1757. Soplan vientos de guerra. A algún rey europeo se le ha roto una tripa y se ha liado muy gorda con Hannover, Prusia y Austria de por medio. Francia, por aquello de hacer piña con el enemigo de su enemigo, se enfrenta a Gran Bretaña en lejanas colonias, odiando muy fuerte en la distancia. Las tropas se lían a galetes -galleta en francés-, y los barcos de unos y otros juegan al cucutrás.
Wilderness War (algo así como la guerra de la tierra salvaje… arrr… tigre), es un magnífico Card Driven (wargame con motor de cartas… la de naipes que se han de quemar para que esto ande), que recrea la Guerra de los Siete Años en territorio americano con innovadoras mecánicas de incursiones indias aderezadas con viajes por río en bote con vistas al Ontario. Un sistema de juego sólido combinado con mecánicas elegantes hacen de éste uno de los mejores exponentes de su género. Un juego que premia la astucia antes que la mera suerte. Un reto para la mente que próximamente será incluida en las actividades extracurriculares de MENSA.
Un indio «normal» y un indio filoinglés posando… no es un chiste, es la portada del juego. Se descartó la propuesta de la bailarina de cancán y el ciervo.
Plantados en la frontera anglo-francesa de los Grandes Lagos (de natural, frontera difusa: ese árbol de allí) se encontraban: el general Lord Borjado, representante de su Gloriosa Majestad y el Parlamento; y frente a él, Mesié le Comandant Jack François de Mirafleur la Tour de Bonmarché avec un petit de cafe au lait merçi beaucoup, soldado, poeta, amante y mujer los viernes por la noche.
La táctica inglesa parecía destinada a vencer por la fuerza de sus siempre renovables tropas (teoría: cascos renovables = casacas rojas), y sus generales patizambos, mientras que el francés juega con pocas tropas y muchos indios y corredores de los bosques (comerciantes de pieles de la zona con cagalera, ansiosos de quemar poblados en busca del famoso papel de pared inglés).
Se ganan puntos de victoria venciendo ejércitos importantes del contrario (vamos, con tropas regulares), quemando y violando las tierras del otro, o echando abajo empalizadas y fortalezas enemigas, amén de alguna cartilla especial como la de Masacre india -un luchador de la WWF con malas pulgas-.
Mon petit cabgonceté, trato hecho, una noche de sexo loco pog dos pieles de gamusino. Agáchate…
El tablero de juego muestra diversas figuras geométricas: los círculos representan bosques donde hay sacrificios humanos, las montañas en realidad son tipis-casinos, y los cuadrados son sitios civilizados donde la gente se aburre mucho.
En su inicio, la partida fue una vorágine de grandes movimientos de tropas. Lord Borjado avanzó con efectividad aunque limitada visión sobre Louisbourg, un magnífico enclave donde se celebraban bailes de máscaras entre nobles y caballos todos los fines de semana. El general Mocón (Monckton) tardaría unos 14 meses en conseguir tomar la plaza que dijo que conquistaría en un día -en la capital se siguen riendo a su costa… fefa, fefa-.
Está bien… nos gendimos. Pego nos vamos contoneando el trasego… en el futugo las neggas estadounidenses nos copiagán.
Mientras tanto, el francés Montcalm -uséase, para los no francófonos, montaña calma- avanzaba sobre el Hudson norteño con una seguridad sólo explicable por su cercanía al coma etílico. Tras tomar la fortaleza allí presente con un golpe de mano de gran valentía, Montcalm se vio obligado a no aprovechar el asombro inglés debido a su falta de efectivos, y todo intento de avance se transformó en la constitución de un frente inamovible donde siempre se tomaba el té a las cinco.
Se comenta que los escoceses no estuvieron en esa batalla porque tenían cosas que hacer.
La pérdida de tropas francesas y el lento pero angustiosamente imparable avance del bárbaro inglés, hicieron temblar las expectativas del Mesié le Comandant -y la papada, mientras ingería croissants y brioches traídos del añorado hogar-.
Los rangers ingleses han olido la tostada. En primer término, Chuck Norris Senior se mofa de los franceses con el símbolo universal del sexo oral.
La estrategia de éste se redujo, pues, a asesinar un poco y forzar a las hembras del ganado de los colonos ingleses, con sus salvajes de cuerpos torneados, piel cobriza y mirada de portada de novela rosa. El inglés, confiando en su simple poderío de tropas, comenzó a avanzar sobre Quebec sin grandes impedimentos.
Sin embargo, todo formaba parte del magistral plan trazado por el Mesié le Comandant en la arena de la playa. Lástima que una ola lo borrara…
Mocón consiguió tomar Quebec al robarle un caramelo al hijo del capitán de la fortaleza. Los médicos piensan que conseguir una victoria tan rápida y efectiva tras la larga espera de la caída de Louisbourg -donde se dice que comenzó el origen de sus males: el debilitamiento cardiaco tras poder acceder a pornografía española que los franceses le facilitaron-, provocó su caída. Mocón moría con una sonrisa de satisfacción y una mancha sospechosa en los pantalones. Oh là là.
“¡Qué mala suerrrte…!” -posibles últimas declaraciones de Mocón.
Francia, con el General Dumas en el oeste acompañado de tres mosqueteros, el conde de Montecristo y la dama de las Camelias, inicia la táctica de «rompeg el cacás». Aprovechando los agujeros abiertos en la línea defensiva de las provincias sureñas, comienza a llenarlos, tomando empalizadas solitarias -sin protección: quítatelo, quítaselo-, para terminar asediando, con éxito inmediato (se rindieron ante la genialidad exhibida por el dramaturgo) Alexandria. No obstante, el palo fue mayúsculo cuando el alto mando descubrió que de pirámides nada.
Alto mando indio dilucidando por qué los europeos repiten nombres de poblaciones a miles de kilómetros de distancia. Con lo fácil que es decir Schenectady o Karaghiyadirha.
El vil inglés no pudo hacer nada para evitar la gran pérdida de puntos que esto supuso, demostrando que el juego está tan bien diseñado que siempre hay posibilidad de victoria, incluso para el bando que se ha pasado dos turnos acariciando la punta de la capa de la derrota.
Al finalizar el duro invierno del 59, los franceses ganaban por 2 PV. El honeur se había salvado. En los festejos que se realizaron por todas partes, se asaron mazorcas de maíz, se bailó con lobos -esto no terminó muy bien-, y los indios fueron invitados a realizar sus primitivos y fascinantes ritos de fertilidad.
En la imagen los tumbados están pedos, no muertos… bueno, algunos.
Aunque fue una gran victoria, la partida podría haber sido más divertida si mi contrincante se hubiera leído mejor las reglas y hubiera sabido utilizar el amplio abanico de posibilidades que este juego, que premia la inteligencia frente a cualquier otro factor, ofrece. La tarde no estuvo exenta de cierto interés, aunque la compañía fue algo insulsa y reiterativa en comentarios como “este juego está roto” o “¿has movido alguna ficha mientras estaba en el cuarto de baño?”. Cree el ladrón que todos son de su condición… A les enfants de la patrie, pas de promenade.