minuto, los dracs estaban casi todos vencidos. Al morir explotaban en fuego, pero milagrosamente, ningún héroe fue herido, debido sin duda a los reflejos que tuvieron aquella tarde. Tras una serie de puñetazos y patadas, Ashmar capturó a Sindra y lo propio hizo Ambrose con Bloodmane, al que arrebató el tridente, como antes había arrebatado el látigo.
Cuando la lucha estaba acabando, se presentaron ocho nerakeses a caballo, liderados por Velaria Grimstone, dama del Lirio. Al igual que hizo horas antes Kalrik, se dedicó a hablar unos instantes en nerakés con Oroner mientras ofrecía su protección al grupo para escoltarlos hasta Port Balifor. Ofrecieron una recompensa por Sindra y Bloodmane, pero la declinaron por no tener que ir a Refugio Oscuro a recibirla. Les entregaron a los prisioneros, que fueron transportados a caballo por tres de los soldados hacia su base. El resto acompañaron a los héroes durante unas horas más, hasta que, tras una conversación –otra- entre Oroner y Velaria, los nerakeses se marcharon. Al poco rato, mientras mantenían otra discusión, fueron abordados por una especie de semielfos de cabello rojo vestidos con sencillas túnicas grises, decían llamarse Kieran y Farren, y les prometieron que no tenían intención de hacerles daño. Les invitaron a descansar en su poblado donde se les explicarían ciertas cosas.
A pesar de las reticencias de Oroner, finalmente todos fueron juntos. Les condujeron hasta la entrada de una grieta en un gran promontorio rocoso, a través de la cual entraron en una amplia caverna en la que había más de una treintena de semielfos similares a Kieran y Farren. Algunos parecían monjes, otros simples plebeyos, y algunos sacerdotes. Todos de largas melenas pelirrojas. Los alojaron en una sencilla cabaña de piedra y fueron atendidos por Telerie Dayspring, una sacerdotisa de Habbakuk que aparentaba unos cuarenta y pocos años si fuera humana. Les dijo que poderosas fuerzas estaban en marcha y que ellos estaban envueltos en una red de traición y engaño. La llave NO es la caja de música, sino la MELODIA que en ella se contiene. Esa música puede abrir la puerta al cementerio de dragones metálicos que se halla en Nordmaar. Habló de cinco fuerzas que están involucradas y que de alguna manera los manipulan y que se enfrentan
-Uno es un peón que encontrará la fuerza para liberarse de su prisión.
-Otro, que está marcado para siempre con la mancha de la traición será a veces un aliado y a veces un enemigo.
-Otro no les importa lo más mínimo lo que ellos hagan. Los usará a su antojo según su conveniencia para llevar a cabo su venganza.
-Otro tendrá arrancado de sí lo que no es suyo.
-y por último otro busca protegerse y no le importa sacrificar al mundo para conseguirlo.
Luego se dirigió a Ashmar, Kamer, Tyriel, Harral y Lothas y les preguntó si están dispuestos a buscar la lágrima de Mishakal, que está en manos de los nerakeses en Refugio Oscuro, corrompida por la magia de Chemosh. Ellos tenían en su poder la otra lágrima, su gemela, que no está corrompida.
Todos respondieron que estaban dispuestos a jugarse la vida por esa sagrada misión.
No obstante, debían ir en direcciones distintas para cumplir con su cometido. Ashmar marchó antes del amanecer hacia el sur para advertir y movilizar a sus hermanos de Majere ante los acontecimientos desencadenados. Poco después Ambrose se marchó también hacia Port Balifor, para desde allí partir hacia la torre de Wayreth para aclarar todo lo que estaba sucediendo, pues no tenía muy claro la veracidad de lo que les habían dicho sus anfitriones.
Cuando la luz del amanecer ya empezaba a despuntar por el horizonte, recibieron la visita de Tyresian, un qualinesti de cabello castaño claro y ojos verdes que vestía una ropa de viaje con ribetes rojos y capucha del mismo color; pues era un mago de Wayreth como Ambrose. Decía haber llegado allí siguiendo un potente rastro de magia desde hacía más de dos meses. Kamernathel le conocía de Qualinost, pues incluso tenían amigos en común. Esto alegró sobremanera al clérigo, puesto que de alguna manera se sentía más acompañado, mucho más que con la presencia de Lothas; pues el frío y distante silvanesti apenas le tenía en especial consideración. Telerie dio la bienvenida al mago y le puso al corriente de la situación. Estaba dispuesto a ayudar y arriesgar su vida para rescatar la lágrima corrupta de Mishakal y unirla a la que ellos tenían allí mismo. La bella mujer convenció con sus maneras amables y casi maternales a Tyriel para que dejara allí la Lanza de Huma. Kamernathel, para apoyar el gesto, decidió dejar allí a Fragmento de Luz. Telerie se comprometió a llevarlas a donde ellos se encontraran en el momento preciso. Y juntos pasaron el resto del día descansando y compartiendo la sabrosa comida de aquellos magníficos anfitriones. Los kender corrían y reían por el lugar libremente, al menos aquellos que se consideraban normales, y no los aquejados. Los elfos contaron historias. Harral permanecía circunspecto y observaba a los semielfos pelirrojos con cierta desconfianza. Pronto estarían en Refugio Oscuro y necesitaban estar frescos y descansados para sacar de allí a la Lágrima de Mishakal.
Salieron al atardecer de la siguiente jornada, cuando el sol ya no estaba tan alto. El calor era menor cada día, se notaba de forma evidente. Sin duda la magia de la dragona roja se estaba extinguiendo con sorprendente rapidez. Al poco de estar de nuevo en el exterior, en busca de un lugar indicado por Telerie para entrar en los túneles de los goblins, el grupo se encontró con una escena que no esperaban en aquel lugar.
La desolación era un sitio que nadie en su sano juicio quería visitar. Sólo los buscadores de tesoros, saqueadores y gentes de mal vivir eran capaces de internarse en aquella región poblada por monstruosidades nigrománticas y criaturas salvajes. Pero allí, sobre una loma pelada, había un grupo de cuatro individuos y dos grandes lobos negros en torno al cadáver de un gigante de la desolación, una bestia de casi tres hombres de altura de aterradoras garras y cubierta por una espesa capa de pelo. Uno de los lobos estaba moribundo en el suelo atendido desesperadamente por una elfa kalanesti de
cabello rubio y ropas de montaraz, que había dejado el arco a su lado mientras trataba de contener la hemorragia de su amado compañero. Llevaba una espada corta al cinto y se la veía al borde de las lágrimas. Junto a ella, un hombre de piel blanca, de cabeza rapada y vestido con una túnica roja algo sucia, totalmente desprovisto de armas, había dejado su mochila en el suelo y ayudaba a la mujer en su labor.
Frente a ellos, otro individuo de piel bronceada y pelo oscuro y corto, con una espada larga y otra corta en la cintura,
y también vestido con ropas de montaraz, hablaba con su compañero; un hombre también de edad similar, unos treinta años, de piel blanca, cabello corto y castaño, equipado con un camisote de mallas y con un estoque al cinto. Buscaba dentro de un saco de arpillera lleno de mugre y que parecía que llevaba el caído gigante hasta que fue abatido. El hombre de la túnica roja estaba muy malherido y apenas podía mantenerse consciente. Pero pese a ello, auxiliaba a la elfa. Los otros dos no parecían muy preocupados por aquéllos.
En realidad no se conocían. Cuando Oroner y Tyr se adelantaron para hablar con ellos, estaban discutiendo sobre lo ocurrido. Había varios trozos de merodraco esparcidos por todo el lugar. Era una visión algo dantesca. Tyresian y Kamernathel se aproximaron a la elfa; y el clérigo de Quen Ilumini terminó de curar al lobo de la mujer. Luego atendió las heridas del hombre de la túnica roja. Era un monje de Majere, de la misma orden que Ashmar, pero de la ciudad lemishita de Elmwood. La mujer era una exploradora qualinesti que había salido de las afueras de Khuri Khan hacía sólo tres semanas. Los otros dos hombres eran del oeste. El de las dos espadas era un explorador surergothiano que llevaba tiempo viajando con el otro, un hombre de aspecto curtido y que se movía con gran agilidad y sigilo. Todos estaban allí por distintas razones. Lo que tenían en común era su aspecto desastrado y sucio. La Desolación se había cobrado su precio en todos ellos. Al menos los otros presentaban un aspecto limpio y descansado, puesto que la gente de Telerie se había ocupado de ello. La desconfianza reinaba entre todos ellos ahora. Tyr estaba algo aprensivo, puesto que temía que alguien estuviera buscando la lanza de Huma. Llegaron finalmente a la conclusión que era preferible seguir juntos al menos hasta salir de la Desolación. Los hombres del Oeste decían que buscaban ciertos tesoros que habría podido dejar Malystrix tras su muerte en todo el territorio. La elfa se mostraba más taciturna y reacia a dar más detalles de los motivos de su presencia allí. Bajo la lluvia ácida que en aquel momento se abatió sobre ellos decidieron volver a refugiarse con la gente de rojos cabellos. Farren les salió al encuentro. Saludó a Kông, el lemishita monje, y les guió de vuelta al refugio entre las rocas. Telerie les acogió de nuevo y ofreció a los cuatro recién llegados cobijo, alimento y baños para quitarse el polvo y las cenizas de la Desolación.
Los jóvenes del lugar se acercaban a curiosear en torno al grupo. Les habían preparado un estofado de carne y vegetales que crecían en el huerto del asentamiento. También pusieron a su disposición varias casas con bañeras de bronce para poder asearse adecuadamente. Telerie trató de acomodarlos lo mejor posible; y Aldyf Skyblade se acercó a Kông para mostrarle su apoyo y confianza. Tyriel, Oroner y Kamernathel tenían muchas dudas a la hora de compartir con los demás el secreto de su sagrada misión. Una lágrima de Mishakal era un artefacto mítico que no podía ser tomado a la ligera. Tratar de recuperarla era vital. Pero el riesgo era enorme. Podrían perder la vida en ello. ¿Por qué iba a querer un explorador ergothiano o un vagabundo buscatesoros jugarse el pellejo por una poderosa reliquia? Cierto era que, según se creía, una parte de las riquezas que tenía Malystrix acabaron en manos de los caballeros de Refugioscuro. Pero también se sabía que cientos de soldados y docenas de caballeros estaban asentados en aquella fortaleza. Los ancianos, Telerie, Aldyf y Oriselm, les dijeron dónde encontrar una abertura en el terreno, varias millas al norte, desde donde se podrían infiltrar en los túneles excavados por los goblins hacía décadas. Y de esta manera evitar los muchos peligros de la Desolación.
La noche transcurrió con total tranquilidad. El descanso era necesario y merecido. La mañana llegó más pronto de lo que pensaban. Unos trozos de pan caliente, un poco de tasajo y queso de cabra les sirvió de buen desayuno junto con un poco de leche. Al partir, media comunidad de los treinta y tantos que habitaban el asentamiento fueron a despedirles. Telerie les deseó mucha suerte y les dio la bendición de Habbakuk.
Pronto estuvieron de nuevo bajo el cielo cubierto por nubes de ceniza volcánica. La temperatura era más baja pero la humedad algo mayor. Luna Llena y Milos avanzaban delante de todos acompañados de sus dos grandes lobos, Moro y Haplo. No tardaron en encontrar una fisura en la arena junto a un promontorio rocoso con forma de garra. Salía vapor de la abertura y los lobos entraron primero para inspeccionar el terreno. Luego bajaron los dos exploradores. Era un túnel de roca natural que terminaba pronto en un abismo que caía casi vertical. Los animales se quedaron arriba mientras el grupo descendía. Usaron cuerdas y las antorchas que llevaban para un descenso seguro. A no más de setenta pies estaba el suelo de los túneles, donde el aire era más fresco y también la humedad. Avanzaron lentamente al principio. Luna Llena, la exploradora kalanesti, iba la primera, aprovechando su vista élfica, seguida de cerca por Kamernathel, Tyriel y Kông. El resto iba un poco más retrasado. El túnel era angosto, muy irregular tanto en las paredes como en el suelo. Muy difícil para correr y lleno de salientes y agujeros. Cuando llevaban más de una hora de camino, Luna Llena divisó, antes con el oído que con la vista, a una horrible criatura salida de la pesadilla de la magia de Malystrix
Una deformidad andante, de olor nauseabundo de la que salían caras humanas llenas de odio y rabia. Tyresian dijo algo acerca de que procuraran que la criatura no les tocara. Luna Llena disparó varias flechas que impactaron fácilmente contra el monstruo, mientras que Kông dio dos tremendos golpes con sus manos desnudas y su velocidad vertiginosa que hicieron gritar y gemir al engendro. Tyriel cargó también y le asestó semejante mandoble que casi lo parte en dos. Un flechazo de Puk también le impactó. Entre todos consiguieron acabar con él; no sin antes ser tocado tanto Tyriel como Kông por los tentáculos del monstruo. El monje empezó a notar fuertes dolores y la repentina debilidad de sus extremidades. Kamernathel tuvo que usar un conjuro de restablecimiento para detener aquella “enfermedad” que el engendro del caos le había contagiado.
– Tendremos que esperar a mañana para que Quen Ilumini me facilite los medios para sanarte definitivamente.- El monje de Lemish le agracedió profundamente al clérigo su generosa acción.
Mientras buscaban por la zona de la criatura, vieron cómo Puk trataba de esconder de forma algo distraída quizás una caja de metal, seguramente algún botín que poseía la bestia. Puk no tenía intención de repartir nada de lo que encontrara, pero surgió una discusión entre varios y el pícaro dejó la caja. No se pararían mucho tiempo por eso. Continuaron con la exploración de los túneles y no tardaron en toparse con un grupo de seis sucios goblins que malvivían en un ensanchamiento de los túneles en medio de esterillas de paja y desperdicios por todas partes. Aquellos pequeños pero feroces seres tenían sangre demoníaca a juzgar por su piel y por sus rasgos. Llevaban cimitarras y jabalinas, y estaban casi sin armaduras ni protección. La rapidez del arco de la kalanesti, la espada de Oroner y Tyr y los demoledores puñetazos y patadas de Kông sembraron el caos y la muerte en aquel pequeño grupo. Puk dio dos flechazos bien dirigidos y Milos se lanzó con las espadas listo para degollar a sus enemigos favoritos. Todo acabó casi antes de empezar. Los cinco desgraciados yacían muertos en menos de medio minuto. Cuando registraron sus posesiones encontraron, otra vez Puk, pero a la vez que Luna Llena, una caja de metal que, esta vez sí, abrieron y en la que había dos jaspes, cuatrocientas piezas de acero, y un mapa hecho por goblins que fue de mucha ayuda en sus siguientes pasos. Gracias a él pudieron escapar a tiempo de un derrumbamiento en el túnel principal que podría haberles costado la vida. Finalmente, y tras casi un día entero en el subsuelo, llegaron a una amplia caverna repleta de cientos de estalactitas y estalagmitas de todos los tamaños. Un sendero salía al este y subía hacia un lugar en el que tres grandes barriles, de cerveza por el olor, tapaban algo. Puk avanzó con su antorcha a aquel lugar y se vio rodeado de repente por cinco criaturas no muertas que hacía solo un momento no eran más que cadáveres con corazas de los caballeros de Neraka tirados ahí en el suelo. El ágil pícaro dio una estocada sin mucho éxito a uno de ellos mientras que Kamernathel invocó el poder de Quen Ilumini para ahuyentarlos. Cuatro de ellos volvieron al suelo y otro fue aplastado por las espadas de los guerreros. Tras los barriles había una poterna pequeña que daba al interior de la fortaleza de Refugioscuro, como todos imaginaban. Escucharon voces de hombres hablando nerakés, mientras hacían guardia. Sabían que tenían que entrar y averiguar lo que había dentro y cómo encontrar la lágrima. Discutieron varios planes. Oroner hablaba de dividir al grupo en dos y presentarse en la superficie él con algunos fingiendo ser prisioneros mientras el resto se infiltraban por los sótanos. Pero nadie estaba dispuesto a hacerse pasar por prisionero para que lo torturaran, de modo que acordaron esperar ocho horas para descansar, preparar nuevos conjuros y entrar valiéndose de una pequeña víbora convocada por Luna Llena para explorar el interior, mientras Puk se preparaba, al ser el más sigiloso, para irrumpir el primero.
Kamernathel rezó a Quen Ilumini para curar definitivamente a Kông de la aflicción de la bestia del Caos y lanzó un conjuro de silencio en Puk. La víbora convocada por la kalanesti pudo enviarle información sobre el único guardia que estaba dentro, distraído, y las habitaciones cercanas que resultaron ser un conjunto de celdas con prisioneros. Aprovechando el silencio sobrenatural, el pícaro entró y degolló a un solitario guardia, mientras el resto se aprestaba a entrar.
Tyresian y Oroner decidieron valerse del mapa goblin para salir por el túnel del norte y tratar de colarse por la entrada principal, valiéndose de una treta ideada por el caballero de negra armadura. Tyresian estuvo de acuerdo. Se marcharon los dos y les dijeron: -nos veremos dentro.
Al cabo de varios minutos, Puk salió y les hizo una señal a los que quedaban para que entraran. Vieron el cadáver del guardia sobre la mesa con un charco de sangre. Puk había recogido un manojo de llaves y estaba inspeccionando las celdas que encontraron en la puerta este, había al menos seis celdas en dos pasillos perpendiculares. Gruesas paredes de madera reforzadas con remaches de hierro mantenían a buen recaudo a los desgraciados que estaban dentro. Primero encontraron a Murance Brandis, un guerrero joven de Flotsam que había sido torturado al ser descubierto por los nerakeses como espía. Era un aspirante para entrar en la Legión de Acero. Milos le preguntó si sabía dónde podía contactar con gente de esa organización y se la dio, guardándose el explorador esa información. Kamernathel curó algunas de las heridas del joven, le dieron la espada y el camisote de mallas del guardia muerto y le indicaron el camino de salida. Él les deseó la bendición de los dioses y se marchó.
Dos celdas más allá liberaron a un pobre herrero, Ivor Dulet, procedente de Port Balifor, que había sido capturado y traído aquí para trabajar como esclavo. Como se negó, le dieron varias palizas. En esta ocasión también Kamernathel sanó algo sus heridas y le indicaron que saliera por los túneles. En otra celda encontraron el cadáver de una joven de veintipocos años, procedente seguramente de Port Balifor o Flotsam, de cabellos oscuros y piel bronceada. Había sido torturada, quemada con hierros candentes y violada. Poco más podían saber de la inspección del cadáver. La mayoría se horrorizaron.
Cuando el conjuro de silencio del clérigo se acabó. Trataron de mantener el sigilo todo lo posible. Siempre Puk y Kông delante para abrir sigilosamente las puertas. Encontraron una sala de torturas bien equipada, con potro, dama de hierro, grilletes, cadenas y punzones. No había nadie ahí, sólo un hedor a sangre, sudor y excrementos insoportable.
Seguidamente procedieron a inspeccionar la sección occidental del nivel subterráneo en el que se encontraban. Valiéndose del sigilo de Puk, pudieron comprobar que en ese lugar había al menos tres habitaciones con tres o cuatro personas en cada una. Vieron que dos salían de una y se metían en otra. Vestían como novicios de un templo, con túnicas negras pegadas al cuerpo y una maza de armas en la cintura. Además divisaron guardias con cotas de malla, espadas y sobrevestes de neraka. Valiéndose de un segundo juego de llaves que el pícaro encontró en otra sala de torturas, pudieron bloquear las tres puertas mientras inspeccionaban otras tres salas, donde descubrieron una especie de laboratorio alquímico, un almacén con provisiones y una sala de invocación donde recogieron tres pergaminos con conjuros arcanos.
Finalmente el sigilo terminó cuando empezaron a escucharse golpes en las puertas y gritos. En menos de un minuto la puerta de los guardias saltó en pedazos y los cuatro hombres salieron a luchar con espadas y lanzas. Kông fue hacia ellos seguido de Milos y Tyriel y se enzarzaron en una salvaje refriega. Luna Llena aprovechó la distancia y empezó a lanzar flechazos con gran rapidez a la vez que Puk ganaba la espalda de los hombres y disparó su arco con éxito. Pero a pesar de la sorpresa inicial, los cuatro nerakeses reaccionaron y empezaron a lanzar estocadas y tajos que provocaron diversas heridas al monje, a Milos y a Tyr. La segunda y tercera puertas terminaron de romperse casi a la vez. Los gritos de los que estaban encerrados prometían venganza. De una de ellas iban a salir los cuatro novicios de la calavera, pero ya estaban Kông y Milos frente a ellos, mientras que Tyriel atravesaba el cuerpo de otro de los guardias. Otros dos yacían muertos por los flechazos de LunaLlena, el estoque de Puk, que había atravesado por la espalda a uno de ellos, y la repentina presencia de Oroner, que había vuelto a venir y atacaba con saña a uno de los soldados que previamente le había gritado “traidor” en nerakés y le había propiciado un severo tajo de su espada. De Tyresian no había ni rastro. Kamernathel estaba tras sus compañeros, preparado para atender serias heridas que pudieran producirse. De la tercera puerta salieron otros cuatro jóvenes, hombres y mujeres, vestidos de gris y armados con lanzas cortas. Eran aprendices de la espina, y no tardaron en lanzar sendos proyectiles mágicos y flechas de Melf que impactaron contra el solámnico y el monje causando graves daños. Los aprendices de la espina, por su parte, consiguieron hacer mella en la kalanesti valiéndose de la oscura magia que lanzaban a distancia. La elfa presentaba un aspecto grave. Agarrando su espadón fuertemente con dos manos, Tyriel fue a por los hechiceros con una carga salvaje. Con cada tajo mataba a uno de ellos, a dos los partió por la mitad en una escena ciertamente repulsiva. Oroner terminó por atravesar a uno de los guardias y fue a la habitación de los novicios. Allí estaban Milos y Kông recuperándose de las heridas sufridas. El nerakés se agachó y degolló con la daga negra cogida en Hurim a uno de ellos, ya moribundo, mientras murmuraba una especie de plegaria en su tosca lengua. Cuando trató de repetir con otro, Tyr se lo impidió forcejeando con él, apresándolo y obligándolo a soltar la funesta daga. Hubo una fuerte discusión. Oroner había tratado de apuñalar al solámnico, pero la sangre de ellos no llegó al río.
De repente comenzaron a escuchar griterío y ruidos de metal procedente de la planta de arriba. Todos se apresuraron a subir. En el pasillo vieron cómo un sudoroso Tyresian corría desesperadamente con una especie de gema verdosa del tamaño del puño de un niño flotando tras él. Una gran sombra le atacaba y en ese momento, tras alcanzarle, le dejó tirado en el suelo inconsciente. La gema verdosa cayó al suelo. Órdenes y gritos en nerakés se escuchaban por toda la planta. Hombres armados venían en su dirección. Milos metió la gema verde en su bolsa de contención y Kamernathel lanzó un conjuro para ampliar la fuerza física del mago.
Sin saberlo con certeza, en menos de veinte segundos, el clérigo había salvado al mago de convertirse en una sombra para siempre.
Agarraron al débil mago y se fueron todos juntos abajo. Tyresian convocó un conjuro de invisibilidad para el grupo y avanzaron andando rápido para estar cubiertos por esa magia. Hombres armados miraban y no veían. Mientras alguien impartía las órdenes. Finalmente se escaparon por los túneles. Primero volvieron al sur hasta toparse con el túnel derrumbado; y luego volvieron al norte, hasta salir a la superficie en plena noche, donde continuaron la marcha protegidos por la oscuridad. No sabían qué movimientos iban a hacer los nerakeses de la fortaleza.