CAPITULO  3

                                                                               El TEMPLO DESTROZADO

 

 

Ya había amanecido. Decidieron seguir avanzando por el valle antes de que el sol castigara con más fuerza el lugar. El Templo Destrozado esta allí delante, una pirámide escalonada en cuyas esquinas antiguamente había cuatro altos obeliscos. El camino que llevaba al templo estaba flanqueado por restos de estatuas que representaban dioses del bien. Junto a la entrada al templo, estaban los restos de dos grandes estatuas que representaban a Paladine y a Mishakal. Sólo quedaban los pies y poco más.

Entonces comenzaron las primeras visiones.

Vieron una extraña aparición. Cómo un monstruoso ogro destrozaba la estatua de la diosa de la curación y agarraba su cabeza para lanzarla contra la puerta del templo, a  la vez que pisoteaba a un sacerdote herido de muerte. Tal como comenzó la visión, ésta se apagó. Mortaja decía que era una especie de impregnación de sucesos del pasado que por el especial sufrimiento que tuvo lugar quedaron grabados en el sitio.

 

El templo, a pesar de que era de estructura piramidal, tenía sus plantas hacia abajo, hundiéndose en la tierra. El primer piso mostraba claros signos de haber sido un campo de batalla frontal de ogros contra los defensores humanos del templo.

 

Al poco de entrar, Loboblanco llegó desde el exterior, con un aspecto cansado y herido. Había luchado contra la dríada de la huerta salvaje que había en el oeste del valle. Casi pierde la vida en ello.

 

Comenzaron a explorar los antiguos corredores y comprobar los esqueletos ogros y humanos que había por todas partes. Las visiones continuaron. Un joven sacerdote de Paladine invoca a su dios para que le conceda una espada sagrada con la que defender a sus compañeros y al templo. Pero un bestial ogro con su clava lo desarma y le deja tumbado antes de partirle el cráneo de un brutal golpe. Poco a poco iban sabiendo más detalles de lo que había allí acontecido. Iban registrando habitaciones; identificando la enfermería, donde otra visión les brindó una dramática escena de un joven acólito de Mishakal herido atendido por una sacerdotisa que le curaba inútilmente las heridas. Dos ogros entraron y la mataron cobardemente a ella y luego al herido en su propio lecho. El fantasma enloquecido del pobre acólito aun estaba allí presente, flotando en la habitación, donde se lanzó volando hacia el grupo, que sufrió el toque incorporal y aterrador en sus propios huesos. Gracias a Kamernathel y la bendición de Quen Ilumini, el espíritu encontró su descanso eterno al ser eliminada su maldición.

 

En una de las habitaciones, que se encontraba tras una falsa puerta, que en realidad era un mimeto y que fue aplastado a espadazos, encontraron los restos intactos de una habitación de un alto sacerdote de Mishakal. El techo estaba pintado con un mosaico de la diosa de la Curación pero que, con una observación más atenta, revelaba que la imagen ofrecía un aspecto enfermizo y cadavérico. Aquí hubo otra visión. El gran sacerdote Caeldor, amado hijo de Mishakal en el templo, se había confiado a Chemosh y hablaba a través de su medallón de fe de la calavera con un jefe ogro llamado Korblak, que le hacía preguntas sobre el ataque al valle. Caeldor les decía que podían matar a quien quisieran y llevarse a tantos prisioneros como gustaran. Debían buscarle en los niveles inferiores del templo donde él terminaría los acontecimientos de aquella nefanda noche. Al finalizar la conversación, agarró una daga de hoja negra como la noche, cruelmente curvada, y  la túnica negra con ribetes amarillentos se tornó azulada por última vez, pues era la última en la que precisaba disfrazarse.

 

Kamernathel estaba congestionado de indignación. Mortaja mostró un cofre petrificado con pertenencias del sacerdote. Lo abrieron a espadazos y encontraron entre algunas cosas de valor, como pergaminos y brazaletes de plata,  un libro de rituales de comunión con el dios de los no muertos así como inciensos de meditación y velas de concentración.

 

Estos objetos, antes de que pudieran ser descritos con detalle, fueron quemados por el elfo con una decisión propia de un fanático de la virtud. Sólo quedaron las cenizas.

          El mal debe ser erradicado de este lugar. Había que acabar con ese tomo maldito.

 

Siguieron explorando el piso de abajo, donde hallaron una biblioteca en la que una joven khurita llamada Anasana estudiaba los documentos que aun se conservaban. Venía de Khuri-Khan y era hija de un noble. Era una seguidora de Chislev y había tenido noticia de. que el último terremoto había abierto el valle nuevamente. Se la veía sorprendida por la presencia del grupo. Tal vez muy nerviosa. Aprovecharon para acampar en la propia biblioteca y descansar. Mortaja se entretenía corriendo por los pasillos donde un cubo gelatinoso, al parecer, había sido puesto ahí por la joven khurita, que tenía ciertos poderes mágicos aunque de naturaleza arcana. Por la noche Tyriel tuvo una amplia conversación con la joven en el antiguo servicio de mujeres, pero los detalles no trascendieron.

                                                                                                     

 

 

Cuando durmieron unas horas, bajaron al quinto piso, que era un gran salón con tres zonas diferenciadas, cada una dedicada a los dioses de la luz, la neutralidad y la oscuridad. En el altar de la luz hubo otra gran visión. Caeldor, el Traidor, hablaba con el sumo sacerdote de Paladine, Kennoth, un anciano que había envejecido bien y era feliz. Caeldor le decía que había encontrado a un traidor en el templo. Cuando le preguntó de quién se trataba, éste le susurró al oído.- YO!!!!!- y le atravesó la espalda con la negra daga. Pero antes de morir, Kennoth invocó el poder de Paladine, y las defensas del templo se activaron. Una poderosa corriente de aire se hizo en todo el santuario interior. Esa corriente aun seguía presente hasta que Kamernathel presentó su medallón de fe, entonces se apaciguó. El cadáver esquelético seguía allí, con la daga negra aun prendida bajo los restos. Cuando la encontraron, no sabían qué hacer con ella. Finalmente la escondieron en uno de los recovecos del propio santuario.

 

Más tarde entraron en el santuario de los dioses de la neutralidad, donde Loboblanco hizo una reverencia y ofrenda a la estatua de Chislev.

 

Por último entraron en el santuario de la oscuridad, donde presenciaron la escena en la que Korblak, el cacique ogro, muy malherido, rogaba ante la estatua de la bella Takhisis que vengara la traición que habían sufrido. Caeldor les había vendido y tendido una trampa. La estatua de la reina oscura absorbió el alma del ogro y le dijo que habría venganza, pero que la llevarían a cabo aquellos que ahora estaban en el santuario, es decir, el grupo.

 

Antes de seguir buscando un camino por el que seguir bajando, fueron testigos de una extraña visión en la que un joven acólito, con los ojos inundados de lágrimas, imploraba a Paladine que le dijera que debía hacer ahora que Kennoth había muerto y Caeldor se había revelado como el traidor. La estatua de Paladine, con los brazos extendidos, presentó espada corta dorada que refulgía con luz solar y se la entregó al pobre aprendiz. Con un agradecimiento, el muchacho marchó decididamente a buscar al traidor.

 

La visión acabó, por el momento.

 

Continuaron explorando las salas de la planta, y encontraron dos pequeñas habitaciones cubiertas con una densa niebla venenosa. Harral entró momentáneamente para ver si había algo en el interior; pero a pesar de llevar un pañuelo para protegerse, el vapor era letal y tuvo que salir. Loboblanco, no obstante, consiguió convocar una ráfaga de viento y acabar con el problema al menos el tiempo suficiente para ver que unas escaleras en el centro de la habitación bajaban. Todos siguieron a Harral con la antorcha. Un pasillo serpenteaba y estaba cubierto por una tenue niebla blanca que no era tóxica pero que sí impedía la visión. Mortaja iba a tientas y hablando con los espíritus, como él decía. Por fin llegaron a un habitáculo de unos treinta pies por venticinco. Calaveras depositadas en nichos con placas antiguas escritas en Istariano daban a entender que se trataba de una especie de lugar de enterramiento de antiguos sumos sacerdotes del templo. Aquí tuvieron otra visión. El acólito entró a través de una puerta oculta tras una ilusión. El traidor estaba rezando a su oscuro dios mientras el chico, de nombre Neran, le sorprendió con la espada de luz en las manos. Le amenazó con matarlo allí mismo por haber traicionado a los suyos. Pero Caeldor se burló cruelmente y convocó a un poderoso daemon para matar al muchacho, no sin que antes éste le atravesara la espalda con la espada luminosa, el llamado Fragmento de Luz.

 

 

Cuando apareció Klevor, el daemon corruptor del destino, no tardó ni un instante en clavar su espada al pobre Neran y lanzarlo al otro lado de la habitación, ya moribundo.

 

                                                                                                       

 

 

 Pero al menos el joven había conseguido clavar Fragmento de Luz tan fuerte a Caeldor que éste había quedado empalado contra  uno de los sarcófagos de la estancia. Con una mirada de paz, el chico se reunió con Paladine.

 

Sabiendo la localización de la puerta, el grupo penetró en el lugar de los sarcófagos. Al menos había seis por los bordes de la amplia habitacion, y uno mayor en el centro con la tapa de esculturas de un alto sacerdote. Todos entraron menos Mortaja y Oroner. De repente, la puerta se cerró y el sarcófago central estalló, saliendo de él el daemon con furia gritando palabras ininteligibles. Cuatro yugoloth aparecieron en la habitación a través de una apertura planaria.

 

                                                                                             

 

 

 

 

Armados con feroces tridentes, las bestias insectoides tenían un aspecto enfermizo o incluso no muerto. Kamernathel pensaba que eran siervos de  Chemosh, el dios de los no muertos.

 

La batalla que siguió fue cruenta. Loboblanco convocó a un oso negro mientras que Harral se enfrentaba a estocadas y tajos al Corruptor del Destino, al que hirió tres veces contra sólo una puñalada lanzada con éxito contra el caballero. Ambrose lanzó varios conjuros de fuego abrasador que carbonizaron a uno de los monstruos insectoides. Por su parte, Kamernathel curó las heridas de sus compañeros antes de intentar expulsar a aquellas abominaciones. Al menos tres de ellas fueron rechazadas y comenzaron a huir; momento que aprovecharon los otros para lanzar golpes y tajos o dentelladas, como en el caso de Anayu, la bestial loba de Loboblanco. En menos de dos minutos los daemons fueron aniquilados aunque causaron heridas suficientes como para que el druida y el sacerdote tuvieran que dedicar todos sus conjuros restantes.

 

Cuando la lucha acabó,  el grupo decidió buscar por el lugar y se quedaron la  magnífica espada corta de luz solar. Luego marcharon a la planta superior a descansar, vendar y atender sus numerosas heridas, en los templos de la quinta planta. Pasaron la noche con tranquilidad y sosiego meditando buscando una respuesta. Pero nada sucedió.

 

Finalmente, tras buscar y rebuscar algo en donde utilizar la llave, abandonaron el templo despidiéndose de Anasana, que aun continuaba estudiando los documentos. Kamernathel sospechaba que ella ocultaba algo y así se lo dijo:

 

          ¿qué ocultas, Anasana?- Pero nada sacó en claro, puesto que la mujer no quería hablar nada que no le interesara.

 

El legionario de  acero pidió permiso para hacerla hablar, pero los demás se oponían a cualquier violencia contra la mujer. Finalmente se marcharon del templo.

Cuando estaban cerca de abandonar el valle, la joven Uleena se apareció a sus espaldas y les dijo que habían conseguido el fragmento de luz, que era una llave que tenía que ser llevada a la ciudad que antes no conocía el miedo y que ahora vive a la sombra de un pico de fuego y muerte.

 

 

Harral y Ambrose pensaban que hablaba de Kendermore, la antigua capital kender.