Corre –que se las pela- el año 1805. Napoleón Bonaparte sabe que el ejército británico es una amenaza relativamente pequeña para Francia, pero la Armada Real británica, en cambio, es una contínua amenaza para la flota francesa y para las colonias en el Caribe. Una invasión exitosa de esa dichosa isla acabaría por completo con la amenaza –y de paso con ese dichoso olor a menta de sus lamentables estofados-, lamentablemente, es una tarea titánica.
Portada del juego en cuestión. Ese hombre que hace morritos creo que es el joven Nelson (menos amarillo que en la serie televisiva). Fuente: BoardGameGeek.
1805 Sea of Glory refleja las campañas navales desarrolladas durante ese año en el contexto europeo y caribeño. Es un juego de bloques con niebla de guerra, donde el jugador inglés juega a cazar las flotas franco-españolas e evitar invasiones y el jugador franco-español a esquivar las armadas inglesas e intentar conseguir objetivos estratégicos. Se trata de un juego del gato y el ratón. Una partida es muy difícil que se desarrolle durante una única tarde, por lo que es un juego largo, a menudo marcado por esa fuerte tendencia de huir-cazar, pero con algunas cosas muy interesantes. Por ejemplo, cuando sale una flota franco-española de un puerto se generan dos bloques de niebla de guerra que reflejan rumores inexactos, avistamientos equívocos o maniobras de distracción. Las flotas inglesas dependen entonces de peinar rutas con sus corsarios y fragatas, en busca de la auténtica flota enemiga para intentar asestar el golpe. Eso sí, el juego ha sido diseñado desde un profundo convencimiento de que los buques, tripulaciones y almirantes ingleses eran SIEMPRE mejores que los españoles y, ALGUNAS VECES, comparables a los franceses. Esto, por supuesto, no es verdad, obviando muchas de las pequeñas hazañas de la época protagonizadas por buenos buques españoles y sus tripulaciones. Es un ajuste a los resultados históricos. Como sabemos que Trafalgar fue un desastre y que al final perdieron los españoles, pues nada, será porque los otros eran mucho mejores. Al final, sumando puntos de victoria obtenidos por capturar y hundir barcos, invadir con éxito enclaves como Malta, evitar la captura de la Flota del Tesoro española y cumplir con las caprichosas directrices del Emperador, se comproborá si se ha conseguido solventar la campaña con éxito o no.
En nuestra primera partida, llena de dudas y con un ritmo pausado y bucólico-pastoril, Lord Borjado optó por izar pabellón inglés –algo que, sospechosamente, siempre le motiva- y yo me ví obligado a llevar el papel adecuado para mis indudables dotes estratégicas –huir de toda forma de peligro en cualquier tipo de situación-.
El mapa. Sé que a Pajarobobo no le gusta… pero es que tiene el listón alto de Grognard. Fuente: BGG.
Los primeros compases de enero de 1805 estuvieron marcados por el acecho de las aves de rapiña anglosajonas –muy dadas a ambicionar lo que no es suyo y luego correr a refugiarse en sus hogares-. Su egocentrismo displicente se materializa estupendamente en el tradicional dicho “niebla en el Canal, continente aislado”. Lord Borjado, en su encarnación de Lord Almirante Archibald Brewley II –su maldita progenie no desaparece de las páginas de la Historia ni a tiros-, optó por enfocarse en establecer un bloqueo sobre El Ferrol, Cádiz y Burdeos. Sólo las flotas de Burdeos y El Ferrol disponían de aparentes suministros para poder partir y sólo el francés sabía que la flota de Burdeos no había podido preparar con éxito sus naves, por lo que no zarparían en enero.
El Almirante cuenta los mástiles para determinar el tamaño de la flota anclada: «uno, dos, tres… mierda, otra vez perdí la cuenta». Fuente: los trazos más gordos son de Monet, los otros, ni idea.
Los buenos favorables animaron al almirante francés de la flota de El Ferrol a intentar una salida. El almirante inglés, por desgracia para él, se encontraba en ese momento observando –con veneración obsesiva- un pequeño retrato del tobillo de su amada –el resto era mejor no tenerlo en cuenta-. Cuando le llegaron las noticias de que los buques franco-españoles salían del puerto, era demasiado tarde. Disparó un cañonazo a una gaviota –a la que no acertó, of course- y se dio por empleado en la caza de la flota enemiga. Informe: con viento contrario fue imposible adoptar una estrategia favorable, por lo que decidimos dejar pasar las naves franco-españolas saludando y con una sonrisa de medio lado. Que noten nuestro desprecio.
Una partida de un usuario de la BGG que no somos nosotros pero que seguro que juega mejor que nosotros. Fuente: BGG.
La flota partida de El Ferrol avanzó por la costa lusa, perseguida por un par de corsarios. Por suerte, los informadores ingleses abusaron del “excelente y barato alcohol” español. Cuando por fin informaron a sus superiores estaban tan borrachos que decidieron correr unos encierros improvisados en Muros de Arousa. Ganadores: los marisqueiros.
¡Ai lof so mach espanya! I am to tajao. Fuente: I have no idea.
Pero la suerte no habría de durar. Seguro el almirante francés que podría romper el bloqueo sobre la bahía de Cádiz, se lanzó a interceptar la flota inglesa. Una ligera superioridad numérica sobre el enemigo le hizo pensar que tendría alguna posibilidad –más de catorce frente a algo menos de una decena-. La flota anclada en Cádiz decidió observar como se desarrollaban los hechos: si la batalla iba sobrada, intervendrían para disputar las mieles de la victoria; si la derrota era, en cambio, cantada… pues hay mucho que limpiar a bordo de un buque ¿sausté?.
Y así fue. En un espantoso, tremebundo y, permítanme añadir, horribilísimo intercambio de artillería naval –al chaval le faltaban cromos para completar la colección de «Cañones de época» de Planeta-, media docena de buques quedaron severamente dañados. Notóse la ausencia de partidas de abordaje, pues enfocóse el contrario bárbaro en hundir barcos antes que en capturarlos. ¡Dijóse qué acabose! Los navíos españoles demostraron estar hechos de papel cuché –eso sí, con fondos europeos-. Los ingleses aguantaron el tipo, resultando dañados sólo dos navíos. Los almirantes hicieron gala de sus mejores conocimientos tácticos, utilizando estrategias con nombres rimbombantes y significado desconocido –ni puñetera idea de lo que significaba la mayoría-. Resultado: dos navíos franceses hundidos y cuatro más dañados, un navío inglés dañado y uno hundido. Lo que es peor, el Santísima Trinidad –una mole con más cañones por banda que una fragata espacial de los marines espaciales en el espacio espacial- a punto de venirse a pique. Reparar su casco, reunir la artillería suficiente -140 cañones llevaba- y reclutar marinería suficiente –más de mil hombres- sería una tarea titánica para la corona española difícil de acometer en turnos posteriores.
El ‘Nuestra Señora de la Santísima Trinidad’ con sus cuatro puentes, la torre Trump de la época. Fuente: Wikipedia.
¡Quelle dommage! La falta de lectura de las reglas por parte de Lord Borjado –muy ocupado con sus quehaceres decimonónicos diarios como chasquear desaprobadoramente con la lengua o revisar su colección de pipas de marfil-, y mi inopia intelectual dominante –una constante en los pocos años que me quedan de cordura-, así como el melifluo ritmo anteriormente descrito, se conjugaron para que éste fuera el único turno que jugáramos. En el futuro, quizás más lejano que cercano, volveremos a intentar acercarnos a este juego donde terminas hasta arriba de salitre y pólvora. Una duchita vendría bien.
Sail Ho!