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                                                                            FANTASMAS DEL PASADO

 

 

 

 

 

 

 

 

Cuando llegó el momento de continuar, sus heridas estaban sanadas y sus cuerpos descansados. No obstante, la inquietud de sus mentes y de sus almas no podía ser acallada por los diversos ruidos de la jungla. Los chabacuitli les escoltaron hasta los límites de los Marjales y les indicaron el camino hacia Wulfgar, teniendo que cruzar los Yermos nordmaarianos. Por fortuna llevaban sus monturas. Un mar de hierba cimbreante por las brisas frescas del cercano invierno les esperaba sin que pudieran ver signo alguno de otra vegetación o construcción. Según sus cálculos, deberían llegar en un día a la ciudad amurallada, desde donde buscarían la localización del cementerio de dragones.

 

A media tarde entraron en un amplio valle, una hondonada de hierbas secas  color ceniza. Milos y Lunallena fueron los primeros que se percataron de la existencia de restos de huesos, armas y armaduras oxidadas e inservibles. Tyresian tiró de sus amplios conocimientos de historia para contar que seguramente ésos eran los restos de la batalla de Qwes. Una masacre ocurrida al inicio de la guerra de la Lanza, cuando el Ala Roja del Ejército de Dragones invadió Nordmaar por sorpresa. Qwes era una pequeña fortificación solámnica en aquel territorio. Se cree que Pier Caron, el comandante de la hueste invasora, ni siquiera llegó a saber que los defensores eran solámnicos, Los dragones rojos abrasaron todo.

 

Yap, el kobold nigromante, se veía muy nervioso y alterado. Olisqueaba el aire y se bajó del caballo para manosear la tierra.

          Es por aquí…- murmuraba. En un instante metió algo bajo la arena, como si clavara algo.

          ¿Qué haces, Yap?- preguntó Milos. Pero éste no contestó.

          Pronto anochecerá, será mejor pasar la noche en algún sitio seguro.- Repuso el mago.

 

Sin intención de seguir conversación alguna, se dirigió hacia adelante. El resto lo imitó. Cuando reanudaron la marcha, unas manos esqueléticas salieron del suelo y comenzaron a arañar a los caballos, que estuvieron a punto de encabritarse. Todos salieron galopando, salvo los solámnicos, que esperaron a que los demás estuvieran a salvo antes de seguirlos. Las monturas sufrieron diversas heridas en las patas que los conjuros curativos de Kamernathel, Milos y Harral pudieron sanar sin mayor inconveniente. Al final de la galopada, llegaron a las ruinas de Qwes, la vieja fortaleza solámnica de Nordmaar.

Era de planta cuadrada y dos pisos. Parte del muro frontal y del trasero estaban ausentes debido al aliento de los dragones rojos que la atacaron. Una opresiva sensación de dolor sordo y angustia dominaba todo el lugar. Todos y cada uno de ellos notaban de alguna forma el drama impregnado en los viejos muros. De las múltiples habitaciones que aun conservaban las cuatro paredes, todas del primer piso, sólo una antigua capilla de la Tríada Solámnica permanecía más o menos intacta. Yap salió de la fortaleza y se perdió de vista. La noche estaba a punto de caer pesadamente sobre el valle. La luz de Solinari y Lunitari en cuarto menguante fue eclipsada completamente por la negra de Nuitari.

Aullidos de ultratumba y lamentos que helaban la sangre en las venas comenzaron a inundar todo el lugar. Un mar de ojos amarillos y rojos comenzaron a surgir frente a la fortaleza, precedidos por un siniestro retumbar de un cuerno. Ante la falta casi total de luz, Kamer y Harral recurrieron a la luz divina de la antorcha de Mishakal y la luz de los conjuros del clérigo. Milos estaba con Haplo en el muro sur mientras Lunallena caminaba junto al muro norte. Entonces entraron por el aire. Formas levemente humanoides que eran como volutas de humo negro se lanzaron contra todos ellos tocándoles con aquellos dedos insustanciales que les entumecían con el tacto de la muerte. Gracias a los dioses, sus armas mágicas les podían golpear, sajar y apuñalar. Pero eran muchos y atacaban en grandes grupos. Los solámnicos estaban tras las puertas dobles de madera podrida y desvencijada. Otro tipo de criaturas no muertas, estas corpóreas y con armas y armaduras, aporreaban la entrada en su anhelo de la sangre de los vivos. Pero Harral decidió que todos se refugiaran en el viejo templo. Allí defenderían sólo dos entradas, la del pasillo y la del torreón que comunicaba.

Esa acertada decisión salvó sus vidas.

 

                                                                                                         

 

Tyriel bloqueó la puerta con su espadón y los terribles tajos que daba a aquellas criaturas. Tyresian lanzó un conjuro de telarañas para entorpecer el avance de los cadáveres andantes mientras que el resto luchaba casi sin espacio en un desesperado cuerpo a cuerpo. Kamernathel lanzó un conjuro que le hizo crecer de tamaño y le dotó de una luz brillante sobrenatural con la que mantenía a raya a alguno de ellos. Otro tipo de criaturas similares a sombras mostraron ser mortales de necesidad. Su mero tacto dejó a Lunallena inerte en los baluartes del muro norte. Sólo la reacción de Moro llevó a Milos a ir donde se encontraba. Tyriel, protegido con un conjuro de custodia de Harral, la pudo rescatar antes de que su corazón dejara de latir. El explorador estaba muy debilitado por la acción de aquellas sombras. La situación era muy desesperada.

 

Entonces sonó otro cuerno, esta vez de carácter más propio de un ejército de vivos. Tyresian se aventuró con un conjuro de vuelo para ver quién venía.

No se lo podía creer. Una compañía de cuarenta draconianos baaz, una docena de kapak y un comandante sivak se lanzaba al ataque contra el flanco de la hueste de no muertos. El mago trató de llegar hasta él mientras seis sombras le absorbían la vida.

 

          Marchaos de aquí, insensatos, cubriremos vuestra retirada – dijo el enérgico sivak al ver al elfo.

          ¿Quién os envía? – preguntó a su vez Tyresian.

          Barathrutus. Ahora idos mientras podáis-

 

El mago volvió dentro y azuzó a sus acorralados compañeros. Montaron como pudieron y se lanzaron al galope saliendo por el muro sur. La masa de sombras había remitido para hacer frente a los draconianos. Aprovecharon la ocasión y escaparon cabalgando durante más de una hora hasta que dejaron atrás aquella pesadilla.

 

Cuando el sol estaba a punto de salir por el este, vieron la silueta de las murallas de Wulfgar, construida por ingenieros solámnicos. Una figura familiar a caballo, Gwynned Cordaric, rodeada de varios guardias a caballo, salía en ese momento por la puerta sur y con rostro preocupado se dirigió al grupo, en particular a Milos.

          Gracias a Habbakkuk estáis vivos, aquel draconiano dorado no mentía. Le debéis la vida esos reptiles. Descansad en la ciudad. Nacon II, Kan de los Yermos, tiene ahí su corte. Además, hay personas importantes en la ciudad. – Dirigiendo una significativa mirada a los elfos.- El príncipe Gilthanas Kanan está de visita. Tenéis un aspecto lamentable. Descansad y dad gracias a los dioses de que esta noche no fue la última para vosotros.

 

Al escuchar el nombre del célebre héroe de la Lanza y príncipe elfo, Kamernathel, Tyresian y Lunallena se miraron con los ojos muy abiertos.

 

Estaban agotados, sucios y hambrientos. Apenas prestaron atención al interior de Wulfgar. Una ciudad que no llegaba a las cinco mil almas. Muros circulares de arquitectura solámnica, sobria y funcional. Edificios de dos plantas, con la inferior de adobe y zócalos de piedra y el de arriba de madera como solían construirse las casas tiempo ha. Tras el muro interior se levantaba la ciudad alta, hogar del Kan de los Yermos y sede del famoso Circo de los Jinetes, donde un estadio ovalado de evidente diseño ergothiano y formas recargadas, muy detalladas, se alzaba imponente y podía verse desde cualquier parte de la ciudad. Los guardias nativos, con tocados de plumas, empuñando maquahuitl y ataviados con túnicas de algodón, patrullaban las calles en parejas caminando muy despacio.

Encontraron refugio en la posada del Espejo Ahumado, en el distrito mercantil, un establecimiento muy frecuentado por viajeros y regentado por Simerus Mer Kassar, un ergothiano de piel blanca tostada por el sol y el cabello negro y lacio a la altura de los hombros, con brazos musculados y llenos de cicatrices. Mantuvo una conversación con Milos en una habitación más allá de la cocina. Mientras cenaban tras haber tomado un buen baño, un mujer silvanesti vestida con ropas de explorador, armada con una hoz y de rostro pálido, cabello largo, rubio platino, y ojos violeta, se presentó al grupo y dijo ser Kyrielas del Clan Hoja de Roble, que había venido a ponerse al servicio de Tyresian de Qualinost puesto que su reputación le precedía. Esto provocó cierto recelo de Lunallena. La antipatía era mutua.

Cuando ya era tarde, cuando apenas quedaban parroquianos en el salón, el grupo determinó que al día siguiente irían directamente al distrito solámnico para preguntar por el príncipe Gilthanas Kanan, que al parecer estaba hospedado con los caballeros.

Sin embargo la noche aun aguardaba sorpresas. Una inquietante presencia turbaba el descanso de todos ellos. Unos gemidos y lamentos parecían acercarse por la calle lateral a donde daban las ventanas de sus habitaciones. Alarmados por esa sensación y esos ruidos, Harral, Milos, Tyresian, Kyrielas y Lunallena, se asomaron a las ventanas y agarraron sus armas para enfrentarse a una abominación no muerta de gran tamaño que albergaba en su caja torácica a una criatura que se retorcía en terrible agonía.

                                                                                                  

 

                                                                                                           

 

 

 

 

La criatura era lo bastante alta para atacarles en sus propias habitaciones. Sin armaduras y cogiendo rápidamente las armas, atacaron al monstruo. Las flechas volaron y Harral le dio varias estocadas antes de ser golpeado por las garras del monstruo y quedar seriamente debilitado por sus poderes nigrománticos. Milos cogió la ballesta del solámnico y comenzó a disparar virotes. Kyrielas convocó la magia de la naturaleza, pues al parecer era una druida, pero casi nada le hacía daño a aquel engendro. Finalmente, los conjuros de fuego de Tyresian consiguieron prender y el gigante se convirtió en una gran antorcha que cayó al suelo inerte. Una criatura alada, un grifo, convocado por el mago, cogió el cadáver de la calle justo antes de que los guerreros jaguar de Wulfgar llegaran con antorchas ante el revuelo que se había generado. Los vecinos curiosos señalaban cuando abrieron las ventanas y murmuraban aterrados sobre lo que habían visto.

 

                                                                                                                 

 

Se encerró el grupo en una de las habitaciones y reflexionaron sobre lo que habían contemplado. Trataban de determinar el origen de aquella criatura,

 

Entonces el espíritu de la Kayleigh Starfinder, la elfa que se les había aparecido en anteriores ocasiones, volvió a manifestarse, esta vez parecía más serena.

Con voz trémula les explicó su historia.

Nacida dos siglos atrás en el seno de una familia noble de Silvanesti, Kayleigh era una maga prometedora que pasó la prueba de la Alta Hechicería y se unió a los kirath en la posguerra de la Lanza para liberar el bosque de la pesadilla de Lorac Caladon. En su grupo iba Lothian -un sacerdote de Quenesti Pah que al parecer se había enamorado de ella, pero no era correspondido. – Cuando Kayleigh murió, la desesperación y el dolor de Lothian le hizo volverse hacia Chemosh, abandonando a su diosa. Éste respondió a sus plegarias y le dijo lo que debería hacer para devolverla a la vida aun contra su voluntad. El dios oscuro vinculó el alma de la elfa a su nuevo sacerdote. Con la ausencia de los dioses, Lothian descubrió los caminos del misticismo. Ya no servía a ningún dios. Con su obsesiva investigación, descubrió que en el cementerio de los dragones, en la tumba de Quinari, el Sudario de la reina elfa era capaz de traer almas de vuelta y encerrarlas en otros cuerpos.

Kayleigh fue educada desde pequeña para ser la siguiente Cantora de Dragones. La persona capaz de abrir con su canto la puerta mística al Cementerio, para que los Dragones metálicos pudieran disfrutar de su merecido descanso eterno. Pero la guerra lo truncó todo. Nunca pudo ejercer su vocación. Ella no puede dejar que Lothian holle el sagrado Cementerio y mucho menos robe el sudario de Quinari. El lugar estaba separado de los Siete Cielos y del Elíseo desde la Guerra de Caos. A menos que se revirtiera esa situación, la conexión se rompería definitivamente y los dragones metálicos no tendrían un refugio en el que descansar a su muerte.

          Encontrad el camino al Cementerio. Usad las Lágrimas de Mishakal para restaurar el lugar y conectarlo con los planos celestiales nuevamente. Chemosh y su siervo, Caeldor el Traidor, el que envió al no muerto que os ha atacado, harán todo lo posible para deteneros. Pero no os arredréis. Debéis triunfar pase lo que pase y a cualquier precio. El control que Lothian ejerce sobre mí ahora es más débil, pero aun no soy capaz de romper las cadenas místicas que me aprisionan.

 

Y dicho esto, desapareció.

 

El distrito solámnico era una isla de sencillez y austeridad en medio del ambiente exótico de la ciudad. Una serie de edificios rectangulares de piedra con muretes bajos y un diseño funcional y algo tosco en comparación a los estilos orientales, albergaban el templo de Kirijolith y al Círculo solámnico de Wulfgar. A diferencia de otros lugares, la Orden operaba aquí abiertamente. Sólo recientemente habían conseguido los esforzados occidentales ganarse una reputación de hombres justos y valientes, venciendo así la tradicional xenofobia de los nordmaarianos.

 

El Mariscal de la Corona Terrance Ironclad les recibió vestido con una armadura de placas en su despacho, rodeado de ayudantes. Se comportó cortésmente con todos y entregó las escrituras de propiedad de la Baronía de Persopholus en los límites del norte de Sanction a los cobarones Harral y Tyriel. Algo que no produjo especial entusiasmo en ninguno de los dos.

 

Accedió sin problemas a conceder una audiencia con el príncipe Gilthanas Kanan.

 

 

 

                                                                                                         

 

El noble elfo estaba alojado en un sencillo edificio de dos plantas sin adornos rodeado por cinco espadachines solámnicos vestidos con cotas de malla y escudos heráldicos. Su habitación estaba someramente decorada para ser un elfo, pero no faltaban sedas, cómodos cojines o vino de excelente calidad de Silvanesti.

Gilthanas se mostró cordial y atento, en especial con los elfos. Y se ofreció a guiarlos al Cementerio de Dragones, puesto que él ya había estado allí hacía varias décadas. Les recordó que para acceder al lugar era preciso una Noche del Ojo, además de la melodía élfica que los Cantores de Dragones podían interpretar para que se produjera la apertura. Tyresian y Kamer, y también Kyrielas se sentían entusiasmados al tener a tan noble personaje junto a ellos. En sólo unas horas estarían en el lugar tan largamente buscado.