Esta es una partida de iniciación. No quiero ofender a nadie que lea esto esperando encontrar algo relacionado con Lovecraft. Es una partida usando fichas de The Call of Cthulhu, y ambientación, pero sólo eso. Lo llamaremos, Call of Elrhunshu.
INTRODUCCIÓN
ROSELYN BARLETT
Bibliioteca Municipal de Chicago, 1 de agosto a las 13.00
Eran las 1:00 de la tarde, y se respiraba el ambiente asfixiante del verano a las orillas del Lago Michigan. Entre los libros de la Biblioteca Municipal de Chicago, susurraban las hojas de un libro al ser pasadas por una joven, distraída, mientras su mente se hallaba en otro lugar.
“Ya han pasado dos semanas desde la última vez que vi a padre”, pensó Rosalyn. “Otro de sus casos que requieren de días de trabajo y poco tiempo resta para sus otras obligaciones.”
El tiempo pasaba lento entre las hojas de los libros, suspendidos entre un mar de letras que giraban sin rumbo entre los estantes.
-Disculpe, señorita.- se interrumpieron sus pensamientos – Busco algún manuscrito sobre la Ley Volstead.
Al Levantar la mirada de su libro, Rosalyn encontró a un chico joven, educado, con su sombrero entre las manos y con la cabeza gacha.
-Lo encontrará en la tercera sección, Leyes y Publicaciones del Estado, por la letra “V”.
El chico miró desconcertado a las largas hileras de libros. – ¿Podría ayudarme a encontrarlo?
Con un suspiro, Rosalyn se levantó de su escritorio y se encaminó hacia la sección adecuada. Su inquietud por la interrupción aligeró sus pasos hasta la zona señalada.
-¿Cuánto tiempo lleva trabajando aquí, señorita…?- preguntó el chico con voz queda.
Algo había en aquel muchacho que le inquietaba. Distaba mucho de parecer un chico de culto y su mirada esquivaba una y otra vez a la de la bibliotecaria. El gesto de sospecha de Rosalyn pronto puso sobre aviso a su interlocutor. Con un rápido movimiento, le golpeó la cabeza con algo contundente. Rosalyn calló al suelo, pero para su desgracia, no había perdido el conocimiento, como seguramente era la intención de su agresor. Aturdida, intentó reaccionar, pero el chico le agarró del pelo y del vestido y la arrastró fuera de la biblioteca. Se resistió, pero era inútil. Su presa era fuerte y pronto acabó en los asientos traseros de un Ford T. El resto de viaje hasta su destino, lo contempló impotente, junto a un hombre fornido de unos cuarenta años, con un revólver apuntándole sobre sus piernas.
STEFANO PRAZZI
Ristorante di Prazzo, 1 de agosto a las 13.00
Los días se hacían eternos en aquel lugar, entre las mesas del restaurante de su padre. Día tras día una procesión de caras largas en la vorágine rutinaria de sus vidas. Stefano Prazzi contaba las horas hasta que el local cerrara, momento en el que saldría a la calle, en busca de palabras de personas, que seguras de sí mismas, escupen sin ningún disimulo entre litros de alcohol.
¿La Ley Seca? El mayor negocio de la historia. Las botellas llegaban con más afluencia entonces que antes de la Prohibición al restaurante di Prazzi, y se vendían más caras.
Aún recordaba la noche en la que entró en vigor la Ley a principios de año. La gente se volvió loca al llegar la media noche y bebieron como si nunca lo hubieran hecho, ni lo volverían a hacer. Y a ese ritmo desenfrenado continuaron durante todo el año.
Entre el alcohol, las drogas y las prostitutas, la ciudad fue cayendo poco a poco en las manos de una familia italoamericana que se hacía llamar Chicago Outfit. Controlaban toda la zona sur de la ciudad, y semana a semana, visitaban los locales de la ciudad, exigiendo un pago por su protección. Después traían el licor, y también tenías que comprarlo. El principio de la Ley Seca casi acaba con el negocio de su padre entre tasas de protección, compra de licores y multas por venderlo.
Frank Nitti llevaba los negocios de la zona personalmente. Era un hombre todavía joven, pero que había conseguido una buena posición en la familia. La cantidad de dinero que ese hombre ganaba era algo que Stefano sólo podía imaginar… y él también quería formar parte de aquello.
Entre sus pensamientos, y las comandas, apenas se había percatado de que acababa de entrar un grupo inusual. Dos hombres trajeados rodeados de tres agentes de policía. Stefano reconoció al Capitán Tobías, de la Comisaría 12. Un cabrón de cuarenta y cinco años que abusaba de su poder y mas de una vez le había propinado un puñetazo a Stefano por estar donde no debía.
Se sentaron en una de las mesas más apartadas, junto a las cocinas, y comenzaron a hablar. Con un ademán, el Capitán pidió una ronda de vinos para ir amenizando la comida, mientras el resto de sus compañeros hablaban en voz baja.
Stefano vio la oportunidad venir en bandeja, sirvió los vinos y disimuló hasta apartarse de la vista de los policías sin alejarse demasiado, esperando escuchar algo que le pudiera conseguir esa entrada en la mafia, como siempre había querido.
-Este vino sabe a meado, maldita sea.- Dijo uno de los policías.
-Y qué esperabas. – respondió uno de los federales.- Y baja el volumen, ya estamos llamando demasiado la atención habiéndolo pedido.
-No importa, Samuel.- el otro federal hizo un gesto despreocupado con la mano.- Tenemos que celebrar el golpe de anoche.- Levantó el vaso de vino en un brindis que sólo él realizó.
-No lo tengo claro, Francesco,- contestó Samuel.- Esto es sólo rascar la superficie.- dijo mirando fijamente su vaso, sin probarlo.
-No seas así, Samuel.- Tobías le dio unas sonoras palmadas en la espalda. – Ese golpe en Sault Saint Marie le ha tenido que doler a Torrio. ¿Cuántos cajones eran?
-¡Eran tres camiones repletos!- la voz de Francesco denotaba emoción.
Johnny Torrio, alias Papà Torrio, era el jefe de la familia del sur de Chicago. Llevaba años como dueño de la ciudad, pero con los negocios del alcohol, el número de efectivos que tenía en la zona se había multiplicado por diez. ¿Tres camiones? Eso era peccata minuta para Frank Nitti. Tres camiones de alcohol era lo que vendía su padre en un mes.
Sus pensamientos se vieron interrumpidos por la entrada de tres personas en el local. Stefano dedicó una mirada rápida a las tres figuras que habían irrumpido en el local, lo suficiente como para ver que en sus manos llevaban ametralladoras Thompson. Saltó a un lado y volcó una mesa para cubrirse justo cuando comenzaron los disparos.
El movimiento brusco que había realizado, había puesto sobre aviso a los federales, que ya estaban sacando las armas y volcando otra de las mesas del restaurante para cubrirse, pero ya era tarde. El tiroteo no duró más de seis segundos. Los cincos agentes yacían en un charco de sangre y astillas. El resto de los comensales estaban bajo sus mesas, sollozando o gritando de terror al ver la masacre. En el otro lado del salón, uno de los mafiosos había sido herido en el abdomen y se derrumbó.
En la tranquilidad que precedió al tiroteo, Stefano pudo reconocer a uno de los matones que habían iniciado la masacre. Frank Nitti ordenó a su compañero, todavía en pié, que recogiera el cuerpo inerte del mafioso caído y lo arrastraron fuera del edificio.
El aire estaba cargado. Una mezcla de olores a sangre, pólvora y orines, llenaba el ambiente. Entre los sollozos de una mujer se escuchó la voz de Giovanni, el padre de Stefano, lastimera, preguntándose todavía que había pasado.
Stefano se recompuso rápido. Se levantó de detrás de la mesa tras la cual se había guarecido y cogió uno de los cadáveres por las piernas y comenzó a arrastrarlo hacia la cocina. Bajo la mirada atónita de su madre, Stefano dejó el cadáver en el suelo cerca del cubo de la basura y se encaminó al salón para coger otro de los cuerpos. Su padre se interpuso en su camino.
-¡¿Qué merda estás haciendo, Stefano?!- su padre agitaba los brazos, histérico.- ¡Deja los cuerpos, hay que llamar a la policia!
-No vamos a llamar a la policía, papà.
-¿Cómo?- un gesto, mezcla de ira e impotencia, cambio el semblante de su padre, sin saber qué hacer o decir, se dirigió al teléfono. Descolgó y pulsó varias veces el interruptor, nervioso, mientras la señal conectaba con la operadora.
Stefano se deslizó rápido hasta donde estaba su padre y colgó.
-No vamos a llamar a la policía.- Su tono era desafiante, y amenazante.
-¿Pero cómo no vamos a llamar, eh? ¿Cómo vas a explicar todo este desastre?
-He dicho que no vamos a llamar a la policía.
Su padre insistió con el teléfono, le apartó la mano de su hijo y volvió a llamar a la operadora. Con un movimiento rápido, fruto de la experiencia, Stefano sacó de su bota un cuchillo y cortó el cable del teléfono.
Su padre desesperado, tiró el auricular al suelo y salió a la calle mascullando nervioso. En el restaurante se mascaba la tensión. Los clientes comenzaban a reaccionar y a recomponerse, recogiendo sus cosas con rapidez para marcharse.
Stefano siguió a su padre hasta la calle, y cogiéndolo del cuello de la chaqueta, lo lanzó de nuevo dentro del restaurante. En la calle, varios peatones estaban boquiabiertos mirando la escena, curiosos de lo que había sucedido dentro, pero continuaron su camino discretamente cuando el chico les dedicó una mirada agresiva. Desde el callejón tras el restaurante le llegó una voz imperativa.
-¡Chico!- Frank Nitti le hacía un gesto para que se acercara.- ¡Rápido, acércate!- Stefano miró a ambos lados de la calle y se acercó con paso firme.- ¿Tienes coche?
El subconsciente le traicionó, y miró por encima del hombro de Frank a la camioneta que había en el callejón.
-Muy bien.- Dijo Frank mientras le hacía un gesto a su compañero para que llevara a su compañero herido a la camioneta.- Nos vas a llevar.
Frank Nitti era conocido por su carácter impetuoso. En más de una ocasión, su padre había sido encañonado por dudar un segundo a la hora de hacer los pagos, y rara era la vez que esas situaciones no acababan con un moratón en el ojo cuando Frank se despedía con un puñetazo. Así que sin dudarlo, se montó en la camioneta y arrancó. Antes de que Frank le dijera una dirección, ya estaban en movimiento.
-Frank, conozco a un cirujano en mi barrio. Trabaja en su casa, y no tiene muchos amigos, no debe haber problemas con él. Creo que es alemán, o ruso.- Frank asintió con urgencia.- ¡Chico!- el mafioso tuvo que levantar la voz para hacerse oir sobre los lamentos de su compañero.- Llévanos cagando hostias a la esquina de la 16 con St Throop. ¡Este no aguanta más!
FRIEDERICH VON BISMARCK
Apartamento de Friederich, 1 de agosto a las 13.35
Apenas acababa de cerrar los ojos para dormir cuando se escucharon unos fuertes golpes en la puerta del apartamento. Levantó los párpados con dificultad para descubrir que fuera, el sol ya había pasado el cenit. ¿Quizás habían pasado unas horas? No importaba. Alguien estaba aporreando su puerta sin ningún cuidado. Esto era lo peor de vivir en América. Aquí todos los días alguien acaba herido… salvajes. En Austria no sucedían estas cosas.
Se levantó y se dirigió al salón tambaleante, con los efectos del alcohol guiando sus pasos desde el marco de la puerta hasta la pared del pasillo, y desde ésta a la puerta de la entrada.
Los golpes volvieron a sonar. Eran golpes fuertes. –Abran, ¡maldita sea!- Se escuchaba al otro lado. Espero unos instantes mientras se recomponía, y en vez de oír de nuevo como llamaban, escuchó como alguien introducía una ganzúa en la puerta, seguido de un crujido. –Maldita sea, se ha roto… Apartaos.- Friederich tenía la oreja pegada a la puerta cuando llegó el golpe. De una embestida casi tiran la puerta abajo. Friederich se apresuró a abrir la puerta antes de que consiguieran romper las bisagras que aún estaban en pie.
Al abrir la puerta, se encontró una cara conocida. Frank Nitti, el chico que controlaba la zona, estaba acompañado de un chico joven con ropa de camarero y otros dos hombres. Uno de ellos estaba herido.
-Frank, ¿qué demonios pasa aquí?- preguntó Friederich.
-Cierra la puta boca. Este hombre está herido, tienes que ayudarnos.
-Ponedlo en la mesa.- el austriaco se echó a un lado y señaló la puerta del salón.
Examinó rápidamente la situación. El chico estaba echando un vistazo a toda la casa, y Frank y el otro estaban a un lado de la mesa, esperando que actuara. Mandó al chico a por sábanas y agua caliente y con un movimiento experto, rompió la camisa del hombre que estaba tendido en la mesa para examinar la herida.
Esparció un poco de alcohol sobre la herida y le dio otro poco al herido. Antes de dejar la botella a un lado, le dio un trago, bajo la mirada de preocupación del resto. Cogió sus herramientas y en cuestión de minutos, la herida estaba cerrada y limpia, y la bala sobre la mano de Frank. Cuando estuvo en la guerra tenía que trabajar en situaciones mucho peores, y había aprendido a soportar esas condiciones extremas.
Cuando levantó la mirada, observó a Frank y a los otros dos. Estaban claramente aliviados.
-Buen trabajo.- Frank palmeó la espalda de Friederich.- Muchas gracias, Doc. Esto se merece un trago.- Frank ayudó a su compañero a ponerse en pie y lo dejó caer sobre el otro mafioso. Se giró hacia el médico y el chico y les invitó a unirse a ellos.- Vamos, invita la casa.