PUÑAL DE OGROS
Surf recuperaba la normalidad paulatinamente. Sus habitantes, una vez muerto el ogro, era libre de la influencia de las demoníacas larvas. Cuando Kamernathel concluyó sus plegarias, salió de la ciudadela con Kông para acompañar a Veylora a la morada de Lankaos. La magia divina del poderoso sacerdote de la Señora de la Curación, utilizando los diamantes, había traído de vuelta las almas de sus compañeros y del caudillo dargonesti, que aun no habían partido de este mundo a presencia de sus dioses. Un milagro de envergadura en el fondo del mar que los elfos de las profundidades rara vez habían presenciado. El dragón de bronce prometió ayudar a Surf a librarse de Melmanas y del aboleth, que a buen seguro aun pululaba por las oscuras cavernas del valle marino. El revivido Lankaos pidió perdón solemnemente por los actos atroces y viles que en su cautiverio mental habían provocado en los elfos del grupo, sobre todo en aquellas noches negras en presencia de Makwur Sal y otros de sus secuaces. A pesar de ello, algunas heridas no sanarían nunca.
Guiados por un grupo de dargonesti, el grupo fue llevado a las playas en las cercanías de Sargonath. Era de noche; y un frío espantoso les hacía tiritar de forma incontrolada. Se apresuraron al campamento de los Tigres de Cobre, donde la tienda de campaña prestada por Gwynned Cordaric aun albergaba almohadones y mantas para todos ellos, además de una pequeña estufa con rescoldos de carbón. Antes de abandonarse al sueño, pudieron hablar con Cordaric sobre su oferta. Ella quería contratarlos y que le acompañaran al día siguiente al interior de Sargonath, donde el gobernador Midian De Spada había convocado a todos los capitanes mercenarios para que anunciaran sus lealtades y se marcharan de allí.
Lo meditaron y discutieron durante un buen rato, y acordaron aceptar la oferta de la ergothiana si con ello les acercaban a Nordmaar. Durante aquella noche, todos parecieron compartir el mismo sueño. En un paraje de hierba alta, todos ellos se encontraban sobre un promontorio rocoso a la sombra de un árbol de gruesas ramas. Una mujer de cabello blanco y túnica azul cielo les habló del cementerio de dragones, la llave de Quinari y cómo usarla. Les advirtió que sólo en la Noche del Ojo podría usarse con éxito para acceder a aquel lugar mítico. Pero tal acontecimiento astronómico tendría lugar dentro de muchos meses. Para adelantarlo, tendrían que hacerse con un pergamino que contenía un conjuro llamado el Sendero Estelar, que podía provocar la noche del ojo en cualquier momento. Pero semejante portento fue escondido por el Príncipe de los Sacerdotes antes del Cataclismo para que no cayera en manos indebidas. Si lo encontraban, ella, la Diosa de la Curación les ayudaría en su ardua tarea.
La ciudad de Sargonath era una colonia minotaura en tierra ogra. Una espina muy bien clavada en la rocosa costa. Unos altos muros de algo más de veinte pies separaban la pequeña península del resto del territorio. Los legionarios de los Lobos de Madera vigilaban desde las almenas y velaban por la seguridad del enclave. Muchos humanos y ogros entraban y salían libremente para comerciar y atender sus negocios.
Los capitanes mercenarios habían sido convocados a una de las grandes casas asamblearias cerca de la puerta principal. Eran construcciones de gruesa y recia madera con pilares de piedra con altos techos. Diversos soportes con rescoldos humeantes caldeaban el lugar y lo protegían de la mordedura del frío. Una decena de legionarios montaba guardia en las puertas, bajo los estandartes de las compañías, que colgaban de varios sostenes en la pared. En el interior se acumulaban cerca de treinta capitanes con algunos sargentos o ayudantes. La mayoría eran humanos de varias regiones del este de Ansalon, mientras que otros eran hobgoblins de las montañas Astivar o incluso una pequeña compañía de draconianos. Las rivalidades y las miradas hostiles hacían que la tensión se cortara con un cuchillo. Cuando los intercambios de gestos iban a pasar a insultos, las grandes puertas se abrieron de golpe, y un minotauro de negro pelaje, enfundado en una coraza pesada, con penacho de plumas, espada larga al cinto, y rostro severo, flanqueado por un hekturion de aspecto temible y de un explorador o batidor ataviado con una armadura de cuero, avanzó a grandes zancadas hasta situarse sobre un podio construido para la ocasión, tras la protección de un hilera de diez legionarios fuertemente armados. Allí el gobernador se presentó, mostró su legitimidad y en nombre del emperador exigió que cada compañía revelase a quién servía y dónde tenía su base para, acto seguido, marcharse de allí. Oroner se presentó junto al capitán Piper Ogrebrood, un semiogro de cabello negro y liso, que apenas presentaba rasgos de aquella brutal raza. Ataviado con una elegante armadura de cuero, armado con una espada larga y sosteniendo en su mano derecha una delgada flauta travesera que toqueteaba distraídamente.
Junto a ellos venía un veterano caballero con una armadura de placas grisácea y una espada larga de empuñadura enjoyada. Y por supuesto, el Maestro Yap, el mago kobold de negra túnica.
Gwynned venía acompañada del séquito más numeroso. Todo el grupo la acompañaba. Todos menos Oroner y Yap. Muchos capitanes la miraban con hostilidad nada disimulada.
El gobernador Midian hablaba con voz potente. Su mensaje llegaba a todos los rincones del gran salón con nitidez.
– Todos los capitanes deben decir a quién sirven y en qué lugar tienen su base. A continuación, todos debéis abandonar Sargonath para dirigiros a ella.
Cada capitán, comenzando por los menos importantes, se pronunció en voz alta:
– Los Cuchillos Serrados de Throt sirven a Lord Golgren y a los Titanes, y tienen su campamento en Endscape.
– La compañía del Hacha de los Lamentos sirven a las Sagas de Puñal de las Brujas, y tiene su campamento en Styx.
– El Regimiento Rojo de Teyr sirve a Lord Golgren y ocupa Punta del Dragón.
Uno tras otro, los líderes mercenarios, en número de casi treinta, se fueron pronunciando. Prácticamente todos ellos servían a Lord Golgren o a las Sagas, puesto que la guerra civil era inminente. Finalmente llegó el momento del capitán Piper Ogrebrood:
– La compañía de Piper Ogrebrood sirve a las Sagas de Puñal de las Brujas y tiene su campamento en Ghuth.- Al decir esto, Gwynned mostró una expresión de estupefacción. Sacó un pergamino de su cinturón y se lo entregó a Tyriel. El Caballero de la Rosa leyó con sorpresa lo que ponía.
– No puede ser- Ghuth es el lugar a donde nos dirigimos nosotros. Los Tigres de Cobre vamos para allá. Esto es traición. Debe haber un espía entre nosotros.- El grupo miró con gran hostilidad a Piper y a sus acompañantes, Yap y Oroner incluidos. Sospechaban alguna treta por parte del sibilino semiogro. Pero antes de poder hacer una acusación formal, y justo cuando los murmullos subían de intensidad, una tremenda explosión sacudió toda la estancia.
El suelo de madera crujió y reventó en dos sitios a la vez, lanzando esquirlas por doquier. Del susto inicial se pasó al pánico. Dos criaturas de pesadilla habían surgido del subsuelo:
Una parecía una criatura esquelética y demacrada, casi la máscara de una figura humanoide, con una piel tan seca y estirada que perfilaba y señalaba cada hueso. Poseía una espantosa cabeza con forma de calavera y una cola parecida a la de un escorpión. Un olor asqueroso a putrefacción infestaba el aire a su alrededor. Los gritos de espanto y terror ocultaron todo lo demás. Algunos de los miembros del grupo más atentos pudieron percibir que, mientras el gobernador y el escriba mostraban una expresión de sorpresa y miedo, el hekturión a su lado parecía disfrutar con todo aquello.
La otra criatura parecía un cruce entre un humano grande y un buitre enorme. Con unas piernas fuertes y nervudas, cubiertas por pequeñas plumas grises, un cuello largo, rematado por una cabeza de buitre e inmensas alas emplumadas. De su garganta salía un grito estremecedor que llevaba a veteranos guerreros a taparse los oídos y caer de rodillas sollozantes, el corazón encogido por el miedo y la aprensión.
El monstruo huesudo se lanzó directamente contra un sorprendido Piper, y le lanzó diversos garrazos y mordiscos que abrieron varias heridas en el bello rostro del líder, que apenas tuvo tiempo de sacar su espada. La criatura con forma de buitre emprendió un vuelo bajo y se lanzó contra una aturdida Gwynned, que dejó caer su cadena armada y fue a dar con sus huesos en el suelo de madera debido al golpe con las afiladas puntas de las garras de los pies que le propinó aquel ser de pesadilla. El grupo reaccionó con rapidez y con las armas en la mano atacó para defender a su empleadora. Los solámnicos descargaron varios tajos con sus espadas mientras Milos buscaba la espalda para flanquearlo. Cuando alzó a filo de Luz, tuvo que dejarlo caer ante la espontánea quemadura que le produjo sin motivo aparente. Lunallena cayó al suelo por un mal movimiento y dejó caer el arco. Kông lanzó una ráfaga de golpes que apenas inquietaron al monstruo. De la piel de éste salieron unas infectas esporas que provocaban arcadas en todos los que se encontraban a su lado.
En el otro extremo del edificio, la criatura huesuda trataba de alcanzar a Piper, pero éste, tras la protección de Oroner y el caballero veterano de armadura gris, conjuraba su magia para poder moverse con rapidez. Maestro Yap, para sopresa de todos, se acercó hasta el demonio que atacaban a Gwynned y le lanzó un relámpago que apenas sí lo distrajo. Se alejó así del nerakés y de su patrón en unos instantes. Los dos caballeros defensores lanzaban golpes contra aquel diablo. Oroner con su látigo infernal y el caballero con su espada larga. A pesar de sus esfuerzos, la criatura parecía casi invulnerable.
A Gwynned, aunque muy bien protegida por sus muchos defensores, apenas podía evitar los ataques del monstruoso pájaro. Su cadena armada la defendía con éxito, pero los picotazos y garrazos superaban con frecuencia sus defensas. Los caballeros de Solamnia eran su verdadera protección. Sus armaduras aguantaban bien las embestidas del engendro. Y sus espadas lo mantenían alejado. Milos lanzaba tajos y estocadas con sus espadas corta y larga. Entre todos le abrían profundos cortes en la piel correosa. Kamernathel, tras reflexionar unos instantes, conjuró su magia divina sobre Harral, haciendo que los cuernos de su casco brillaran con una luz azul intensa.
– Ahora, Harral, golpeále con el casco.- gritó el elfo. Con sorpresa al principio, pero confiando en él, el caballero de Caergoth se lanzó contra el demonio bajando la cabeza. Gracias a Kirijolith el golpe fue certero. En un instante, menos de lo que tarda un latido de corazón, el demonio desapareció. La mayoría de los capitanes mercenarios había huido precipitadamente, al igual que buena parte de los legionarios y el gobernador Midian con sus ayudantes.
Mientras tanto, el diablo de hueso mantenía a raya a Oroner y el otro caballero. Piper, en un momento de confusión, salió corriendo del lugar y dijo: Markus, sígueme, rápido. Refunfuñando y mirando avergonzado a Oroner, salió tras su patrón.
Yap se encontraba junto a Gwynned tomando su mano, besándosela y preguntando si se encontraba bien.
Kông se lanzó a por el diablo que quedaba, pero fue Oroner quien lo derribó y consiguió tirarlo al suelo. El nerakés trató de darle un golpe mortal que éste consiguió evitar. Entre los dos impidieron que la criatura volviera a levantarse. Cuando estaban a punto de golpearla al unísono, desapareció ante sus ojos.
El caballero de neraka miró a sus antiguos compañeros:
– Tu patrón te ha abandonado, Oroner.- dijo Kông. Es hora de que vuelvas con nosotros.
Pensando detenidamente en ello, el caballero salió de Sargontah hacia el campamento de Piper. Éste había sido desmontado a toda prisa. Restos de cajas, lonas, barriles y herramientas estaban esparcidos por doquier. Oroner entró en su tienda, que estaba intacta, y recuperó su espada y escudo. Se sentía traicionado y engañado. Una expresión de ira cruzó levemente su rostro. Ahora volvería con los demás y marcharían a Ghuth para ajustar cuentas.
Gwynned Cordaric daba órdenes sin parar. Se la veía nerviosa y muy ansiosa. Sus exploradores y soldados se afanaban en recoger todo el campamento con la mayor celeridad posible. Tenían que llegar a Ghuth antes que Piper y sus nerakeses. Aunque ellos también disponían de caballos de guerra, la columna avanzaría con lentitud. Se quedó pensando y dijo al grupo:
– Coged caballos y partir a toda prisa. Adelantaos a esos perros y alcanzad la ruina de Ghuth en un solo día. Lo que buscamos entre sus paredes es un objeto sellado por el mismo príncipe de los sacerdotes, Beldinas, poco antes del cataclismo. No sabemos qué aspecto tiene pero es vital para Lord Golgren y los titanes que las Sagas no se hagan con él. – Los ojos negros de la veterana capitana se clavaron en los de Milos. – Marchad ahora compañeros. Ya arreglaremos el papeleo después.
Los solámnicos fueron los primeros en aprestarse. Milos y Puk estuvieron listos en poco tiempo; mientras que Kông ayudaba a Lunallena con su equipo. Oroner decidió quedarse en el campamento junto a Yap. No quería avanzar y tener que enfrentarse a sus compatriotas.
Así pues, los ocho, montados en caballos de guerra ligeros con todos sus aparejos, partieron a trote suave en dirección noreste precedidos por Haplo y Moro, los grandes lobos de los exploradores.
Las llanuras de hierba alta de Kern apenas tenían caminos comerciales frecuentemente transitados, a pesar de los grandes esfuerzos del gran Kan Golgren para que así fuera. Los senderos usados por carretas y bestias de carga solían desaparecer bajo aquella vegetación que tan rápido crecía en la época de lluvias. Entre todos decidieron salir de los senderos más usados y avanzar campo a través sin prácticamente ninguna cobertura; pues apenas había árboles. Todo ello producto de la incesante tala llevada a cabo durante cientos de años. Sólo granjas dispersas aquí y allá, algunas de ellas quemadas hasta los cimientos, eran el único resto de civilización, aunque fuera ogra, que podía observarse. Sabían que esta región estaba en plena guerra civil. Las huestes de las Brujas y las Manos de Golgren habían chocado en diferentes puntos no lejos de donde ellos cabalgaban.
Cuando anocheció, las temperaturas cayeron bruscamente. La humedad y el frío se hacían difíciles de soportar. Milos encontró una cabaña ogra abandonada lo bastante grande para acogerlos a todos, dejando a los caballos fuera debidamente atados. Lunallena consiguió cazar una extraña ave similar a una gallina pero sin apenas plumas y con una piel correosa. Por su parte, Kamernathel conjuró unas gachas de sabor dulce junto con un agua azucarada. No era un festín pero sí lo suficiente para ellos y los caballos. La elfa cocinó su presa, aunque prefería el sabor de la comida del sacerdote. Advirtió de la presencia de varios merodracos por los alrededores. Sortearon las guardias y se fueron a dormir.
Milos fue el primero en darse cuenta de la columna de humo blanco que se alzaba en el este. Fue a echar un vistazo sobre aquella hierba áspera y verde oscura acompañado por Haplo. Era la compañía de Piper Ogrebrood, que estaba de nuevo en marcha. A pesar de que se trataba en su mayoría de infantería pesada con cotas de malla y escamas, se movían con sorprendente rapidez. El ergothiano alertó a sus compañeros y acordó con Lunallena adelantarse a sus enemigos neutralizar a los exploradores o batidores que pudieran tener.
La kalanesti pudo observar a tres exploradores nerakeses que patrullaban el flanco izquierdo de la compañía montados a caballo y acompañados por grandes perros. El sigilo y la habilidad de la elfa fueron suficientes para que no la vieran. Moro se mantenía lo bastante lejos para que los canes no pudieran olfatearla. Por su parte, Milos y Haplo adelantaron con rapidez por el flanco derecho, sin ser detectados por otros cuatro batidores que avanzaban no lejos de él. Aprovechando las desigualdades del terreno, encontró una ruta para que el grupo pudiera avanzar con rapidez sin ser visto. Envió al lobo a avisarlos y les guió con éxito lejos de la vista de los nerakeses.
Al final de la jornada, todos reunidos de nuevo, llegaron a Ghuth cuando el sol empezaba ya a ocultarse por el oeste y la luz anaranjada del ocaso les brindaba una visión lúgubre de lo que en su día fue una torre al servicio de los magos de la alta hechicería. Según sabía Tyresian, aquel lugar era un observatorio astronómico construido en la frontera occidental del imperio istariano, destinado a la observación y control de las estrellas y los planetas en su eterno paso por el firmamento. Pero en los años que antecedieron al cataclismo, el príncipe de los Sacerdotes, Beldinas el Santo, en su cruzada contra la alta hechicería, envió a los caballeros del Divino Martillo a ocupar la torre, puesto que había llegado a sus oídos que había ciertos pergaminos que contenían conjuros de un potencial devastador. Los caballeros clausuraron la torre y sellaron muchos objetos en el sótano, con las guardas de su señor.
El aspecto de la ruina era desolador. Sólo la base de la misma, con su piedra de mármol negro, se mantenía en pie, el resto estaba tumbada sobre el suelo, parcialmente dañada, pues sólo había diversas grietas junto a sus numerosas arpilleras. La cúspide estaba casi intacta. Los exploradores y Puk se apresuraron a rodear la torre, aunque Milos, antes de eso, buscó un lugar alejado y seguro donde atar a los caballos. Kông y el hábil pícaro se las ingeniaron para subir por el muro de más de cuatro metros de alto que aun seguía en pie para echar un vistazo al interior. Sólo cascotes y suciedad por doquier, amen de una habitación cuyo techo estaba parcialmente agujereado y en cuyo suelo pudieron vislumbrar una trampilla.
Aquello debía ser el vestíbulo; pues muchas estatutas de insignes magos, clérigos y extrañas criaturas, algunas de aspecto demoníaco, se alzaban como silenciosos y eternos vigilantes de aquella desolación. Con el esfuerzo de todos, y valiéndose de dos cuerdas con sus arpeos, el grupo escaló la pared. Supusieron que la puerta de entrada estaba aplastada por la torre. Los caballeros se quitaron sus armaduras para poder subir. Lentamente descendieron sobre los afilados cascotes, Kông el primero, haciendo uso de su habilidad para ralentizar la caída. Seguido de Tyresian y Puk. Observaron las estatuas. Una de ellas, como una araña enorme con cuatro ojos bulbosos, les puso muy tensos y nerviosos. Mientras hablaban sobre ello, y cuando todavía Tyr estaba en lo alto del muro con su armadura quitada, aquella criatura comenzó a moverse y lanzó, de uno de sus ojos, un rayo gris sobre el monje, que no tuvo ningún efecto aparente. Al salir de la oscuridad y ser iluminado por la luz de Solinari, todos pudieron contemplar aquel horror:
Una criatura similar a una araña enorme, de casi dos veces la altura de una persona, con unas patas delanteras que acababan en unas enormes cuchillas. Los cuatro ojos bulbosos salían de su caparazón. Un chirrido metálico acompañaba a cada uno de sus movimientos.
Harral, sin la armadura puesta, se lanzó contra el engendro con su espada y escudo y le asestó un fuerte tajo en el abdomen que le abrió una profunda herida de la que brotaba una sustancia negra aceitosa de asqueroso olor. Puk, por su parte, lanzó una flecha con su arco que se clavó levemente en el duro caparazón. Lunallena soltó una andanada de sus proyectiles que se clavaron profundamente también. Tyresian lanzó un conjuro a Kông que le hizo crecer en tamaño ligeramente .El monje dio un fuerte puñetazo que sonó como un crujido metálico.
Entonces atacó él.
Con una de sus garras espantosas, dio un tajo rápido y silencioso que rebanó el cuello de Kông. La cabeza de monje saltó por los aires. Un chorro de sangre empapó todo el suelo a y los compañeros más cercanos. Luego dio otros dos garrazos a Harral que le abrieron profundas heridas en el abdomen y casi le hacen perder el escudo. Milos se acercó por detrás y le dio dos estocadas con su espada larga, mientras que Tyresian y Kamernathel se recuperaban del susto. Tyriel se afanaba en bajar por la pared con escasa fortuna, de forma que cayó a plomo sobre los cascotes, haciéndose varias heridas. Con la armadura quitada, se lanzo con el espadón al combate. Puk y Lunallena no dejaban de lanzar flechas, aunque con desigual suerte. Harral dio otro gran tajo, que fue respondido con un mordisco y un garrazo que casi lo matan. Invocaba a Kirijolith para que el miedo no prendiera en el corazón de sus compañeros. Kamernathel invocó el poder de la justicia de Quen Ilumini y creció en tamaño durante unos instantes. Tyresian llamó de su plano natal a una araña demoníaca grande que lanzó una viscosa telaraña contra aquella criatura. Pero ésta siguió su avance imparable repartiendo bestiales tajos y mordiscos y lanzando uno de sus rayos, que abrasaban, electrocutaban o congelaban. Cuando la resistencia de Harral estaba cerca de ceder, por fin Tyriel llegó al vestíbulo con el espadón agarrado con las dos manos y, gritando el nombre del dios de la justicia, daba un brutal tajo al demonio asesino que lo partió en dos.
Milos estaba extenuado, y la criatura convocada por Tyresian desapareció tras uno de los rayos del extraño constructo.
Afligidos y horrorizados, Kamernathel y los demás arroparon en cuerpo y la cabeza de Kông y los envolvieron en una manta, que al momento quedó empapada de sangre.
Sin apenas tiempo para llorar, Puk trabajaba en la extraña cerradura de la habitación en el centro del vestíbulo. Las manos le temblaban violentamente. Había dos paneles que ocultaban la verdadera cerradura de la vetusta puerta. El diseño era intrincado y estaba en perfecto estado. Pero finalmente, tras varios intentos, consiguió abrirla. El suelo estaba plagado de extraños dibujos incomprensibles. Kamernathel sabía que eran de origen divino, pero no fue capaz de identificarlos. Puk se arriesgó a pisarlos y en alguno de ellos activó algún mecanismo que provocó una explosión de sonido y otra de gélida escarcha. La agilidad del pícaro le salvó de todo daño, no así a Kamernathel, que quedó en el suelo tumbado cubierto de una película de hielo. Milos y Lunallena le salvaron la vida con sus escasos conjuros curativos que conocían y que Habbakuk y Chislev les concedían. Puk llegó a la trampilla y tiró del polvoriento abridor, descubriendo un sótano húmedo y con un penetrante olor a cerrado y a papel viejo. Diversas estanterías se alineaban contra las cuatro paredes. En el sueño había tres cajas de lo que parecía cristal, que dejaban ver su interior. Pergaminos, pociones y extraños objetos difíciles de identificar. Una de las cajas estaba estallada contra el suelo. Y en otra de ellas, un limpio agujero en uno de sus lados, dejaba ver un trozo de papel reciente, de un color blanco, y escrito en caracteres gnómicos. Decía algo así como “Formulario de Solicitud 544791-AB. Objeto 455-898981. Descripción: Ritual arcano para el alineamiento de las lunas. Solicitado por Ticktocksuenacomosifueraunartefactosonoro.”
Estupefactos ante lo que descubrieron, frustrados por el precio que habían pagado por nada, recogieron los pergaminos y objetos que les parecieron más interesantes y trataron de salir de allí.
De repente, Kamernathel miró al muro, como en trance. Y sin decir nada más, se dirigió a los cascotes, los sorteó con gran agilidad y trepó el muro como si estuviera poseído. Los demás le gritaban que se detuviera, pero el elfo había oído la voz de su señora, su diosa. Una luz celeste surgió al otro lado del muro.
El sacerdote se encontraba frente a la imagen que viera en los sueños. Una dama de cabello blanco y túnica celeste, de belleza eterna e inmutable. Hablaba en una lengua que sólo él entendía. Le pedía algo y extendió el brazo para recogerlo. Pero Kamer le contestó. Entonces la imagen de la diosa empezó a cambiar repentinamente. El fervor se convirtió en horror y espanto.
Los rasgos se torcieron de forma grotesca; los finos labios se volvieron resecos pellejos. Los dientes, afilados y puntiagudos. La señora Celeste se volvió la imagen de una monstruosa bruja. Chumaz Hera, invocada por las Sagas de Kern. Kamernathel gritó de terror. Tras la bruja, una docena de mercenarios nerakeses al mando de Piper Ogrebrood, mantenían las armas desenvainadas. Sin esperar otros acontecimientos, todos cargaron menos los armados con arcos que comenzaron a disparar. Los compañeros de Kamer se subieron a la muralla y Lunallena con Puk devolvieron como pudieron la lluvia de flechas. Tyr bajó espadón en mano y comenzó a repartir muerte con la ayuda de Milos y las dos bolas de fuego que Tyresian lanzó desde arriba. El fuego y los gritos convirtieron la lucha en un caos. La bruja desapareció de la vista durante unos instantes. Luego se materializó a la espalda del sacerdote para arrancarle un trozo de cuello de un salvaje mordisco. Kamer cayó al suelo moribundo. Los demás redoblaron sus esfuerzos para ganar la batalla.
Entonces ocurrió uno de los milagros que aquella jornada tendrían lugar:
Filo de Luz, la espada corta dorada, salió de su funda y se posó sobre el cuerpo del elfo caído. La sangre dejó de manar y éste se incorporó como guiado por otra voluntad. Una voz femenina y de tono claramente sobrenatural se escuchó diáfana por todo el lugar:
“Tú eres el portador de la Luz ante el cual todos los que toman mi nombre en vano se inclinarán afligidos”
Ante el brillo intenso de la luz dorada, la bruja se quedó aturdida y cegada, quedando casi indefensa durante unos instantes. Los solámnicos y Milos aprovecharon la circunstancia y pusieron en fuga a los pocos mercenarios que no habían muerto. Haplo atacó a Piper lo suficiente para retrasarlo y caer en manos de los demás. Se rindió con honor. La bruja, Chumaz Hera, cayó al suelo muerta para acto seguido desvanecerse como si hubiera sido un espíritu. Detrás de los mercenarios se hallaba Gwyned Cordaric, apaleada y ensangrentada, encerrada en una jaula. Master Yap estaba junto a ella haciendo gestos de disculpa:
– No es nada personal, muchachos, son negocios. –
La comandante ergothiana relató cómo habían sido emboscados por los nerakeses y desbandados. La aparición de Chumaz Hera fue decisiva para la derrota. Su poder abisal marcó la diferencia. El terror se extendió con rapidez entre sus tropas. Sin embargo, la pesadilla parecía haber llegado a término en aquellos instantes. Las sagas habían utilizado su carta decisiva en aquel trance y habían fracasado. Filo de Luz fue demasiado para ellas.
Ghuth quedaba ya atrás. Sabían que el pergamino del Sendero estelar lo tenía aquel gnomo, el tal Ticktok.
Descansaron durante horas y compartieron con Cordaric su comida y cuidados. La capitana agradeció al grupo su intervención y abrazó a su compatriota Milos. Tyresian, por su parte consultaba sus escritos para averiguar lo que pudiera sobre los gnomos en Kern y en particular sobre la Torre del Reloj, un raro ejemplo de colaboración entre la Torre de Alta Hechicería de Wayreth y los gnomos del Monte Noimporta. Aquel observatorio y centro de investigación arcana sobre la magia de las lunas databa de dos siglos antes del cataclismo. Con la ausencia de los dioses y los avatares acontecidos desde la Guerra de Caos, pocas noticias habían trascendido sobre la vieja torre. Si alguien vivía aun allí, sin duda serían esos gnomos. El mago qualinesti compartió todo esto con sus compañeros.
Al alba, cuando los rayos del sol apenas iluminaban el campamento, Kamernathel, retirado del resto, oraba en silencio junto al cadáver de Kong, envuelto en un sudario ensangrentado. Húmedas gotas de misericordia resbalaban por sus mejillas y se entremezclaban con susurros y sollozos. Levantó el rostro hacia el cielo. Impuso las manos sobre el pecho del inerte monje, y dijo una palabra:
-Levántate-
Con un espasmo, el cuerpo de Kong se puso en movimiento. Se levantó y siguió caminando al sacerdote, cuyo rostro estaba pálido y ojeroso. El monje lucía una gran cicatriz en el cuello.
-Dadle vosotros de comer.- dijo a sus compañeros. Yo he de descansar.
Los demás le miraban maravillados.
Dos jornadas más tarde, tras una larga caminata, llegaron a un paraje desértico a orillas del Miremier, el cuerpo de mar entre Nordmaar y Kern. Vientos cálidos soplaban desde el norte. Una vieja torre de planta cuadrada y siete pisos se alzaba en un promontorio rocoso frente al mar. En lo alto, un complejo reloj solar que parecía no funcionar era el rasgo más llamativo.
Tyresian dirigió los movimientos del grupo en su interior. Explicó que las 4 primeras plantas de la torre eran idénticas a las que había en Nordmaar en el otro lado del Miremier. Pero las tres últimas estaban en una de las torres cada cierto tiempo. Cuando llegaba el momento, los tres últimos aparecían en la otra torre. Por medio de un poderoso conjuro, se producía el cambio físico entrre lugares.
Puk no tuvo ninguna dificultad en abrir las puertas. La torre parecía desierta y a la vez limpia y habitada. Encontraron un laboratorio hidropónico, plantas cultivadas con la mentalidad gnómica, de forma muy organizada y carente de cualquier arte ornamental. En los pisos inferiores parecían estar los aposentos de al menos dos gnomos.
Encontraron a Cogsworth, un gnomo de aspecto enloquecido vestido con un sucio delantal de cuero repleto de bolsillos.Decía ser el ayudante ser el ayudante de Ticktok, señor de la Torre del Reloj. Su jefe había huido cuando trataba de ajustar el reloj de la torre a la vuelta de las tres lunas de la magia. Las esencias del Caos eran poderosas en el lugar. Tanto, que el artefacto que usaban para la tarea, el llamado motor celestoinfernal, un híbrido mecánico y divino de naturaleza dual, había adquirido vida propia y se había vuelto contra los gnomos. Ticktok había tenido que huir para salvar la vida cuando el engendro insufló vida en varios objetos inanimados.
Sabiendo todo esto, el grupo se preparó para subir a la última planta, donde aquella aberración continuaba enviando esencias caóticas por toda la torre.
El camino de ascenso les llevó a través de plantas en las que había representaciones del sol, de las lunas en torno a Krynn y temas similares.
En la última planta encontraron al llamado motor celestoinfernal. Un amasijo de tentáculos metálicos retráctiles que parecían salir de una suerte de cerebro gigante montado sobre una base de piedra.
Los caballeros de Solamnia y Milos se lanzaron a detener a la criatura con el apoyo de las flechas de Puk y Lunallena. Los terribles tentáculos causaron graves heridas en la mayoría de ellos. Tyresian tuvo que lanzar un conjuro de grasa para liberar a Lunallena, que había sido apresada por el monstruo. Con el esfuerzo de todos, el motor fue destruido. Entre los objetos desperdigados por la sala encontraron el pergamino del Sendero Estelar. Al fin lo tenían. Tyresian se quedó estudiando las últimas plantas y pidió consejo a Cogsworth. Con ayuda del gnomo hizo algunos ajustes en el reloj. Cuando salieron por la puerta de la torre, ya no estaban en Kern. Era un terreno húmedo y cenagoso. Al norte divisaban el principio de una inmensa jungla.