Y así fue que dos de las grandes potencias del momento (la Inglaterra comandada por Lord Borjado, y la Francia dirigida por Jack Francois de Bla-bla-bla) deciden dirimir sus tensiones estratégicas en una lugar relativamente tranquilo y alejado, para que no salpique la ya de por sí explosiva situación europea.
Wilderness War es un wargame ligerito movido por cartas, ideal para aquellos que desean dar sus primeros pasos en este tipo de juegos, sin correr el riesgo de perder neuronas antes de catar los grandes monstruos del género. La temática representa la Guerra de los Siete Años en territorio americano (conocida también como guerra franco – india). Indios, colonos y señores con levitas y pelucas dándose la del pulpo entre los abetos canadienses ¿cómo resistirse a este escenario y semejante ocasión para los chistes malos?
¿Talco para pelucas? Yo no saber. Pero tener sirope de arce.
Con esta premisa tan sugerente iniciamos los primeros turnos. Con la frontera bien guarnecida por fuertes y recia soldadesca reclutada en los agujeros más miserables de Irlanda, la máquina militar inglesa se pone en marcha y decide presionar a los gabachos donde más les duele: asediando Louisburg (un antro decadente donde se las dan de civilizados imitando las bacanales de la metrópoli con lo que tienen más a mano. Lo dejo a la imaginación de cada uno).
Lord Mockton – o Mocón, como le llaman burlonamente los devoradores de cruasanes- efectúa un contundente desembarco ante la ciudad con la intención de tomarla en un golpe de mano, pero por una serie de circunstancias la situación se complica (básicamente, que los franceses se niegan a rendirse) y habrá de poner la ciudad bajo un largo y duro asedio.
El general francés Montcalm, por aquello de tenerla igual de larga que su homólogo inglés, decide avanzar con su ejército intentando poner en jaque la región y su capital, Albany. Cosas de pura suerte -que obviamente presentó inmediatamente como “el clago tgiunfo del genio militag fgansés”-, Montcalm consigue tomar un pequeño fuerte sin importancia cercano, y se agarra a él como una ladilla a… bueno, a donde se a que se agarren las ladillas. Los franceses saben más de estas cosas que yo.
Expediente sancionador y latigazos para el guardia irlandés que alegó en su propia defensa que “iba a echar la llave, pero primero quería remojarme un poco el gaznate, si usted entiende lo que quiere decir, y luego es todo bastante borroso”.
Las posiciones en este lugar fueron monolíticas durante toda la partida. Las plazas fuertes no cambiaron de mano una sola vez. Los franceses (con la cercanía que da el ser enemigos íntimos) tras entender que aquellas “podegosas señoguitas” eran en realidad el 42º Regimiento Highlander, lo de llevar falda no era reflejo de una mentalidad liberal y que no iban a conseguir un mayor acercamiento que el de intercambiar disparos e insultos muy descriptivos, decidieron centrar su atención en otra parte y se dedicaron a soliviantar a los indios que contemplaban un poco confusos tan colorido trajín. Sigo sin tener muy claro quién les dio vela en el entierro a estos señores para meterse en asuntos que no les conciernen, pero bueno. El caso es que se dedicaron a colarse por todas las rendijas del mapa que encontraron quemando, asesinando y violando granjas, ganado y colonos (no necesariamente en ese orden) a lo largo de la frontera.
Esta situación derivó en un animado baile a lo largo del curso del río Hudson y aledaños, con indios y colonos de uno y otro bando jugando al escondite y a ver quién cometía la mayor masacre de inocentes (bando francés) o realizaba una comedida acción punitiva con daños colaterales casi testimoniales (bando inglés)
Heroico colono inglés. Mira qué pelazo
Malvado aliado de los franceses. Si es que con esta cara no se puede ser bueno
Finalmente el curso de la historia se decidirá fuera del circo principal… tras casi año y medio de asedio entre lluvias torrenciales, Mockton (Mocón para los franceses) se acerca tambaleante y lloroso ante los devastados muros de la ciudad, a tiro de fusil. Arrodillado en medio del barro, el rostro surcado por las lágrimas, clama a los cielos su desgracia: “¡¿qué he de hacer para conseguir tomar esta puñetera ciudad?!”.
Una voz le contesta desde los alto de los muros: “Puedé ustéd pgobag a pediglo con educasión”.
Y así fue como cayó Louisburg, esa misma tarde.
Llanto, crujir de dientes y mesadura de pelucas para los franceses: su principal plaza fuerte está en manos de sus enemigos y con ella el acceso a los enclaves del norte, que de caer dejarán aislados al ejército de Montcalm. Sabedor de este hecho Lord Mockton (Mocón para los franceses) ya recobrada la compostura avanza -la mirada brillante, clara la frente, peluca al viento- con firmeza sobre el próximo objetivo de su victoria: Quebec. Pero los dados infaustos han decidido el destino de su adalid. Así como no se puede tocar el solo sin quemarse, no se puede alcanzar la gloria más de una vez.
(Modo pedante OFF)
Para ir al turrón. Quebec cae tras un duro asalto, que le cuesta más bajas de las deseadas a Lord Mockton (Mocón para los franceses). El joven y prometedor general Villers, que ha mantenido la ciudad contra viento y marea, muere levemente tras parar con el pecho una bala de cañón. La intensidad de la emoción por tomar una ciudad en menos de año y medio pasa factura al vigoroso pero ya maduro corazón de Mockton y cae tieso cual estaca en medio del banquete de la victoria, ante la incrédula mirada de oficiales y pelotas varios.
El ejército del norte controla ahora las principales ciudades de la región, pero sin oficiales de rango es bastante inoperativo. Con este panorama los franceses deciden que la ocasión la pintan calva y, expertos como son en cuestiones de atacar la retaguardia (ejem) deciden usar a su colorido grupo de salvajes para atacar el que había sido el rincón más tranquilo de toda la partida, rompiendo un pacto tácito de no agresión (“tu no me rompes las pelotas con tus indios y yo no atravieso las montañas para aplastarte con tres regimientos, que estoy ocupado en otras cosas”): los fuertes de Augusta y Woodstock en la frontera de Virginia. Las milicias responden con efectividad -realmente son una opción imprescindible para minimizar las incursiones del enemigo- y consiguen expulsarlos, pero el daño ya está hecho: Monsieur Jack de Bla-bla-bla ha conseguido arañar dos puntos que le otorgarán una ajustada (y en realidad inmerecida) victoria.
En conclusión, interesante partida de un juego que “está bien”, con un reglamento asequible para jugadores que se están iniciando, como es el caso de mi contrincante; el motor de cartas da gran colorido a las partidas aunque demuestre ser un arma de doble filo: puede otorgar inmerec… inesperados golpes de suerte a los jugadores menos hábiles que les permitan reconducir su partida (franceses), o tumbar estrategias sólidas y cuidadosamente elaboradas (ingleses).
Siempre me quedará la sospecha de si algunas fichas fueron cambiadas de ubicación (mientras atendía necesidades fisiológicas que no son de la incumbencia de los lectores) pero prefiero no ahondar ahí porque sería de mal gusto acusar a un colega de algo tan feo, y porque me olvidó enchufar la cámara oculta.
Pero bueno, el que no se consuela es porque no quiere… me queda el consuelo de que en Quebec nadie hablará en un futuro con ese horrible acento francés. Me dispongo a britanizar a los alumnos canadienses para evitar futuros referendums.