Bienvenidos de nuevo a esta crónica. He tenido problemas para conseguir colgarlo, pero al fin lo he logrado. Gracias Mymenda.

Para ambientar un poco esta parte, un poco de música de la época. https://www.youtube.com/watch?v=FE5ZYK2RvaU

CAPÍTULO PRIMERO: COTTON CLUB

Cotton Club, 1 de Agosto a las 14.00

Rosalyn no sabía a donde le llevaban. Tan sólo que se dirigían al sur de la ciudad, hacia los barrios bajos. Sin embargo, al poco de pasar el último rascacielos giraron hacia la derecha y el coche se detuvo. El hombre que había estado apuntándole durante todo el camino la saco del coche con más delicadeza de la que esperaba que tuviera.

Estaba en un callejón estrecho, con unos cuatro metros de ancho. Tras cerrar la puerta del coche, arrancó y desapareció en la calle principal. El callejón estaba bastante limpio para la zona en la que se encontraban.

La guiaron a una puerta de la que provenía una tenue melodía de un piano. Al abrir, el hombre le empujó hacia dentro y le indicó que se sentara en un rincón de una cocina moderna aunque un poco sucia. En ella, un chico de color trabajaba sin siquiera girarse a mirar quién había entrado. Una puerta daba a lo que parecía ser el salón del local, de donde venía la música, y a unos pasos, una puerta deslustrada de madera se encontraba entornada, desvelando un interior oscuro.

El hombre armado esperó paciente delante de ella durante treinta minutos, momento en el que entraron varias personas, por la puerta trasera.

Habían llegado al Cotton Club, el local era conocido por ser un local de negros, para blancos. Es decir, el local estaba regentado por una persona de la mafia, y algunos de sus secuaces, pero en él sólo trabajaba gente de color. No obstante, la entrada a este último grupo étnico como cliente, estaba vetada. Para la familia de Johnny Torrio, ese local significaba el centro de sus actividades nocturnas. Allí podías encontrar drogas, alcohol y si lo pedías, hasta prostitutas.

 

Para evitar las miradas curiosas, aparcaron en el callejón. Sacaron al herido con cuidado y lo entraron por la puerta trasera. Atravesaron las cocinas. En un rincón, una chica joven estaba siendo vigilada por un hombre robusto con barba. Llegaron hasta un salón de grandes dimensiones. Sus paredes estaban cubiertas en gran parte de espejos y adornos. Repartidos por el sillón, varias mesas con sillas y sillones acogían de noche a los clientes. El Cotton Club permanecía cerrado durante el día, pero eso no se aplicaba a ciertos clientes VIP. En una solitaria mesa en mitad del salón, el Senador de Illinois, Jesse Thomas charlaba animadamente con otra persona, más joven que él, saludó a Frank Nitti desde la mesa y llamó al camarero, que pasaba a su lado para pedir otra copa. A pocos metros, en un pequeño escenario, una chica cantaba un blues mientras el pianista improvisaba. En el otro lado del local, una barra amplia acogió a los recién llegados. Al otro lado, un hombre de unos cuarenta años, que debía ser el regente del bar, esperaba paciente a que los recién llegados se sentaran.

 

-Josh, deja a Isaac en esa mesa del fondo, que no nos molesten sus alaridos.- Frank se giró hacia Friederich y Stefano.- Tomaos unas copas. Invita la casa. Mills,- dijo dirigiéndose al regente.- ponles lo mejor que tengamos. Yo tengo que atender un negocio.- ante la mirada inquisitiva de Stefano, prosiguió.- Un negocio que tengo en la cocina.

 

Tras dejar al herido en el rincón, Josh se reunió con el resto en la barra. Mills les sirvió sendos vasos anchos con un licor pardo y hielo. Friederich se lo llevó a la boca sin pararse a degustarlo,y  se lo bebió de un trago. Golpeó la barra con el vaso para que le rellenasen.

-Ponme otro para nuestro amigo Isaac.- Se acabó su bebida de un trago, y le hizo un gesto al gerente. Al volver, quería la copa llena.

Cruzó la sala y se dirigó al herido, le volvó el licor en la boca, y parte en la ropa. Friederich se dió cuenta de que el alcohol comenzaba a hacerle efecto. No estaba acostumbrado a un whisky tan poco aderezado, y los dos tragos que había dado le estaban haciendo temblar el pulso.

 

Stefano aún le daba vueltas al primer vaso cuando volvió el austriaco. Si él seguía vivo después de haber abusado de esa manera del whisky, es que no querían eliminar cabos sueltos. Se lo llevó a la nariz y respiró profundamente. Este licor era mucho mejor que la bazofia que su familia vendía en el ristorante. Le dio un pequeño trago, y se giró para observar a su alrededor. La música invitaba a la relajación, y eso hicieron.


Un hombre entró a la cocina desde el salón. Era uno de los que habían entrado por la puerta trasera, cargando a un herido. No cabía la duda ya de que se trataba de la mafia. De un solo gesto, se deshizo del hombre que la vigilaba. Se situó a su lado en posición amenazante, y le miró desde arriba.

 

-¿Eres Rosalyn Barlett?- Rosalyn no le miró a los ojos y se mantuvo en silencio. Frank corrigió su pregunta.- Eres Rosalyn Barlett.- Afirmó.- Y tu padre es Spencer Lewis Barlett.

 

Ella no iba a abrir la boca. Sabía muy bien lo importante que era el trabajo de su padre, y ahora comenzaba a sospechar en qué trabajaba ahora. Este hombre sabía quién era, y sabía donde encontrarla. Tanto ella como su padre estaban en problemas.

 

-Tu padre está trabajando en el caso de Antonio Lombardo, y necesitamos tu colaboración.- Rosalyn negó con la cabeza casi instintivamente.- ¿No?… Está bien. Te voy a dar, entonces, dos opciones: Una, te levantas, entras en ese salón, y te conviertes en nuestra invitada, tu padre acaba fallando a favor del señor Lombardo, y te vas a casa. La otra opción es la siguiente:- con un chasquido de sus dedos, el cocinero reaccionó y se dirigió a la puerta entreabierta. La puerta chirrió ligeramente al abrirse, y dejó ver en su interior las escaleras a un sótano, de una obscuridad sobrecogedora.- en vez de entrar en el salón, bajas a ese sótano, y hasta que tu padre no acepte absolver a Lombardo, ni comerás, ni beberás, ni verás la luz. Dormirás y respirarás sobre tus propias heces.- Su tono se fue endureciendo con cada palabra que pronunciaba.

 

La situación no parecía muy alentadora. Durante un instante, pensó que si accediera a colaborar y a interceder por Antonio Lombardo, quizás consiguiera salir de ahí, y su padre podría protegerla.

 

-Creo que quiero colaborar.

-Chica, ese tren ya ha salido. Las dos opciones que tienes ahora son esas. Salón, o sótano.

 

No tenía sentido elegir el camino más duro. Asintió con la cabeza gacha y se levantó. Cuando entró en el salón, Uno de los hombres que bebía en la barra vació su copa y la dejó sobre la barra para escoltarla hacia la una mesa vacía, cerca de aquel chico herido.

 

Stefano observaba a su alrededor. La chica no le era conocida. El alemán seguía bebiendo. Si no había contado mal, llevaba cuatro copas. La sangre le fluía hacia la cabeza, y la sonrisa que tenía dibujada en su cara se le hacía insoportable. En menos de un minuto, ambos estaban manteniendo una discusión sobre la falta de decoro de Friederich.

Cambio de música https://www.youtube.com/watch?v=ppiGTLqfaWc

 

El ambiente se caldeaba y todos parecieron no escuchar como se detenía la música. Si hubieran estado pendientes de lo que sucedía a su alrededor, hubieran visto como el senador se levantaba con las manos cubriéndo sus ojos. Hubieran escuchado como sus órganos se colapsaban. Hubieran olido la podredumbre apoderarse de cada rincón del Cotton Club.

 

Un grito desgarró el aire. Las miradas se giraron hacia el escenario, donde la cantante se desplomaba sobre el suelo, con los ojos desencajados, observando la terrible escena que tenía lugar ante sus ojos. El pianista se inclinó sobre el suelo para expulsar la comida que acababa de ingerir.

En el centro de la sala, el cadáver del senador yacía, con su acompañante llorando histérico a su lado.

 

El silencio se apoderó de la sala, sólo interrumpido por los sollozos del compañero del senador. Las miradas se cruzaron en silencio, denotaban repugnancia, sospecha… terror. El cocinero entró en la sala atraido por los gritos, y se detuvo en la puerta, horrorizado.

Pasados los primeros momentos de tensión, y viendo en los ojos de todos los presentes una expresión similar, las sospechas de envenenamiento o asesinato se disipaban. Friederich se aproximó al cadáver seguido de Stefano. Mientras el médico se inclinaba sobre el cuerpo sin vida del senador, el chico observaba la mesa. Ningún elemento parecía fuera de lugar. Cogió uno de los vasos y lo olfateó. Aunque no lo hubiera probado para comprobarlo, parecía no estar aderezado.

Friederich le dió la vuelta lentamente al cuerpo, que yacía de bruces en el suelo. Las cuencas de sus ojos estaban vacías, y el cuerpo parecía haber sangrado por cada uno de sus orificios. La piel estaba ensangrentada, y fláccida… el cuerpo parecía una cáscara vacía. Le abrió la boca y comprobó que la tenía llena de sangre. No conocía ninguna enfermedad que causara tal efecto, ni ningún compuesto.

Se levantó y confirmó al resto del grupo que no conocía el causante de la muerte.

 

Sobreponiéndose a su temor y aprovechando el desconcierto, Rosalyn se levantó y se dirigió hacia la puerta. Nadie más pareció percatarse, salvo Stefano, que en seguida la atrapó y la sentó de un empujón.

 

-Tú no te mueves de aquí, chica.

 

La tensión podía palparse. El silencio era ahora abrumador. Un escalofrío recorrió de arriba abajo a Rosalyn, podía sentir que la temperatura del Cotton Club descendía… en pleno agosto. Miró a su alrededor, buscando quizás alguna corriente, pero lo que se encontró es que los cristales que abundaban en la sala estaban empañados …¿o quizás escarchados? Parecía absurdo, pero así era, todos empezaron a notar el frío creciente y algunos de los trabajadores comenzaron a temblar y a juntarse unos con otros. Aquello sobrepasaba lo natural.

Por el rabillo del ojo, Friederich observó el detonante del pánico que cundió a continuación. Al mirar a la entrada principal, contempló como docenas… o centenas de insectos de una envergadura desconmensurada se escurrían por debajo de la puerta como ratas, y tal era su tamaño. Parecían escarabajos, pero no estaba dispuesto a averiguarlo. Cada vez eran más y avanzaban lentos pero constantes hacia ellos.

 

-¡A la cocina!

 

Todos entraron sin pensárselo dos veces por la puerta que llevaba a las cocinas, y corrieron instintivamente hacia la puerta trasera por la que habían entrado. Al tratar de abrir la puerta, algo parecía tirar de ella hacia el otro lado. Varios lo intentaron, pero no lo consiguieron. Tras varios intentos, todos se detuvieron a mirarse unos a otros. Desde el salón, se escuchaba la agitación de los centenares de insectos, en su incesante avance.

Stefano buscó rápidamente otra salida. Aparte de la puerta por la que habían entrado, estaba la puerta de lo que parecía una despensa, y varios ventanucos de pequeño tamaño, lo suficientemente grandes como para que entraran todos ellos. Cogió un taburete, y sin pensárselo lo estrelló contra la ventana. El taburete estalló en astillas, como si lo hubieran golpeado contra la pared. Los cristales de la ventana cayeron hacia el callejón durante un instante, para recomponerse de nuevo ante los ojos de Stefano.

 

Estaban encerrados. Friederich comenzó a impacientarse, había sufrido mucho en la guerra como para ahora verse envuelto en algo así. Observó impotente la escena: los escarabajos comenzaban a entrar por la puerta de la cocina, y entre las hojas de la puerta, tambaleantes ante el imparable desfile de aquellos escarabajos, contempló algo en el salón que le inquietó… Entre la negrura del suelo, plagado de insectos, una figura felina levantaba la cabeza al sentir su mirada. Hubiera pensado que era un gato, si en sus ojos no hubiera distinguido un atisbo de sabiduría inmensa. Bajo las patas de ese gato de color del carbón, el senador yacía inerte. El gato volvió su mirada de nuevo hacia el cuerpo, y rebuscó entre los ropajes.

Más allá de aquella forma felina, contempló con horror como los escarabajos devoraban al acompañante del senador, que vencido por el pánico, se había desvanecido. En un rincón del salón, aquel hombre al que había salvado, también yacía cubierto de insectos.

 

Stefano observó la situación nuevamente, los trabajadores estaban mudos y con los labios temblorosos, de poca ayuda iban a servir. Friederich estaba paralizado, mirando al interior del salón, y los insectos, comenzaban a plagar la cocina. Sus ojos saltaron de un utensilio a otro de la cocina, planeando como escapar de aquella situación. ¡Quizás, los escarabajos fueran sensibles al fuego! Tanteo algunos productos en busca de algo inflamable cuando de repente, vio dos recipientes de gas.

 

-¡Tú, Abuelo!- Friederich se giró hacia Stefano extrañado, aunque no mucho, por aquella forma de hablarle. El chico señalaba las bombonas que tenía a su lado, y, aunque tardó algo en reaccionar, adormilado por el alcohol, pronto comprendió lo que el chico quería.

 

En un rápido movimiento, sacó la pistola y apuntó hacia la puerta El chico cogió una de las bombonas y la lanzó con fuerza contra la puerta de la cocina, por donde entraban los escarabajos. Con un pulso de tirador y médico experto, Friederich aguardó hasta que la bombona se cruzó en la trayectoria de la pistola.

 

Todo fue rápido, y doloroso. La explosión los lanzó a todos contra el suelo. Rosalyn sintió como las llamas le abrasaron la piel. Desde el suelo, observó como Friederich se palpaba el rostro dañado también por el fuego. Cuando se levantó, la chica observó con impotencia que pese a sus esfuerzos, aquellas criaturas se seguían acercando. Deberían haber muerto varios pares de cientos en aquella explosión, y aún así, impasibles, los insectos continuaban avanzando sobre los calcinados cadáveres de sus iguales. Algo había, sin embargo, diferente en la escena. El tono de las paredes de la cocina parecía haber cambiado, y debía de ser la única en haberse percatado, ya que el resto seguía observando a la inminente muerte negra que les acechaba. De un blanco intenso, las paredes se habían tornado más oscuras, manchadas del humo de las cocinas durante años.

Pero eso no era lo único que le había alarmado… Junto a la ventana que habían intentado romper, se distinguían unas marcas recientes del golpe de un taburete. ¿Acaso no habían golpeado la ventana con él? ¿No estaba la ventana unos centímetros más cerca de la puerta? Era surrealista. Le hizo cuestionarse lo que estaba viendo, y lo que había visto. ¿Cuál de las dos escenas era la real?

 

No pudo pensar mucho más, segundos después, Stefano lanzaba una segunda bombona contra la pared. Esta vez todos estaban detrás de las cocinas, a cubierto. Frank Nitti tiró de su brazo para que se agazapara junto a él a tiempo de evitar la segunda explosión. La pared cedió y se derrumbó sobre el callejón. Sin esperar apenas a que la polvareda se retirara, corrieron en dirección a la calle. La camioneta del padre de Stefano había salido mal parada: una de las ruedas había estallado. Parte de la carrocería estaba destrozada o medio enterrada entre los ladrillos de la pared del Cotton Club.

En el suelo del callejón, vieron de nuevo aquella marea negra. Cientos de escarabajos no habían dudado en rodear el edificio para entrar por la puerta de atrás. Sin detenerse, todos saltaron por encima de los escarabajos para escapar hacia la calle principal, sin embargo, las explosiones habían afectado al equilibrio de Friederich y Rosalyn. Ambos pisaron sobre la marabunta de insectos.

Una sola pisada entre aquellas criaturas había tenido efectos nefastos. Nada más apoyar uno de los pies, media docena de insectos atenazaron con sus fuertes mandíbulas las piernas de ambos. El dolor intenso les hizo tropezar, pero llegaron al otro lado de la marea. Uno de los trabajadores del Cotton Club los ayudó a recomponerse. Friederich podía andar, y se sacudió las criaturas de la pierna. Rosalyn, por el contrario, había perdido dos dedos del pie derecho, y aún tenía criaturas en la pierna.

Le ayudaron a sacudirse los escarabajos entre el trabajador y Friederich. En un acto reflejo, el austriaco se arrancó una de las mangas de la camisa y presionó la herida sangrante que dejaría a la pobre muchacha cojeando durante unos meses… o de por vida.

 

Stefano siguió a Frank Nitti y a Josh hacia la calle. Los peatones ignoraban lo que había pasado en el Cotton Club, si es que eso era posible, y los miraron extrañados al salir del callejón. Si eran conscientes de la presencia de los escarabajos, no lo parecían.

El chico corrió hacia uno de los coches, y lo abrió en tan sólo un par de segundos. La adrenalina le hizo manejar las ganzúas como nunca antes. Subió y esperó a que Frank y Josh estuvieran dentro. Luego apremió a Friederich a que entrara en el coche, sin embargo, uno de los trabajadores, el cocinero, estaba entrando ya en el coche.

 

De repente estalló el caos en la calle. Los sesos de aquel pinche que intentaba subir al coche, salpicaban las paredes del Cotton Club. Los transeúntes sí reaccionaron al disparo de Frank, y los gritos inundaron la calle.

 

-Chico, en marcha.- Frank apuntaba al callejón, a unos trabajadores asustados, que echaron a correr.

-Esperamos al médico y la chica.- Stefano mantuvo las manos en el volante, firmes, pero seguía esperando a Friederich y Rosalyn.

 

Frank no parpadeó cuando apretó el gatillo. Friederich recibió un disparo en el hombro que le hizo retroceder. Rosalyn casi cae al suelo, pero el camarero del Cotton la sujetaba con fuerza.

 

-He dicho que en marcha.- Frank ahora apuntaba a Stefano a la sien. Sin embargo, el chico no se movió.

 

Frank resopló y bajó del coche. Josh le siguió y disparó a las ruedas del coche.

 

-Chico, si no estuvieramos en deuda contigo y con el médico, estarías muerto. Aprovecha lo que te queda de vida.


Desde el callejón, Friederich y Rosalyn finalmente llegaron al coche. El camarero del Cotton Club dejó a la chica en el asiento trasero y huyó, siguiendo a sus compañeros.

Momentos después, con un avance dificultado por las ruedas destrozadas, los tres se alejaban del Cotton Club.