EL MAR DE SANGRE
En la oscura madrugada que precede al amanecer sombrío del invierno oriental, el Dama Afortunada se alejó del puerto de Flotsam con rumbo norte, a Jennison, en Nordmaar. La brisa helada no parecía un obstáculo para los marineros de la galera, que hacían las tareas de cubierta con el torso desnudo. La mayoría eran de etnia kalinesa, piel aceitunada muy bronceada por el sol. Otros eran bárbaros del mar, de piel oscura, casi negra, oriundos de Saifhum la mayoría. La primera oficinal era Undella Sem-Thal, una sacerdotisa de Habbakkuk procedente de Ergoth del Norte que apenas se diferenciaba en aspecto de los bárbaros del mar. Era una mujer ruda y, aunque bella y exótica, podía avergonzar fácilmente al más veterano lobo de mar. Como descubrieron sus invitados, el capitán y ella eran amantes. Lo que no quedaba muy claro era si mantenían exclusividad en su relación, como pudo vislumbrar LunaLlena ante los requiebros de Swift. La compañía se acomodó en la segunda cubierta, un poco justos de espacio, entre catres de paja y hamacas. Ellos no trabajaban; pero se comprometieron a defender el barco si fuera atacado. El capitán se dedicaba buena parte del tiempo a bromear y holgazanear. No parecía una persona demasiado seria que infundiera mucha confianza.
En la tercera jornada de navegación, en medio de las bajas temperaturas y la extrema humedad, el vigía gritó una advertencia:
– Niebla capitán. Se espesa por momentos. –
– Remeros, reducid a un tercio- contestó Vanith. La cadencia del tambor de la segunda cubierta, donde estaban los remeros, cambió a un ritmo mucho más lento. Cierta inquietud se extendió entre la tripulación.
El vigía alertó de la presencia de una isla formada por algas y sargazos, que flotaba a la deriva en medio del banco de niebla. De repente, el barco se detuvo con brusquedad. Había quedado encallado en las enredaderas marinas. El capitán Vanith marchó presuroso a hablar con su primer oficial. Della le informó del avistamiento de varios cascos de navíos, algunos de cierta antigüedad. Milos, por su parte, divisó una botella de cristal oscuro flotando a la deriva cerca del Dama Afortunada. Con la ayuda de un remero se pudo hacer con ella. Dentro, una vez sacado el tapón de corcho, había una nota arrugada y escrita en lengua khurita por ambas caras. Con la ayuda del capitán, pudo descifrar lo que decía:
“Vos habéis sido respetuosamente invitado a un gran encuentro en el norte..……, fuerzas leales al Señor de los Huesos……habilidades y experiencia como las vuestras prestarán un gran servicio……el usurpador, Lothian, y todos los que se alzan contra……Qwes, la ciudad en ruinas.”
En el reverso del documento había otra inscripción:
“bajo asedio en el casco de un barco naufragado por un grupo de necrófagos. Por favor, ayúdenme. Les espera una gran recompensa si me auxilian.”
Mientras los marineros liberaban el Dama Afortunada de los sargazos, Swift organizó un grupo de hombres para inspeccionar algunos de esos viejos buques. La Compañía, por su parte, hizo otro tanto, no sin antes acordar con el pretencioso capitán el reparto de un 70-30% a favor del primero de cualquier cantidad de dinero o joyas que encontrasen. Poniéndose las armaduras y empuñando sus armas, salieron a caminar entre la densa niebla y el inestable suelo de vegetación acuática. No tardaron en encontrar un casco de una drómona inclinada y con la arboladura rota y caída sobre la cubierta. Ésta estaba agujereada por varios sitios y podían contemplarse desde arriba las cubiertas inferiores, plagadas de cajas, restos de velas, barriles, sacos y diversas sogas tiradas por doquier. Harral y Tyriel entraron los primeros con Kông, mientras que Oroner, LunaLlena y Milos los seguían a cierta distancia. Kamernathel y Puk se quedaron fuera del casco, con los ojos y oídos bien abiertos en medio de la niebla.
LunaLlena, Oroner y Milos bajaron a la segunda cubierta a pesar de la dificultad de la inclinación y de los crujidos que daba la madera podrida. Buscaron y rebuscaron en las cabinas de proa. De repente, la elfa dio un grito. Un cadáver putrefacto había cobrado vida y trató de agarrarla aprovechando la oscuridad del lugar. Casi al mismo tiempo, otros cadáveres de marineros se alzaron por todas partes. Gemidos de angustia y rabia les precedían. Harral y Tyresian fueron atacados en la popa del casco por cuatro de ellos que casi les hicieron perder el equilibrio por el susto repentino. El solámnico reaccionó con rapidez dando severos tajos y estocadas que rompieron la columna vertebral y las piernas de dos de ellos. El mago se mantuvo a una prudente distancia observando toda la escena y susurrando un conjuro que tenía en la punta de la lengua. En la segunda cubierta, Tyr y Milos se enfrentaban a varios de aquellos engendros. Eran horribles y terroríficos, pero no muy rápidos. La espada corta Fragmento de Luz, que portaba Milos quemaba literalmente la carne de aquellos seres, arrancándoles gritos de dolor de sus huecas gargantas. LunaLlena se subió a una caja y empezó a lanzar flechazos a diestro y siniestro, manteniendo a varios muertos a raya. La situación estaba controlada en menos de diez latidos de corazón. Harral bajó con Tyresian y se reunió con el resto que estaba en la tercera cubierta, donde Oroner había encontrado a un kobold vestido con una túnica negra empapada de agua y rota en diversos lugares. La pobre criatura decía llamarse Yap, y era un mago de túnica negra. Conservaba su libro de conjuros intacto y gracias a Tyriel, Tyresian no le obligó a entregárselo por la fuerza. Por su parte, Puk consiguió encontrar un cofre oxidado que pudo abrir para ver que había piezas de acero en su interior, además de diversos objetos y armas valiosas.
Una vez registrado todo el viejo barco, volvieron por donde habían venido con el exultante kobold mago de alta hechicería.
De vuelta al Dama Afortunada, Vanith Swift, con el rostro cansado y fatigado, decía que la exploración de otros pecios había resultado casi infructuosa. Apenas unas monedas y gemas….y un puñado de cadáveres. Por su parte, LunaLlena y Milos seguían con la exploración de la gran isla de algas a través de la densa niebla. Gracias a su paso más rápido y la ayuda de los lobos, encontraron en el centro geográfico, según su orientación, una muralla de algas de casi veinte pies de alto que circundaba a un extraño sauce sobre una loma de hierba verde limpia y clara. Se diría que era como un oasis de primavera en medio de aquel horror de oscuridad y algas. El sauce tenía una ligera forma humanoide. Y para sorpresa de todos los que se acercaron, sostenía a una niña de sólo unos meses de edad que dormía plácidamente en sus ramas que la acunaban como si fueran brazos.
Al tocar el muro de algas, les asaltó una visión:
Un tiempo remoto, en la costa de la vieja Istar, una joven druida de piel aceitunada y pelo negro azabache. Una servidora de Chislev.
Un atractivo marino de cabello corto y negro, piel morena y fuego en los ojos. La fascinación, el amor, el sexo….
Luego, en un suspiro, la tragedia. El marino ahogado, las lágrimas, la desesperación. La súplica enloquecida a la señora de la naturaleza. La silente respuesta. La noche oscura, la rabia. La locura. Entonces la oración a la Señora del Mar:
– Devuélvemelo, Reina, y te daré lo que me pidas.
– Así será, Migerna, te devolveré a tu amado, pero vuestro retoño será para mi.
La luz del amanecer, el marino está ahí, vivo. El gozo, la risa, el amor, la boda, el invierno, la primavera. Y nació la niña.
Se olvidan las promesas. La Reina reclama lo suyo. Migerna se obstina y se niega. La Reina del Mar mata a su amado y a todo su barco. Sus demonios persiguen a Migerna. Ella huye tierra adentro.
Antes de ser alcanzada, el ruego arrepentido a la Señora de la Naturaleza.
– Protégeme mi señora, aunque no lo merezca.
Y la naturaleza la envolvió en su abrazo. El muro de vegetación se alzó y las aguas del cataclismo se estrellaron contra él. El tiempo y el dolor se toparon con la mano de Chislev. Nada podía pasar. Migerna y la pequeña estaban a salvo durante siglos. Pero la Reina del Mar era paciente y nunca lo olvidó.
Aquel día unos extraños la interpelaron. Tyresian le dijo que si la Reina del Mar exigía un sacrificio, ella debía morir para que su hija viviera. Migerna tenía miedo. Estaba horrorizada. Su rostro de corteza se retorcía. Pero era justo. Alguien debía morir. La locura del amor llevó a la tragedia. Migerna se entregó en manos de Zeboim y el bebé fue elevado en un haz de luz verde primaveral. El árbol desapareció. La isla de algas comenzó a desmoronarse por momentos. Todos huyeron al barco a la carrera. La magia antinatural que mantenía aquella isla artificial había desaparecido. Los pecios se hundieron definitivamente al fondo marino, donde moran las grandes bestias de las profundidades y extrañas criaturas que se ocultan en la oscuridad.
La travesía continuó por la noche. Muchos trataron de dormir. Pesadillas y angustiosas premoniciones acecharon a tripulantes y pasajeros por igual. El capitán Swift se sentía indispuesto. Della se mostraba nerviosa y a la vez interesada en su compatriota Milos. El tiempo empeoraba.
Las inquietantes sensaciones se materializaron al salir el sol tras una gruesa capa de nubes negras y una lluvia fina y fría. Luego llegó el viento, la tormenta, la mar encrespada. Y por fin, el grito desgarrado del vigía:
– Melmanas!!!!!!!!!!- Los dioses nos asistan. Y el caos estalló en la nave. Las olas zarandeaban el barco y Della gritaba a todos: ataos, desgraciados, bajad a las cubiertas, arriad las velas. –
Pero muchos cayeron al agua. Un brutal impacto rompió el barco casi por la mitad. Un monstruo marino de gigantescas dimensiones. Una ballena putrefacta que transportaba el terror y la podredumbre. Dos pulpos gigantes se agarraron a proa y popa para rematar el trabajo. Los que no se escondieron o ataron debidamente cayeron por la borda. El agua inundaba todo el navío por las vías abiertas en el casco. Cuando todo parecía condenado, un grupo de extraños elfos semidesnudos de piel azul oscura y largos cabellos, armados con tridentes y ballestas treparon a la borda. Al frente iba un caudillo de aspecto hosco y complexión musculosa. Habló en primer lugar a los elfos:
– Deponed las armas o nos marcharemos ahora. – La desesperación hizo el resto. Oroner estaba en el agua y a duras penas salió a la superficie, donde se agarró a un cabo que le tendió un compañero.
Kông se salvó de morir ahogado en el último suspiro, cuando apareció flotando en la superficie del encrespado mar. Los despojaron de armas y objetos de valor y fueron obligados, contra todo sentido común y para horror de ellos, a entrar en la boca de la ballena no muerta, Melmanas, para ser llevados a un pueblo dargonesti llamado Surf, donde su suerte sería decidida.
Ante la posibilidad de ser dejados allí en el barco que se hundía por momentos, aceptaron entrar en la boca del monstruo, donde la putrefacción y los gases que se desprendían les hicieron perder la consciencia.
Cuando despertaron en aquellas celdas de paredes de coral; desarmados, mojados, agotados, divididos por parejas o grupos de tres, notaron el sabor amargo de la bilis en la garganta. Alguien sacó a los elfos de sus celdas. Hablaban un dialecto élfico extraño, con sonidos ligeramente guturales, como si se hablara bajo el agua. Kamernathel, Tyresian y LunaLlena fueron liberados por cuatro dargonestis, tres hombres y una mujer, que les informaron de su penosa situación. Sólo tenían una oportunidad para salir de aquello y evitar el sacrificio de todos en el altar de la Señora del Mar por Makwur Saal, un yrasda, ogro marino, su fiel servidor.
Los detalles de lo que los tres debían hacer para sobrevivir casi les hizo perder el conocimiento. De alguna manera, los elfos estaban controlados por el demoníaco Makwur Saal y una extraña ventosa adherida a sus cuellos.
Las horas transcurrieron con angustiosa lentitud en las celdas. Les dieron de comer un guiso de pescado que podría haber sido mucho peor. Los solámnicos no soportaban bien los gritos desgarradores que llegaban del piso superior. Uno a uno fueron sacados de sus celdas y llevados con los ojos vendados a una sala en lo alto de aquella extraña ciudadela de coral. Fueron a parar a una asfixiante sala oscura, apenas iluminada por pequeños globos de luz verde oscura. Por allí pululaban extrañas criaturas de aspecto escamoso y marino, de grandes ojos y armados con lanzas siniestras.
Un olor a sangre y vísceras se hacía insoportable por todo el lugar. Un ogro alto y de piel verdosa, de dedos palmeados y mirada penetrante, flanqueado por otro individuo similar pero mucho más corpulento y con la cabeza encapuchada, hablaba con voz metálica y gorgoteante. Decía llamarse Makwur Sal, servidor de la Reina del Mar. Junto al otro ogro, había una espantosa máquina de tortura. Una dama de hierro manchada de verdín y sangre. El sudor recorría la espina dorsal de los prisioneros. Kông fue el primero en afrontarlo.
El interrogatorio fue sencillo y claro. Primero se negaron a contestar. Cuando entraron en el monstruoso instrumento y notaron las afiladas púas en su cuerpo, respondieron a las preguntas con precisión. Cuando la sangre corría, cuatro dargonestis, dos hombres y dos mujeres, de piel pálida y ojos rojos, se acercaron y mordieron con afilados colmillos en cuello y muslos a cada uno de ellos.
Milos, tras observar la tortura, violación y sacrificio de Della ante Makwur Sal por mano de Oroner y su daga curva y negra de Hurim, entregada en el momento del clímax, trató de atacar al caballero, pero fue detenido por los extraños hombres pez. Milos fue atado de espaldas a dos maderos cruzados y azotado por el nerakés con su látigo, el Fustigador del Infierno, hasta casi la inconsciencia. La sangre derramada fue absorbida por los cuatro dargonesti.
Puk trató de resistirse igual que los demás y fue metido en la dama de hierro. Llegó a su celda casi desangrado. Igual sucedió con los solámnicos, pero éstos fueron amenazados con la muerte de algunos de sus compañeros y su sangre drenada sin necesidad de meterlos en la dama de hierro.
Los tres elfos, en cambio, fueron sometidos a diversos abusos, humillaciones y otras torturas a manos de Lankaos, Veylora y otros dargonesti en uno de los edificios de coral de Surf habilitado como lupanar para el solaz de la élite del pueblo. Los detalles de aquellos nefastos sucesos van más allá del objetivo de esta crónica. Fueron sólo dos días, pero a ellos les parecieron una eternidad. Jolnen, el liberador, acompañado de su compañera la sacerdotisa de Kailthis y su hermano y cuñado, cuidaron de ellos como mejor pudieron. Les consolaron y les alimentaron.
Mientras Tyresian, usando su magia, investigaba en los lindes de Surf la grieta donde habitaba un aboleth, tal como les dijeron sus liberadores, Kamernathel y Lunallena lloraban y se lamentaban de la vergüenza y el asco que sentían por lo que se habían visto obligados a hacer.
El siguiente día fue, si cabe, peor, puesto que todos ellos estuvieron presentes atados y arrodillados para ser testigos de aquel terrorífico espectáculo. Oroner y Yap no estaban atados. Makwur Sal les anunció al final del día que serían liberados para seguir su camino, pues lo que llevaban debía ser portado a Nordmaar.
Traumatizados, deshechos y rotos, fueron llevados a nado por fornidos dargonesti a la superficie, llevando la mayor parte de su equipo. Dieron con sus huesos en una playa rocosa de arena negra, donde se pusieron a discutir a voz en grito; momento en el que cuatro soldados ogros los avistaron y marcharon. El enfurecido Tyresian quería volver y obtener venganza, pero sabía que necesitaban recuperarse de la pérdida de sangre y las muchas heridas sufridas.
De repente escucharon gritos humanos como de un incipiente enfrentamiento. Al subir de la playa fueron testigos de dos grupos de mercenarios, uno de origen nerakés, liderado por un hombre de cabeza rapada armado con espada larga y daga, y protegido por una coraza, y uno de origen ergothiano, liderados por una mujer de piel oscura armada de forma similar a su adversario. Ambos grupos pedían la ayuda de los héroes. Los ergothianos eran parte de la banda mercenaria llamada Los Tigres de Cobre, al servicio de Lord Golgren, Gran Kan de todos los ogros de Kern y Blode; mientras que los nerakeses eran parte de la Banda de Piper Ogrebrood, al servicio de las brujas de Kern. Sin dudarlo, Oroner se lanzó contra la ergothiana con su látigo, mientras el resto atacó a los nerakeses.
Estalló una batalla campal en la que los arqueros lanzaban andanada tras andanada; mientras que los solámnicos, Lunallena y Tyresian repartían espadazos y flechazos, amén de un tremendo rayo sobre la línea de arqueros nerakeses que los dejó como cadáveres humeantes. Oroner mató de un latigazo a la ergothiana, pero ya era tarde, los mercenarios occidentales estaban abatiendo a sus enemigos con el apoyo de varios de los recién llegados a la playa. En medio de los gritos de dolor y lamentos de los moribundos, los solámnicos y Lunallena miraron a Oroner con las armas dispuestas. La mano derecha de Tyresian chisporroteaba con otro relámpago listo para ser lanzado. Pero la tensión cesó. Oroner y Yap se apartaron de los demás y se alejaron mirando al resto de sus compañeros por encima del hombro. Uno de los ergothianos supervivientes, Alfred Mer Ker-Vakt, el segundo al mando de aquel grupo guió al resto del grupo hacia la ciudad de tiendas de campaña que se había levantado tras los muros de Sargonath. Muchas compañías mercenarias se habían reunido allí. Venían de diversos lugares de Ansalon. Tan lejos como Ergoth o Neraka. Incluso se contaban tres compañías de menor tamaño, formadas por hobgoblins y goblins de las montañas Astivar. Un emblema dorado en seda negra simulando la figura de un tigre ondeaba al viento del invierno en el centro de la agrupación de tiendas. Se habían formado auténticas calles entre las telas y los diversos pabellones. Mercenarios curtidos, muchas mujeres de Ergoth, tanto de piel oscura como blanca, organizaban las labores de cuidado y orden de todo el lugar.
Fueron llevados ante Gwyneth Cordaric, una leyenda ergothiana de piel oscura, exploradora sin par, que lideraba a toda aquella gente, casi unos ochenta combatientes y un séquito mayor de plebeyos y expertos en diversas tareas. Cuando llegaron, ella miraba su mesa de mapas atentamente.
Había cierto desorden en el pabellón. Restos de comida en platos aun sin recoger, varias copas de vino a medio beber. Milos comenzó a hablar con ella en su lengua nativa y eso sirvió para hacer las presentaciones.
La compañía de Cordaric se encontraba en Sargonath para afrontar la inminente guerra civil entre los ejércitos ogros del Kan Golgren de Kern y Blode, con la ayuda de los Titanes de Safrag, contra las huestes de las Sagas de Puñal de las Brujas. Estos mercenarios ergothianos llevaban meses frustrando planes de ese grupo ancestral opuesto al nuevo orden del Kan. El gobernador Midian De Spada, representante del Emperador Minotauro en Sargonath, estaba perdiendo la paciencia con todas esas compañías de mercenarios en las afueras de la ciudad. En un día o dos se rumoreaba que ordenaría a todos que se marcharan y se unieran a las fuerzas a las que debían lealtad. Pero también era cierto que los pescadores, posaderos, tejedores, armeros y otros gremios de la ciudad se beneficiaban de la presencia de toda aquella gente armada y sus familias o sirvientes que los acompañaban. Cordaric les dijo que no podrían entrar en la ciudad a menos que fueran con un sargento o autoridad equivalente de alguno de los líderes mercenarios. Les ofreció la posibilidad de trabajar para ellos a cambio de una cuantiosa suma de acero semanal. El grupo pidió tiempo para pensarlo mientras descansaban en una de las tiendas vacías que habían quedado tras la pérdida de varios soldados en diversas escaramuzas con otros grupos. Les dieron agua para asearse y beber, así como comida de rancho, gachas de avena y carne seca. Seguían pensando en Surf y en volver. Kông fue a buscar a Oroner para tratar de no romper los puentes que aun les unían. El caballero de Neraka dejó muy claro que no bajaría al fondo del mar de nuevo.
Debatieron durante unas horas la mejor solución para bajar de nuevo al fondo del mar. Kamernathel enviaría una comunicación telepática por la gracia de Quen Ilumini a Myren, la sacerdotisa de Kailthis en Surf. Le pidió que vinieran en su ayuda a la playa donde habían emergido.
En las siguientes horas se dedicaron a descansar. Milos trató de sacar cierta información a Gwyneth sobre su origen. La Cordaric que él conocía de oídas debería tener ahora casi noventa años. No podía ser la mujer de mediana edad, aun lozana y atractiva, que tenía delante como para tratarse de la misma persona. Pero ella no aclaró mucho al respecto. Cuando llegó la noche del día siguiente. Ya tenían un plan. Limpiaron sus armas y armaduras, aprestaron su equipo y marcharon a la playa, donde Myren, su marido Imbrias y Jolnen, el soldado, les miraban con estupefacción. No esperaba para nada que les hubieran llamado. Pero estaban decididos. Con la magia clerical de Kamernathel pudieron respirar bajo el agua durante varias horas. Los dargonesti les guiaron mediante la cuerda a la que todos se ataron, para no perderse en el descenso. La oscuridad era total. Sólo los elfos podían vislumbrar en blanco y negro las criaturas marinas, algunas de ellas enormes, que se cruzaban en su camino. Durante más de una hora llegaron al lecho marino y caminaron pesadamente a través de él, hasta que por fin vieron las luces de Surf y sus casas de coral.
Primero decidieron acercarse a la casa de Veylora, que estaba sumida en completa oscuridad. Tyresian hizo uso de su magia para hacerlos invisibles a todos y acercarse sigilosamente a la sencilla casa. Abrieron la puerta con el mismo poder arcano del elfo y la sorprendieron mientras dormía. Entre varios la sujetaron y le quitaron la ventosa en la nuca gracias a un proyectil arcano. Su reacción fue algo imprevista en tanto que se mostraba completamente aturdida y fuera de control. Su confusión y angustia la llevaron al borde de las lágrimas. Jolnen avisó a todos de que cuatro guardias se aproximaban a la casa. Veylora no reaccionaba. Cuando entraron los dargonesti buscándola, hablando en su lengua que había sido requerida por Lankaos, dos de ellos subieron a la planta seca, donde estaba el dormitorio de la mujer. Allí todos les esperaban con las armas dispuestas. Milos acuchilló al primer elfo que asomó con sus espadas. Tyriel le abrió el torso al segundo de un mandoble. El agua marina se tiñó de rojo. Los otros dos guardias salieron corriendo, al igual que Jolnen y Myren, que se mostraban horrorizados por estas muertes.
Renovando el conjuro de respiración acuática, salieron de la casa dejando a Veylora sola, una vez que comprobaron que era inútil razonar con ella.
Se dirigieron bordeando el pueblo a la gran casa de Lankaos, una construcción de tres plantas. Había dos dargonesti armados en la puerta, levemente visibles a la luz verdeazulada de dos conchas con conjuros de luz sobre el dintel de la puerta membranosa.
Sin dudarlo un instante, Tyresian usó su conjuro de alterar el aspecto para disfrazarse de Veylora. Se acercó a los guardias y tras una breve conversación consiguió entrar. Los minutos pasaron y el resto del grupo se puso nervioso. Kông se acercó a un lateral de la casa en plena oscuridad. En un momento dado, y sin saber porqué, se lanzaron al ataque contra los guardias. Kamernathel usó su magia clerical para facilitar los movimientos de Tyriel; de modo que pudo asestar brutales mandobles contra los sorprendidos guardias. El monje no tardó en derribar a dos de ellos mientras Lunallena, con su espada corta en la mano, hundía su hoja en uno de los tumbados por Kông. Harral desenvainó su espada para golpear con el plano de la hoja contra uno. A pesar de que estaban en su elemento, los cuatro dargonesti no pudieron contra la fuerza del número y la ferocidad del ataque. Pronto tres estaban muertos y otro inconsciente. Lunallena cruzó la puerta y Puk tras ella. Los aterrados sirvientes y otro guardia estaban en la planta baja, que no era seca, suplicando piedad. Les arrancaron las ventosas sin muchos miramientos. Subieron a la planta seca, donde se encontraban los aposentos de Lankaos.
Los asombrados ojos del grupo se toparon con una inquietante escena:
Tyresian, con el rostro pálido, venas hinchadas, ojos rojos sangre, con el bastón de los Huesos chisporroteando y una energía negra como la muerte rodeándolo, estaba junto al lecho donde un desnudo Lankaos inconsciente murmuraba débilmente. Tres cadáveres de otros tantos guardias estaban en el suelo. Dos de ellos electrocutados, y otro consumido por una poderosa energía nigromántica, como si le hubieran succionado la sangre del cuerpo. Lunallena se acercó al mago y le estampó un beso en la boca, y acto seguido, sin que los demás pudieran evitarlo, le clavó su espada corta en el corazón a Lankaos, ante el grito horrorizado de sus compañeros. Los sirvientes lloriqueaban y se escondían. La confusión se hizo dueña de la situación. Un rastro de sangre en el agua era el mudo testigo del paso de los héroes.
Se atrincheraron en la casa toda la noche en medio de un tenso silencio para sanar sus heridas. A los aterrorizados habitantes les eliminaron las ventosas. Se lanzaban entre ellos miradas furtivas cargadas de reproches. LunaLlena había asesinado a Lankaos a sangre fría. Eso Kamernathel y otros no podían pasarlo por alto. Las horas transcurrían con lentitud. Las respiraciones cada vez más aceleradas, a pesar del supuesto reposo. Cuando llegó el momento de moverse, comenzaron a discutir su próximo paso. No se ponían de acuerdo entre ellos, hasta que sintieron fuertes golpes en las paredes de la construcción de coral. Decidieron apresurarse y salir. La magia clerical de Kamer les proveyó de la habilidad de respirar en el agua y se aventuraron nuevamente al exterior, donde tres extraños delfines de piel rojiza y escamosa se acercaban a ellos de forma intimidatoria. Tyresian lanzó uno de sus conjuros para dominar a uno de los ejemplares. Gracias a la comunicación con este animal, pudieron saber que Makwur Sal sabía que habían vuelto a Surf. La Ciudadela de Coral era su hogar.
A pesar de la oscuridad y la frialdad del entorno acuático, con la guía del delfín se movieron hasta las cercanías de la ciudadela, que se encontraba rodeada por el jardín de coral. En un movimiento de exploración, guiados por los elfos y Puk, entraron en las primeras estancias del mismo, para toparse con dos extraños elementales de agua armados con espadas y escudos que eran extensiones de ellos mismos. El combate fue corto. Pero las armas del grupo apenas hacían daño a aquellas criaturas. Con mucho esfuerzo y coordinación, consiguieron acabar con los dos. Otros delfines similares a los que ya habían visto les atacaron; pero las espadas de los caballeros y el estoque de Puk los abatieron sin muchas dificultades.
Ante la falta de visibilidad y de mayor información, se hicieron con una casa sencilla cerca de la ciudadela, dominando a sus habitantes, una pareja de dargonesti y sus dos pequeños. Consiguieron arrebatarles las larvas con una mezcla de diplomacia y fuerza sin armas, que a punto estuvo en acabar con un derramamiento de sangre. En las horas siguientes, Tyresian les dijo que había notado un intento de escudriñamiento, pero no podía saber nada más. Sabía que el dragón de bronce estaba prisionero en algún lugar de la planta subterránea de la ciudadela. El asalto definitivo estaba muy próximo.
Cuando se sintieron preparados, salieron de la casa y avanzaron hacia la ciudadela y el jardín. Un ojo arcano de Tyresian les facilitó el modo de llegar a las puertas sorteando diversos obstáculos. Ante la extraña falta de otra vigilancia, Puk procedió a abrir la membranosa puerta principal, previamente anulada mágicamente por Tyresian. Pero una explosión de sonido que les dañó a todos les indicó que la magia del elfo no había funcionado como estaba previsto. Dentro, el en pasillo acuático había muy poca iluminación, y el grupo avanzaba con mucha cautela, casi se diría que con miedo. El pasillo acuático tenía dos puertas a los lados, donde pudieron encontrar una habitación con restos de huevos de kou toa, que el ergothiano se encargó de destruir sin piedad, así como otro habitáculo en el que se criaban miles de pequeñas larvas como las que tenían en la nuca los dargonesti de Surf. Pero no se entretuvieron demasiado. Bajaron por la columna central de agua que tenía corrientes que te impulsaban hacia abajo y te propulsaban hacia arriba. En un oscuro pasillo, tras una puerta bien cerrada de dura membrana, ya en zona seca, se ocultaba un vapuleado dragón adulto de escamas de bronce. Su hocico estaba sujeto por un horrible bozal de metal que apenas le permitía abrir la boca.
Irritado al ver el estado del reptil y adelantándose a Puk, Tyriel sacó su espadón y de dos sablazos rompió la cadena y el bozal. El agradecido animal se irguió en toda su majestuosidad y se presentó como Seaquake, el que iba a aniquilar a Makwur Sal. Los héroes le rogaron que les dejara acompañarle arriba, pues también querían vengarse de aquel monstruo. El dragón aceptó y juntos subieron por la columna de agua hasta la antigua cámara de rituales del Fénix Azul, ahora transformada en una abominable sala con pinturas y relieves de horrendos monstruos acuáticos salidos de las peores pesadillas, justo el lugar donde varios de ellos fueron atrozmente torturados y casi desangrados.
El terrible Makwur Sal, el yrasda, ogro acuático, siervo de Zeboim, la Reina del Mar, les esperaba con su alfanje en la mano, ataviado con su camisote de mallas marino y su aterradora sonrisa. Ocho kuo toa armados con sus lanzas le protegían, y un monstruoso demonio, seguramente recientemente convocado, estaba a su izquierda, una forma grotesca, similar a su sapo gigante pero con gruesos brazos escamosos en lugar de ancas delanteras. De su espantosa boca goteaba una baba ardiente. Y por último dos criaturas similares a crustáceos gigantes con brutales pinzas y tentáculos cubrían a su señor.
– No habéis entendido la voluntad de los dioses.- resonó la profunda voz del ogro. – Sólo dos de vosotros han mostrado sabiduría. Los demás habéis pecado de soberbia y orgullo. Y eso lo pagaréis hoy muy caro.-
– ¡¡¡Makwur Sal, monstruo del abismo!!!! – rugió Seaquake – hoy cenarás con tu sucia señora en su putrefacta caverna.
– Seaquake, el titán derrotado, la vergüenza te perseguirá donde vayas. Szynox se mandará a los cielos para que cuentes tus penurias a tus patéticos diosecillos. – Y con esto el monstruoso demonio se lanzó con sus garras contra el dragón, que respondió con su ardiente aliento relampagueante y sus terribles garras y cola.
Las criaturas acuáticas se lanzaron al ataque contra el grupo mientras Kamernathel conjuraba la ayuda de Quen Ilumini. Los solámnicos desenvainaron y junto con Milos hicieron frente a los kuo toa y a los monstruos similares a crustáceos. Las espadas no tardaron en hacer mella en las duras corazas de sus exoesqueletos, no sin antes ser ellos brutalmente golpeados y desgarrados por las afiladas pinzas. De no ser por la sólida armadura del caballero de la Rosa, sin duda éste habría quedado reducido a una masa de carne informe. Puk aprovechó su velocidad para flanquear a uno de los kuo toa y darle severas estocadas con gran rapidez. Lunallena lanzaba andanadas de flechas contra el ogro. Cuando intentó hacer lo propio contra el demonio, el dragón le advirtió:
– Es mío – rugió, – aléjate elfa.
El sacerdote de Zeboim lanzó un delgado rayo de energía negra contra Tyresian que sencillamente lo dejó frío y aparentemente sin vida en el suelo. El terror empezó a apoderarse del grupo. El alfanje de Makwur Sal dio dos tajos a Tyr que casi le envía con Kirijolith mientras Harral avanzaba por el flanco protegido por su escudo y dando certeras estocadas a dos kuo toa. Por su parte, Kông se lanzó en medio de la refriega y empleó sus técnicas de combate marcial para derribar a varios de sus adversarios con gran rapidez. Pero el manejo de las lanzas de aquellas criaturas era mejor de lo esperado y causaban considerables heridas a muchos de ellos. La magia conjurada por el ogro le había fortalecido; y sus mandobles casi mataban al que tocaba. Pero tras los combatientes Kamernathel imponía sus manos y curaba sus heridas de forma prodigiosa. En un esfuerzo titánico, Tyr lanzó dos tajos a Makwur Sal y le abrió el torso. Harral decapitó a otro kuo toa y se acercó al moribundo sacerdote. Kông observó cómo Seaquake le arrancaba la cabeza de un mordisco al demonio. En unos instantes, todos los enemigos estaban muertos, y un kuo toa escapó nadando fuera de la estancia.
Cuando todo parecía ya en calma, para horror de todos los presente, Tyriel le lanzó un tajo a Milos que casi le partió la columna vertebral. El ergothiano parecía estar muerto antes de tocar el suelo. Kamernathel lanzó un conjuro de protección sobre el caballero, mientras Harral se preparaba para luchar contra su hermano de la orden, que ahora parecía recuperar el control y se veía confuso. Miró a Milos sin comprender. El sacerdote entendió que alguna clase de compulsión mental se había apoderado del solámnico. Pero con su conjuro, aquel control estaba en suspenso. Acercándose con mucha cautela, le pidió el espadón a Tyr. Éste accedió y se lo entregó.
El suelo estaba empapado de sangre y vísceras. El olor metálico y la humedad se hacían insoportables. Era un sembrado de cadáveres. La cosecha de la venganza.
El dragón miraba con sus ojos, iluminados por su superior inteligencia, las escenas que se desarrollaban ante él. Puk y Milos habían ido por cada rincón de la ciudadela buscando los objetos de valor rapiñados por el monstruoso ogro. Encontraron diversas pociones y algunos cofres con monedas de acero, plata, gemas y diamantes. Kamernathel situó los cuerpos de Milos y Tyresian juntos mientras entonaba profundas plegarias a Quen Ilumini y tocaba las frentes de ambos con un diamante en cada una de ellas.