LA LLAVE DEL DESTINO
Capítulo I
«Cómo encontrar una llave»
“ En el año 425 después del Cataclismo, Ansalon asiste al retorno definitivo de los dioses de Krynn. Muchas lágrimas de desconsuelo que se derramaron a mares en los últimos veinte años, vieron las plegarias felizmente atendidas.
La Reina de la Oscuridad había muerto. El príncipe Silvanoshei, llamado a heredar el trono de los dos reinos élficos, había abierto el vientre de la Diosa en un arranque de ira con una dragonlance rota. Del estupor inicial al grito desgarrador de Mina transcurrió sólo un latido de corazón. La joven pelirroja, enfundada en una abollada armadura de los caballeros de Neraka, mató al elfo de una salvaje estocada.
Las esperanzas de futuro de dos milenarias naciones se esfumaron en un instante ante la mirada de incredulidad de los propios dioses, que observaban los acontecimientos en Sanction.
La exitosa campaña de la oscura orden, que controlaba reinos y naciones por medio Ansalon, llegó a un abrupto término. Las almas de los muertos eran ahora libres de seguir su viaje a la otra vida, a encontrarse con sus seres queridos. La esclavitud de los difuntos había concluido. Los caballeros de Neraka habían sufrido un duro revés en los muros de la ciudad portuaria. Goddard Tasgall había conducido a las huestes solámnicas a una contundente victoria sobre sus enemigos, si bien a un alto coste en vidas humanas y elfas.
La desolación por la pérdida de su bien amado hijo arrojó a la Reina Alhana Starbreeze y a su esposo Porthios Kanan al pozo sin fondo de la depresión y la amargura. Todo se vino abajo en en unos segundos. La pareja nunca superaría el trance. Aunque tuvieron pocas oportunidades para compartir su dolor.
Porthios Kanan había desaparecido el mismo día en que Beryllinthranox murió sobre Qualinost, sepultando para siempre la hermosa urbe élfica en un lago de muerte conocido como el Nalis Aren. Alhana dejó el trono en manos de su sobrino Gilthas Pathfinder; hijo de Lauralanthalasa y Tanis el Semielfo. El rey “marioneta” demostró su verdadera cara como líder valeroso y capaz, al dirigir al pueblo de Qualinesti a las Praderas de Arena; en lo que se conoció como la Larga Marcha, con destino a Silvanesti.
De los pasos que siguió Alhana había muy pocas noticias fiables. Pero lo cierto es que buscó desesperadamente el aislamiento y la soledad; tan solo rodeada por sus más fieles guardias, como el general Samar, y algunos otros sirvientes cercanos.
Los bosques de Silvanesti quedaron en manos de los temibles hombres toro. Con la desaparición del Torbellino del Mar de Sangre, la navegación era ahora menos peligrosa. Las galeras minotauras de la Armada Imperial de Mithas arribaron a la hermosa Silvanost subiendo por el Thon Thalas y encontrando escasa resistencia silvanesti. El grueso de las tropas del Orador estaba en Sanction. El país estaba perdido. La tragedia élfica se escribía de esta manera con el peor de los acontecimientos.
Mientras tanto, en el Templo de Duerghast de Sanction, para mantener el equilibrio cósmico, Paladine perdió su inmortalidad, adoptando el aspecto de un anciano elfo vagabundo de nombre Valthonis, que, de acuerdo a la voluntad de los dioses, no conocería el descanso y vagaría siempre de una punta a otra del mundo.
Mina desapareció del mapa definitivamente; aunque algunos dicen que sirvió al señor de los no muertos, Chemosh, durante algún tiempo.
Los caballeros de Neraka, con su reina desaparecida y su caudillo ausente, cayeron en el caos. Fueron expulsados por las legiones minotauras de los bosques de Silvanesti sin miramientos; mientras que sus eternos rivales, los caballeros de Solamnia, se instalaron decididamente en Sanction, de donde expulsaron a los nerakianos con la ayuda de los elfos qualinesti y silvanesti, aunque a un precio demasiado elevado.
El invierno había llegado con fuerza a las tierras del sur de Khur. Por el día seguía haciendo un intenso calor; pero por la noche, en algunos lugares elevados, copos de nieve cubrían amplias extensiones de terreno.
La frontera de Khur con Silvanesti se había convertido en uno de los lugares más peligrosos de Ansalon, a excepción de los dominios del dragón supremo que aun quedaba, el blanco Gellidus. Batidores minotauros peinaban la zona en busca de elfos y espías humanos. Sabían que tanto los solámnicos como los nerakianos no se quedarían de brazos cruzados durante mucho tiempo.
Merodear por la zona para obtener información de las posiciones minotauras requería de una buena dosis de hígados y nervios de acero. Harral uth Vantarth de Caergoth y Tyr uth Voinne de Solanthus, dos escuderos de venticinco años, querían ingresar en la orden solámnica, en la Espada y la Rosa. Sabían que permaneciendo tras las líneas de las fortalezas no lo conseguirían nunca. Por eso se ofrecieron voluntarios para la misión.
Habían llegado a Sanction sólo dos meses atrás, junto con la infantería de refresco que el emperador Jaymes Markham envía regularmente al mando solámnico en la ciudad. A pesar de que la vieja urbe estaba controlada por los caballeros, fuera del palacio del desaparecido Hogan Rada, el caos rige con mano firme la vida dentro de los muros. Tabernas, burdeles, sórdidas posadas, casas de juego, toda clase de vicios para hombres con una paga que gastar. Así no llegarían a ser caballeros.
Acompañaban a Heres Sonor, un explorador versado en los bosques de Silvanesti que llevaba varios meses haciendo misiones de reconocimiento y esquivaba hábilmente a los batidores de las legiones. Durante días penetraron en la floresta con sumo cuidado, llegando a las cercanías de Sithelnost, en otro tiempo un mítico fuerte elfo en la guerra contra Ergoth. Allí encontraron a un bárbaro de las llanuras acompañado por un gran lobo de pelo blanco. Decía llamarse Loboblanco de los Que Kiri, allá en Abanasinia. Había pasado varios meses en las tierras de la gran ciénaga, siendo testigo de las terribles agresiones a la naturaleza que el monstruoso dragón negro Onysablet había causado. Luego se sintió enfermo y penetró en las antiguas tierras de los elfos, donde pudo comprobar lo que las hachas minotauras habían hecho en árboles milenarios. Decía ser un druida de Chislev, que había acordado con algunos de sus hermanos investigar en ciertas áreas del sur de Ansalon los daños que la naturaleza había recibido por parte de los grandes dragones y las invasiones de goblins y otros monstruos. El resultado no podía ser más desesperanzador. Por ello decidieron unir sus esfuerzos durante un tiempo.
Con los conocimientos del explorador y el druida, se movían con soltura por la floresta, confiando en evitar a los ocupantes. Pero una mañana les emboscaron. Eran seis batidores de la Legión de los Lobos de Madera. Los solámnicos entablaron feroz resistencia a espadazos con los hombres toro, mientras que Sonor utilizaba su arco largo. Loboblanco era ayudado por varios lobos que salían de la espesura y le defendían. Una saeta minotaura se clavó en el costado del explorador y un cuerno sonó. En breve estuvieron rodeados por una docena de minotauros y tuvieron que retirarse con rapidez, dejando al desafortunado Sonor atrás. Los jóvenes escuderos de la orden no pudieron hacer nada salvo rezar a Kirijolith para que su compañero no muriera y su vida fuera respetada; pues sabían que había sido capturado.
Su aventura en Silvanesti había durado poco. Fueron hostigados por los enemigos durante días. Sólo gracias a sus monturas pudieron escaparse. Abandonaron la frontera y se adentraron en el sur de Khur, confiando estar a salvo de los hombres toro.
Varias agotadoras jornadas más tarde, soportando ya el calor de las inhóspitas tierras de los nómadas del desierto, los tres y la gran loba blanca que acompañaba al druida llegaron a la villa fronteriza de Pashin, un lugar de paso y semiindependiente de Kuri Khan, refugio de bandidos, contrabandistas y gentes de todo tipo que huían de una persecución. Contaba con un muro de piedra arenisca del mismo color que el desierto que les rodeaba. Un tropel de nómadas con sus caballos y algunos camellos se agolpaban a las puertas del sur, donde entraban lentamente en la ciudad tras pasar el control de los aburridos guardias que, ataviados con las amplias ropas de los nómadas, cota de escamas, lanzas y cimitarras, preguntaban monótonamente lo mismo a todos los que llegaban. Harral, Tyr y Loboblanco pasaron sin mayor problema tras ocultar en sus mochilas sus tabardos solámnicos y sus armaduras para así parecer unos mercenarios más. Las calles de la villa eran un mosaico de olores y sensaciones. La mayoría de los habitantes eran humanos de la raza kalinesa, piel tostada y cabello negro y corto; las mujeres ataviadas con abayas, hijabs y la mayoría con el rostro cubierto, los hombres con turbantes y largas túnicas de color blanco.
Llegaron al atardecer, cuando el sol se iba ocultando por el oeste. Estaban agotados, sedientos, doloridos por las heridas sufridas contra los legionarios….. pero sobre todo hundidos por el peso del fracaso, de la pérdida de su compañero, de su más que probable muerte. Se habían dejado llevar por la autoconfianza y el ansia de gloria….. y habían recibido un duro golpe.
Loboblanco había tratado de animarles resaltando su valor en el combate. Habían hecho lo humanamente posible para salvar a su compañero, pero eran desgracias de la guerra. Los hombres toro eran soldados muy disciplinados y fuertes, además de que les superaban en número ampliamente. Pero lo cierto era que nada podía aliviar el ánimo de Harral y Tyriel.
Mientras buscaban un lugar en el que descansar, los sonidos de una extraña escena llegaron hasta sus oídos.
En un callejón cercano, un mercenario borracho, ergothiano por su acento, acompañado por dos compañeros, amenazaba a una niña kender que se refugiaba tras su padre, un asustado kender de mediana edad que empuñaba un cuchillo. El mercenario acusaba a la niña de haberle robado sus monedas, y estaba a punto de apartar de un manotazo al pobre desgraciado para coger a la niña. Entonces los solámnicos lanzaron al trío mercenario una elocuente mirada que dejaba claro lo que sucedería si trataban de agarrar a la pequeña. Tyr se ajustó su espadón a la espalda y Harral se llevó la mano a la empuñadura de su espada larga. De alguna manera, los solámnicos deseaban que los hombres les dieran cualquier excusa para desenvainar y dar salida a la rabia contenida. Sin embargo, los mercenarios se marcharon a regañadientes prometiendo venganza en sus ojos.
El kender se llamaba Hojaespina, y su niña Kelmecha. El pobre hombrecillo se deshacía en agradecimientos a los tres salvadores y les indicó donde tomar algo de beber y descansar. El Cuervo Herido, una famosa taberna donde esa misma noche el Heraldo, un famoso y anciano bardo, contaría una apasionante historia.
Hojaespina les acompañó al lugar y curiosamente no les atosigó a preguntas ni mantenía la interminable cháchara de los kender.
– Kenders aquejados – dijo Loboblanco. Habitantes de Kendermore. Arrasado por Malys la Roja. Ya no son como los demás kenders. Ahora son ansiosos, pesimistas y preocupados, como tú y como yo.
Los dos escuderos se miraron y leyeron la compasión que destilaban sus ojos. Una barbaridad más de las últimas terribles dos décadas de historia de Ansalon.
El Cuervo Herido era una posada espaciosa y muy poblada por una fiel parroquia de clientes. La mayoría eran nativos, aunque también había bastantes hombres jóvenes de piel más clara y cabello castaño que por su acento procedían de Taman Busuk, la región de Neraka. Los escuderos se sintieron más que alarmados, porque habían visto a muchos de ellos sobre todo en la parte este de la ciudad. Escuchando, se enteraron de que los caballeros negros que huían de Silvanesti se habían instalado en las afueras de la ciudad, en la puerta este, al mando del general Dogah. Controlaban buena parte de la urbe. Traficaban y sobornaban con bienes robados de todo el país de los elfos.
El Heraldo era un hombre de más de sesenta inviernos, con cabello largo y blanco. A pesar de las peticiones de los presentes, el anciano contó la historia de Mina y su epopeya, dejando en un más que mal lugar a los caballeros de Neraka.
No llegó a acabar el relato; pues los nerakianos presentes lanzaron vasos, jarras y comida al anciano y trataron de echarle mano. No tardó en estallar una gresca de taberna que se convirtió en un todos contra todos.
Los solámnicos y el bárbaro de las llanuras consiguieron sacar al anciano de la taberna y curarle algunas de sus magulladuras. Éste, cuando recobró el sentido, les dijo algo sobre una llave de gran magia que había sido robada por un bandido llamado Pegrin, un antiguo soldado de Neraka que tenía un campamento no lejos de la ciudad. Había soñado con ellos y con la llave. Tenían que ir por ella antes de que el bandido se alejara. En la calle, Hojaespina y Kelmecha les esperaban para guiarles a la posada de los Cinco Dragones, donde podían alojarse y apartarse del jaleo que se había organizado en la taberna.
Una señora mediana edad de profundos ojos negros, una khurita de pura raza, regentaba la amplia posada donde se alojó el trío. Tomaron un baño y comieron más que en las dos últimas semanas. Por la mañana saldrían a buscar el campamento del bandido y recuperar esa llave que, según decía el anciano, no tenía forma de llave. Esperaban embarcarse en alguna misión; tener algún objetivo que les permitiera resarcirse de lo sucedido en Silvanesti. Si podían, conseguirían esa llave.
Se fueron temprano a dormir y descansaron como hacía mucho que no lo hacían. Cuando hubieron desayunado y conversado con Evaline Yaseth, la hermosa dueña de la posada, marcharon al exterior. Salieron a la calle, el sol ya calentaba lo suficiente como para que se sintieran incómodos. Kelmecha estaba allí, sonriente. Les guiaría al campamento de Pegrin. Estaba sólo a dos horas de distancia. Pero era mejor salir por la puerta sur, donde no había nerakianos.
No lejos de Pashin, en una colina pelada y rocosa, un grupo de tiendas de campaña de diseño nerakés se arracimaban en su cima. Kelmecha se movía como un felino y divisaba a los hombres que patrullaban el lugar. Iban vestidos con cotas de cuero y tenían un aspecto desaliñado. Al menos habían visto a tres. Se rumoreaba que había un mago con ellos. Esto preocupó a Harral considerablemente.
Se acercaron con sigilo a la tienda más grande, mientras que Loboblanco daba un rodeo y, convocando a seis lobos, se internó por el norte del campamento. Los guardias se sobresaltaron y desenvainaron las espadas para atacar al bárbaro. Los solámnicos mataron rápidamente a uno de los guardias y se metieron en la gran tienda; donde un asustado Pegrin, un fornido bandido barbudo y con una espada bastarda, gritó y amenazó a los dos escuderos para que se marcharan. Pero la lucha fue inevitable. Tyr intercambió varios tajos y estocadas con él. La sangre comenzó a manar de las heridas de ambos y Harral, viendo que no se trataba de un bandido inexperto, apoyó a su compañero dando severas estocadas al nerakés hasta dejarlo fuera de combate. La espada de Tyr le abrió el pecho a Pegrin y éste cayó muerto. Los lobos de Loboblanco habían sembrado el caos en el campamento. El hechicero, un adolescente llamado Cole, se había rendido de inmediato mojando los pantalones y suplicando por su vida
Los solámnicos encontraron varios objetos elfos robados, como figurillas de jade y una extraña caja de música también de manufactura élfica, además de diversas pociones y un puñado de monedas de acero. Echaron los cadáveres a la gran fogata con foso y elevaron una plegaria por los muertos a Kirijolith.
Loboblanco les dijo que la caja de música desprendía una poderosísima magia que era incapaz de aprehender. Aquella debía ser la llave que no parecía una llave.
El regreso a la ciudad fue en silencio. La loba se adelantaba y jugueteaba con Kelmecha para matar la monotonía del camino. La expresión de los solámnicos era grave, mientras que la del druida era melancólica.
Divisaron la parte oriental de Pashin, donde los nerakianos habían construido un anexo fortificado a la muralla. De sus pendones ondeaban las banderas del lirio y la calavera, símbolos de Neraka. Debían evitar esa zona a toda costa. Volvieron a entrar por la puerta sur y se dirigieron al centro de la villa. Entonces vieron el curioso espectáculo de cómo tres acróbatas, una hermosa semielfa de tez bronceada, un musculoso nómada del desierto semidesnudo y una joven kender de largos cabellos hacían saltos, cabriolas y volteretas. Sin embargo, el público no parecía apreciar demasiado el espectáculo y le tiraba desperdicios y les silbaban. Entonces la semielfa fue lanzada por el hombre hacia la multitud y ésta cayó mal sobre ellos, fallando en su voltereta. La gente gritaba enfadada mientras que la kender se metía entre ellos y le alejaba con sus saquillos algo más llenos que al entrar. La plebe iba a linchar a la mujer, pero los solámnicos lo impidieron, a lo que ayudó la presencia intimidatoria de la gran loba y su amo.
Cuando la multitud se dispersó, la semielfa, de nombre Blythe, les agradeció la ayuda que les habían prestado. Presentó a Garañón, el forzudo acróbata, y la kender Grace, que ya se había esfumado. A las preguntas de Tyr, la mujer les dijo que desde que llegaron los nerakianos estaban pasando hambre. Con eso, las sospechas de que todo este numerito estuviera preparado para robar a los transeúntes quedaron disipadas o al menos empequeñecidas. Les dijo Blythe que tal vez se encontrarían en el Cuervo Herido.
Estaba a punto de anochecer, cuando observaron a un ogro borracho haciendo frente con las manos desnudas a tres matones khuritas con cimitarras y dagas. A diferencia de otras ocasiones, el grupo no intervino, lo que sí hizo una patrulla de nerakianos que detuvo a todos, el ogro, dos humanos inconscientes y el que quedaba en pie.
Una hora más tarde, en el cuervo herido, los tres se sentaron en una mesa cerca de la barra mientras comentaban el incidente del ogro; a su lado había un joven solámnico de aspecto viajero que tomaba un cuenco de potaje caliente. En la barra, cinco nerakianos medio borrachos hablaban con un alto semiogro, de nombre Mirlo, sobre la posibilidad de que les ofrecieran una elfa para divertirse. El semiogro les dijo que ahora mismo no tenía ninguna a su disposición. Los nerakianos reían vulgarmente recordando lo poco que les duró la última. La camarera iba y venía nerviosamente atendiendo a los clientes. Un hombre embozado se sentó en la mesa del grupo tras ser invitado a una jarra de cerveza y él les habló en voz muy baja. Se trataba de un elfo llamado Kamernathel, un sacerdote de Mishakal, o Quenn Illumini, en qualinesti. Estaba buscando a sus congéneres, que habían desaparecido de la faz de la villa. El semiogro propuso al otro solámnico algún negocio turbio; pero a éste sólo le importaba entrevistarse con el Heraldo, que apareció algo más tarde para agradecer al grupo lo que habían hecho por él el día anterior.
Subieron a una habitación para hablar del objeto que habían encontrado. Apenas tenían datos sobre el origen de la llave ni lo que ésta abría. Sólo que si se trataba, como parecía, de la Llave de Quinari, entonces estaban ante un artefacto de varios milenios de antigüedad.
En cualquier caso, su misión en la ciudad había concluido. Les pareció más que adecuado de acuerdo a los preceptos de la Medida ayudar a encontrar a los elfos, que eran los legítimos dueños de la caja de música. Era también una forma de hacer algo de mérito que poder presentar a sus superiores.
El otro solámnico, de nombre Ambrose, también habló con el anciano. Éste le dijo que ayudara al grupo a proteger la llave. Les seguiría y se presentaría a ellos. El elfo había salido previamente hacia la posada de los cinco dragones. Se topó con una extraña escena. Una figura embozada se encontraba sobre alguien tumbado en el suelo. Una hoja curva ensangrentada empuñada goteaba al suelo. Kamer se acercó y el asesino se reveló como un elfo oscuro que había matado a otro elfo por una antigua cuita. Todos vestían ropas propias de un leproso. De pronto, otros tres elfos llegaron al lugar y vieron huir al asesino, que fue objeto de varios flechazos sin éxito. Le dijeron al clérigo que huyera de la ciudad, que los elfos estaban escondidos y así seguirían. No le dijeron nada más, pues pronto una patrulla de nerakianos llegaría. Mientras tanto, el resto del grupo se encontró en las calles oscuras y se presentaron al desconocido. Ambrose les dijo que quería acompañarles para ayudarles a proteger lo que llevaban oculto.
Entonces se toparon con Jacob. Un campesino de mediana edad que, armado con una espada larga y camisote de mallas; abrigado con gruesas ropas de invierno, abandonaba un almacén que explotaba con fuerza tras él, armando gran escándalo. Sin resuello y algo herido, el hombre les dijo que le ayudaran a llegar a Los cinco dragones, pues era un luchador de la resistencia. El grupo ayudó al hombre por las calles de la oscura villa, cuando se dieron cuenta de que alguien les seguía. Tyr y Harral quedaron atrás para ver de quién se trataba. Resulta que eran los dos hijos adolescentes de Jacob, que habían sido enviados por su madre para evitar que hiciera de las suyas. Jacob trabajaba para la Legión de Acero, un grupo famoso por su lucha contra la tiranía en Ansalon. Cuando Jacob se recompuso de la explosión, acordó marcharse con sus hijos a casa.
Pero los nerakianos ya estaban ahí. Una patrulla al completo. Se desencadenó una lucha en la calle. Tyr y Harral cargaron, mientras que Loboblanco se preparaba para conjurar, al igual que Kamernathel. Pero Ambrose se adelantó y lanzó un conjuro que envolvió a los soldados en telarañas y así se quedaron, sin poder moverse. En la oscuridad, el grupo se marchó a la posada, pues no les habían visto la cara a ninguno, gracias a la falta casi completa de luz de Solinari y Lunitari.
Horas más tarde, en la posada de los Cinco Dragones, una vez que Jacob y sus hijos fueron acogidos por una preocupada Emaline Yaseth, que a la sazón también trabajaban para la Legión de Acero, el grupo decidió que a la mañana siguiente buscarían a los elfos para mostrarles la llave. Emaline les dijo que buscaran en las alcantarillas, pues se creía que se habían ocultado allí. La esposa de Jacob había sido evacuada de su casa, pues los caballeros negros buscarían a su marido en su hogar y lo ahorcarían junto a su familia sin muchos miramientos ni nada parecido a un juicio justo.
Gracias a una amplia bañera de bronce, el grupo pudo asearse adecuadamente, en parte con la ayuda de las atenciones de los criados de la posada.
Antes de que el sol se alzara en todo su esplendor, todos se pusieron en marcha para entrar en las antiguas cloacas de Pashin, que tenían varios siglos de antigüedad; pues la ciudad en sí nació como un antiguo puesto avanzado de Istar. Aprovecharon un pozo artesiano que servía de sumidero para bajar por los toscos escalones excavados en la piedra……y se sumieron en la oscuridad maloliente del subsuelo de la urbe. Al menos la anchura de los túneles era considerable. Veinticinco pies de ancho, quince para la torrentera y diez para dos pasarelas laterales. Contaban con la luz del mago Ambrose y del clérigo Kamernathel. Iban todos en fila india por una de las pasarelas. La diosa Mishakal le había indicado la dirección que debía ser apropiada a su sacerdote. No tardaron en toparse con un gran centro de desechos. Era un gran sumidero donde iba a parar gran parte de la basura de Pashin. Un grupo de andrajosos goblins armados con espadas cortas y ballestas ligeras habitaban sobre aquel montón de basura. Nada más verlos les lanzaron saetas y Tyr lanzó un tremendo tajo a una de las criaturas. Pero no dio tiempo a mucho más, porque Ambrose volvió a lanzar una tela de araña que los dejó atrapados. Les interrogó, y los viles hombrecillos prometieron irse si les dejaban vivir. Incluso el mago les dejó varias monedas de acero para mostrarles que no tenía intención de hacerles daño; sino tan sólo pasar por su territorio hacia donde habían oído que habitaban otras criaturas.
Dejaron atrás a los goblins y se adentraron en la parte occidental de las cloacas, donde empezaron a notar un nauseabundo olor a carne podrida. Sabían que lo que iban a encontrar no les gustaría. Pronto comenzaron a escuchar la voz de aquella criatura. Dulcesssss, traedlosssss, esclavossssssss.
Un monstruoso humanoide extremadamente obeso, comedor de carne y carroña estaba de pie sobre una plataforma de madera sorbiendo el tuétano de varios huesos. Tyr, asustado pero reaccionando de forma instintiva, saltó hacia él con el espadón sobre la cabeza y le dio dos severos tajos que esparcieron la negruzca sangre por todas partes. Loboblanco convocó una esfera de fuego que dirigió contra el monstruo; aunque éste, a pesar de su tamaño, la consiguió evitar con facilidad. Harral se acercó para ayudar a su amigo y lanzó varias estocadas contra la criatura.
En ese momento, siete de sus esclavos salieron de las torrenteras y atacaron salvajemente. Kamer invocó el poder de Quenn Illimini para ahuyentar a varios de ellos, mientras Ambrose levitaba y se pegaba al techo. Uno de los necrófagos dio un mordisco a Kamer; y Loboblanco, convocando a un cocodrilo, hizo que éste se lanzara contra el muerto viviente, arrancándole media pierna de un mordisco. Los solámicos luchaban con férrea voluntad contra la obesa aberración, a pesar de que éste conseguía herirlos con sus garras y mordiscos. Harral se quedó paralizado por el toque del monstruo y Tyr, con graves heridas, le asestó un severo tajo en vez de tomarse una poción curativa.
Por fortuna, Ambrose lanzó dos proyectiles arcanos que le impactaron y lo mató definitivamente.
Sin embargo, los goblins volvieron a aparecer a traición y nuevamente fueron encerrados en una telaraña por el mago. Pero esta vez no les valió de mucho el lloriqueo y las súplicas. Fueron amenazados con ser ejecutados si volvían a aparecer. Cuando fueron liberados se dieron la vuelta para huir; pero uno de ellos fue partido en dos por un poderoso mandoble de Tyriael.
Siguieron buscando el refugio de los elfos en la parte sur del entramado de alcantarillas hasta que, en uno de los pozos artesianos, Kamernathel localizó en una pared un símbolo de entrada élfico. “ El paso es seguro: Ael Ura ki” Era una puerta camuflada. Pronunciando las palabras en voz alta y pasando el dedo por el símbolo, la puerta se abrió a un estrecho pasillo con unas escaleras largas que bajaban hasta una gran cámara subterránea en cuyo techo brillaban pequeñas luces que, tras una atenta observación, simulaban las constelaciones de Krynn.
En aquella gran caverna subterránea, que antiguamente, según supieron luego, fue un viejo templo zhakar dedicado a Morgion, se ocultaba la colonia élfica. Algunos de ellos tenían una extraña dolencia llamada devastación solar, que comenzaba a causar ceguera y acababa con la vida de los pobres pacientes en pocos días. La dama Shaylin Lunanaciente de la casa de Mística, lideraba el gran grupo. Era una maga de blanca túnica y bello rostro aunque cargado de una infinita tristeza. Les explicó que ella les había convocado; puesto que en sus sueños ellos aparecían con la llave mística viajando hasta una antigua ciudad en ruinas. Les ofreció descanso y agua para asearse mientras trataba de aclarar con los solámnicos, el bárbaro y el qualinesti, el motivo por el que estaban allí y a dónde debían llegar para evitar que la llave cayera en manos inadecuadas. La sacerdotisa de Quenesti Pah, Angelyn Canto Estelar curó la mayoría de las heridas del grupo y les ofreció información sobre la extraña aflicción que sufrían los elfos.
-La naturaleza de esta enfermedad está relacionada con el escudo de Silvanesti que nos protegió durante décadas, druida, no tiene nada que ver con la naturaleza ni con Chislev.- dijo con voz musical y sosegada.
Shaylin, con voz serena pero angustiada a fuerza de mantener una apariencia de fortaleza durante demasiado tiempo, les indicó que debían marcharse del refugio y de Pashin para dirigirse a Hurim, donde se encontraba el Templo Destrozado, un antiguo complejo de templos donde hace setecientos años tuvo lugar una noche de traición en el que murieron sus dos mil habitantes. La llave tenía que ver con aquel lugar y allí es donde debían llevarla. Les dieron quith pa elfo, las raciones de viaje de este pueblo, y les indicaron la forma de salir por un túnel y seguir hasta las ruinas de Hurim con el mapa de la región en un tubo de pergaminos.
Naelathan, un cínico hechicero silvanesti de negros ropajes, les llevó al exterior de la ciudad y les dijo donde esperaban sus caballos. Pero tuvieron que comprar varias monturas más como mulos y caballos de monta en el bazar de Pashin. Con un propósito claro y muchas reservas por parte de algunos de los miembros del grupo. Se prepararon para un viaje a un lugar recóndito y abandonado hacía más de seis siglos.